Píldoras teatrales para quererse más
El estreno de 'Beauty and violence', de Nora Cantero, cierra la novena temporada de Factoría Echegaray
Carlos Zamarriego
Viernes, 20 de junio 2025, 00:35
Una niña pequeña sube las escaleras del Teatro Echegaray seguida por su padre. Su edad llama la atención tanto como el hecho de que pueden ... elegir el asiento que quieran. Nunca he visto tan poco público, no creo que llegara ni al medio aforo, en un estreno de Factoría Echegaray. ¿Soy el único que se da cuenta? La productora pública municipal, que el año que viene cumple una década impulsando el tejido artístico de la ciudad, ha pasado de producir seis obras a tres, de doce funciones a seis. Y lo que antes eran estrenos hasta la bandera, ahora es un paulatino descenso de espectadores año a año, como cualquiera puede comprobar en el portal de transparencia de Málaga ProCultura.
Y mientras me pregunto si alguien debería dar alguna respuesta a esto, la luz se apaga y comienza 'Beauty and violence', una cruda denuncia contra los patrones estéticos impuestos directa o indirectamente a las mujeres para validarlas, para perpetuar ese mantra de que «ser femenina es ser bella». Un ataque frontal a la industria de la belleza, a la cosificación, a la violencia estética. Aquí no hay antítesis, el discurso está claro, se repite y se apoya en una evidencia social abrumadora, desde las canciones infantiles hasta las influencers que devoran las adolescentes en TikTok, pasando por el machismo en el trabajo o la publicidad.
La autora Nora Cantero firma también la dirección de una obra muy lineal que funciona mejor en pequeñas píldoras. Después de un comienzo tedioso, la obra coge buen ritmo con escenas cortas que recrean estas violencias, a veces tan cotidianas como el gesto de arrancarte pelo facial con una banda depilatoria. Si pienso en cada una por separado siento que transitan bien. Cantero mueve inteligentemente a sus actrices llevando el sincronismo de sus gestos a extremos asombrosos. El trabajo físico de Cynthia García, Irian Sánchez-Casas y Tanius es notable, pero es el talento interpretativo de García el que lleva el peso de la función. Ella eleva el conjunto, consigue sacar risa y congoja, muestra seguridad y detalle en sus gestos, en su coreografía, da recorrido a su cuerpo y a sus palabras. Y explota en un soliloquio final complicado, algo repetitivo, largo, pero resuelto magistralmente a nivel actoral.
La niña abandona el teatro, con su padre, antes de ese soliloquio. Es demasiado pequeña para según qué imágenes, me parece. Pero el mensaje de la obra es especialmente importante para ella, que aún no ha perdido (esperemos) su esencia, su autoestima, su percepción, en favor de una versión más perfecta que nunca existirá. «Nada de lo que está vivo es perfecto», se dice en la obra para que no olvidemos que todos los cuerpos, todas las caras, todas nuestras bellezas son igualmente válidas. El público agradeció sinceramente el grandísimo esfuerzo de las actrices y, tras los aplausos, García salió del escenario haciendo el helicóptero con su coleta, a lo Melody en Eurovisión. Ningún móvil sonó a lo largo de la función.
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