Canela Party: noche de guitarrazos y máscaras en Torremolinos
Miles de disfraces y un magnífico surtido de punk y rock, con su buena dosis de electrónica, para despedir a un festival que, dicen los que saben, «se sostiene solo»
Parecía que Lluis había cogido el albornoz de cortesía de su hotel y las pantuflas y se había ido al Canela Party, así, sin pensarlo ... más, pero su atuendo era un homenaje a una de las mejores series de la historia. «Vengo de Tony Soprano, de cuando le ocurre lo de los patos en la piscina», explicó este alicantino treintañero, que reproducía a la perfección lo que llevaba puesto el icónico personaje, interpretado por James Gandolfini, que en paz descanse, cuando le da un vahído que es el meollo de toda la trama. No menos sutil era la elección de su compañero Pablo, que se había inspirado en Ralph Wiggum, de los Simpsons, cuando dice aquello de «soy Idaho» en una actividad escolar sobre los estados de EE UU. El grupo, completado por Alex y Core, pisaba por primera vez el festival de Torremolinos y todo era satisfacción en el día grande de la programación, el de la fiesta de disfraces.
De tierras sevillanas acudieron Irene y Mamen, son asiduas del Canela Party. «Vamos de restauración de un imagen de la Virgen, pero no se puede decir más», dijeron. El miedo a las acciones legales de cierto colectivo religioso está ahí, admitieron.
«What is this?», preguntó el cantante de Joyce Manor, Barry Johnson, cuando salió al escenario, a repartir tortas en forma de canción como panes, y vio que se le acercaba un gigantesco pulpo manejado por un grupo de colegas con gran maestría, tanto que no solo que ellos se hubieran disfrazado, es que introducían al público en la performance, tanto que alguno les dijo: «echaos para allá».
Y es que el Canela Party de este año, además de reunir a una de las mejores selecciones nacional e internacional de rock y punk, en sus distintas vertientes, incluida la mezcla con electrónica, es, como desde que arrancó, un fiestón.
Así lo entendió Lidia, convertida en una caja de palomitas, una indumentaria que, a simple vista, era difícil de gestionar. «Está todo controlado, siempre elijo los disfraces más ortopédicos», aclaró, defensora acérrima de las tradiciones 'canelers'. «El festival se sostiene solo», razonó Quino, ataviado de una suerte de Backstreet Boys crepuscular, veterano en esta cita costasoleña.
No es que su verdad sea absoluta, como ninguna, pero lo cierto es que el Canela Party es capaz de reunir a fieles que, casi a ciegas, repiten de un año para otro, convencidos de que el cartel será bueno. En el caso de que no guste, que puede ocurrir, las pinchadas de discos, que no dejaban de tener concurrencia este sábado, estuviera quien estuviera en los escenario principales, ir de compras o comer y beber en los lugares habilitados, son una buena opción.
«Hemos dejado a los críos con los abuelos y nos hemos venido», comentaban Concha y Claudio que, compraron el abono el pasado jueves y se plantaron en el Canela para transformarse un rato en Barbie y Ken. «Es un festival único, en el que la gente se lo curra mucho con los disfraces, no hay otro igual», argumentaron. Lo dicho, como el Canela Party, pocos.
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