Mundos concéntricos
Cruce de Vías ·
Ese era mi mundo de entonces, un mundo oculto dentro de otros mundos que hoy salen a la luzSi vuelvo atrás en el tiempo, muy atrás, al principio, veo un largo pasillo, habitaciones tristes con techos altos y patios en penumbra. El mundo ... se concentraba en una superficie de noventa metros cuadrados de amplio por tres cincuenta de alto. Arriba en el techo vivían bocabajo los insectos, igual que andaban bocabajo las personas que habitaban en el otro extremo del planeta. Los pájaros que se quedaban sin fuerzas para seguir volando se precipitaban por el ojo de patio hasta caer al fondo donde yo vivía con mi familia. El techo del patio era un rectángulo de cielo que cambiaba de color. A veces entraban en casa otros animales, como las ratas, que se ocultaban al oírnos o cuando alguien encendía la luz, como si fueran ladrones. Dentro de ese mundo existía otro mundo aún más pequeño, de un metro de alto, por el cual yo me movía. Todo estaba lejos excepto el suelo de casa, la acera de la calle, la tierra del campo, el agua de la lluvia, la arena de la playa. Me aburría levantar la vista y distinguir el gesto serio de los mayores. Era mejor mirar hacia más arriba y descubrir las flechas plateadas de los aviones, los puntos brillantes de las estrellas, los rayos del sol, la cara resplandeciente de la luna. A veces los adultos se agachaban para levantarme en brazos por encima de sus hombros y contemplar mi mundo desde arriba. Al final del día nos íbamos todos a dormir y el mundo se apagaba como las salas de cine al empezar la película. Entonces cerraba los ojos y escuchaba el silencio. Recuerdo caminar en sueños por aguas cenagosas como si atravesara un enorme plato de sémola. Me costaba andar, me hundía en las arenas movedizas que se tragaban a los hombres. Despertaba de repente y gritaba hasta que acudían a rescatarme en mitad de la noche tenebrosa. Al encender la luz, los fantasmas desaparecían como las ratas y los insectos que venían a robar. Luego apagaban de nuevo la luz y regresaba el gran silencio oscuro que envolvía la casa como un murciélago gigante. Hasta que las pisadas del amanecer sonaban por el pasillo y oía la cisterna, el agua de la ducha, los sonidos de la cocina. La vida se ponía en marcha un día más. Durante esa época mi mejor amigo era un fantasma. No sabría decir cuánto duró aquella amistad, la noción del tiempo se pierde con el paso de los años. Los dos teníamos la misma cara, el mismo aspecto y vestíamos la misma ropa. Quizá fuese el fantasma del hermano gemelo que nunca tuve. El que estaba siempre a mi lado y nadie conseguía ver. Ese era mi mundo de entonces, un mundo oculto dentro de otros mundos que hoy salen a la luz.
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