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'Gigantes' podría definirse como un serial melodramático bastardo con el noir y el western narrado de forma nada complaciente. :
'Gigantes': la sangre de la familia

'Gigantes': la sangre de la familia

SUR en Serie ·

La producción de Movistar protagonizada por José Coronado es una poderosa serie sobre la naturaleza del drama y el estilo visual a través de la familia Guerrero

MIGUEL ÁNGEL OESTE

Jueves, 1 de enero 1970

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UNO | Lo primero que hay que decir de 'Gigantes' es que estamos frente a una serie que no se agota con el primer visionado, sino que crece, poderosa en sus formas de conjugar sobre todo el cine y el sentir de Sam Peckinpah, pero también de otros cineastas como Vicente Minnelli o Douglas Sirk en su vertiente melodramática, de la mitología de John Ford, del cine mudo en su sentido lírico y fatalista con resonancias a Murnau y Griffith, y, en general, de una relectura propia de los códigos del western, el cine negro y el melodrama. 'Gigantes' es un tratado de cómo se absorben influencias para reinterpretarlas y ponerlas en juego en función de la naturaleza del drama, de su acontecer orgánico. Esto es muy perceptible en los dos primeros episodios, pues funcionan de un modo autónomo al tiempo que anclan el desarrollo del serial.

DOS | Pero 'Gigantes' va mucho más allá. De ahí que sea una serie extraordinaria. Porque la serie dialoga orgánicamente desde las raíces, desde lo hondo de la condición humana y a la vez de la gramática visual de la concepción de los planos y su significación. En ese diálogo interno de contraponer la puesta en escena y la vida ficcional se plasma lo profundo y diverso de los seres humanos, la pérdida de la infancia-adolescencia, la violencia mamada, la predestinación. Esto es constante en la ficción televisiva. Si al comienzo del primer episodio vemos a Abraham Guerrero (José Coronado) en su casa oscura, oprimente, silenciosa, sucia, una figura abyecta, violenta, despiadada, que cuando oye llorar a su hijo pequeño, le dice al mayor: «O le callas tú o lo hago yo»; esto es, el patriarca y lo que trasmite a sus tres descendientes –Daniel, Tomás, Clemente– frente a la desaparición de su madre, el cierre del último episodio de esta primera temporada es la imagen de un lince que amamanta a sus crías en Doñana, en un juego metafórico que conecta ambas imágenes y que también se podrían conectar con una línea de diálogo de 'Grupo salvaje': «Todos soñamos con volver a ser niños. Hasta el peor de nosotros».

TRES | Esta producción de Movistar creada a partir de una idea de Manuel Gancedo está desarrollada por Miguel Barros, Michel Gaztambide y Enrique Urbizu –aunque no figure en los créditos. Los tres primeros episodios –1. Devastación, 2. Familia. 3. Confluencias– están dirigidos por Enrique Urbizu; los tres siguientes –4. Cicatrices. 5. Pérdida. 6. Paraíso– los dirige Jorge Dorado. Es la historia de los Guerrero, un serial melodramático bastardo con el noir y el western narrado de una manera nada complaciente, crudo y visceral que ata a sus personajes a códigos en desuso.

CUATRO | En este sentido, los dos primeros episodios muestran una fuerza y una tensión dramática interna-externa en la plasmación visual de los encuadres y en lo que narra que se centra en ese mefistofélico Abraham (impresionante Coronado) y el devenir de sus tres hijos (igualmente impresionantes Isak Férriz, Daniel Grao y Juan Carlos Librado 'Nene'). A partir del tercer episodio 'Gigantes' se abre a nuevos personajes y a distintas acciones más allá del centro familiar de los Guerrero. Pero estos tres episodios filmados por Urbizu marcan el camino a través de elipsis, de travellings, de una estilización de la puesta en escena sin grasa ni sentimentalismo, elusiva, física, que Jorge Dorado mantiene en los tres siguientes, excepto en determinado momento de la acción de la trampa a uno de los hermanos en la que se percibe una menor tensión del drama en el interior de la escena, más laxa, como si perdiera a veces esa fisicidad que Urbizu imprime y sella en cada plano. Esto no impide que 'Gigantes' se resienta en su modo de desplegar el pesimismo, el relativismo moral, la épica de los desencantados, el cinismo de su mirada enérgica, la violencia, la amistad masculina, la traición, la imposibilidad alegórica del amor, la omnipresencia del destino, el caos y desorientación vital de personajes que se mueven por reglas y sentimientos de un mundo que se transforma rápidamente, y la venganza, casi como clave ética del vacío de sus personajes. Y tampoco impide que Dorado selle una secuegigancia capital con una pulsión magnífica en 'Cicatrices', la secuencia de la cena familiar que se prolonga en la piscina, construida con todas las aristas posibles, contenida dramáticamente a pesar de la combustión interna de los personajes.

CINCO | 'Gigantes' supone una depuración de conceptos del serial que los autores se saltan para acontecer el drama de los personajes y llevarlos por caminos imprevisibles mediante una acción que evita lo explícito. Así, la estructura más que en arcos o tramas radica en los códigos orgánicos del ser humano. A través de ese mecanismo se despliega el drama.

SEIS | «La casa está sucia, Tomás», dice Daniel cuando sale de la cárcel. «Luego te mando a alguien que te la limpie», contesta el hermano. «No, déjalo así, huele a familia». En este diálogo del episodio dos se condensa el sentir ominoso, sórdido, de una familia condenada, mefítica, a lo que contribuye el nervio físico con el que Urbizu la concibe. Junto a las palabras precisas –los personajes hablan cuando tienen que hablar–, los planos duran lo que tienen que durar, para mostrar los claroscuros emocionales de los personajes por medio de una estética depurada y, también, de la relectura de películas que resuenan absorbidas por los autores.

Respecto a lo primero, un ejemplo puede ser observar el comportamiento de Daniel cuando sale de la cárcel en el episodio dos, 'Familia'. El episodio arranca con Daniel (que parece un exponente del Warren Oates de 'Quiero la cabeza de Alfredo García', que viaja durante toda la película con la cabeza de su amigo muerto) de espalda en su celda mirando por la ventanilla. Al salir y llegar a su casa, mira por la ventana, pero no vemos la ventana, lo vemos a él de cara y el sol cortándole el rostro. El tercer momento es cuando Daniel visita a Abraham en el centro donde se encuentra, los dos personajes primero de lado a la ventana, hasta que se vuelven para mirar hacia el exterior y vuelve a cortar a un plano lateral de ambos. Esta comunicación narrativa de los planos en cada uno de los elementos formales y dramáticos resulta frecuente en 'Gigantes'. Al igual que esa relectura o tratado del cine. Si en la llegada de Daniel y Tomás al poblado gitano en busca de su hermano Clemente remite claramente a 'Grupo salvaje', los zapatos de Abraham que saca del armario Daniel y se los pone, quitándose las zapatillas deportivas responden a la mitología del western y a 'El hombre que mató a Liberty Valance', y se podrían citar más. Este tipo de ecos se plasman de una manera única, original, purgando lo innecesario. Porque 'Gigantes' es nervio narrativo y rabia existencial. Un serial sincero que redefine registros formales aplicados a la ficción televisiva. Una serie que evita cualquier ripio moralista, la convención dramática, a favor de la naturaleza del drama, de la sinceridad que conlleva la maldad heredada y fatalista en las formas de hacer el mal, pero también en el tratamiento de los espacios, en la aspereza de un estilo incisivo, metafórico, violento, que retrata la violencia, en los ecos nítidos a Peckinpah, a Walter Hill, a Minnelli… y en títulos concretos 'Con el llegó el escándalo', 'Grupo salvaje', 'El padrino'… Pero hay muchos aspectos más porque, en efecto, 'Gigantes' no se agota ni acaba en una visión. Sus ecos resuenan y piden nuevos visionados, esos que siempre piden las grandes películas y series. Y esta lo es.

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