Microrrelatos SUR V Premio Pablo Aranda: textos del 24 de agosto
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Domingo, 24 de agosto 2025, 00:28
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Víctor Gabriel
El jardín
A la hija de los Winchester le gustaba enterrar cosas en el jardín de su casa: juguetes rotos, cartas, recuerdos. Decía que la tierra guardaba ... secretos mejor que las personas.
Cuando los vecinos llamaron a la policía por el olor, encontraron varios cuerpos en descomposición, acompañados por otros tantos huesos. Entre la tierra removida, los agentes encontraron un anillo, cubierto de óxido y tierra húmeda, con un nombre grabado: «Sra Winchester».
El día que se la llevaron, no había nadie más en casa.
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Lucía Alcázar Lara
El juego
La joven avanzaba por una cornisa de apenas un metro. El viento soplaba fuerte. El suelo cedió y cayó. Se agarró a una rama que la dejó colgando sobre el abismo. Abajo, el río furioso; arriba, dos buitres giraban, pacientes. Con una sola mano sacó la última llave mágica del bolsillo. Las otras cuatro se habían perdido en la cascada, el puente, la montaña y el lago. Si fallaba, se acababa su misión: llegar al mirador del diamante y tomar la piedra grande de luces rojas. Sólo así podría pasar al siguiente nivel y crear personajes. Empezando por Marcia, su amiga, luego Fabio, su amigo. Después vendrían Carla y Mario, sus padres, y Lara, su perro. La joven lanzó la llave al cielo, pidiendo energía al universo.
–Laura, apaga el ordenador. Tienes que hacer los deberes.
–Cinco minutos más mamá. Estoy a punto de conseguirlo.
La pantalla brilló. Nivel completado.
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Elena Ballvé Martín
Barna
El barrio siempre ha sido un montón de descampados, pintadas antifascistas, zapatos colgados de los cables, calles de tierra, cuestas, cristales rotos, perros que te ladran al pasar. El barrio siempre ha sido perfecto. Por eso, aunque me queda mucho por descubrir, no lo abandono. Porque aquí soy feliz. Pero una mañana pasa lo imposible: al salir de casa, el barrio no está. No queda nada.
Ni descampados, ni pintadas antifascistas, ni zapatos colgados de los cables, ni calles de tierra, ni cuestas, ni cristales rotos, ni perros que te ladren al pasar.
Solo hay locales de empanadas argentinas.
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Miguel Ángel Zarzuela Ramírez
Eduardo y su esquizofrenia
Paseaba por la playa con Eduardito y su yorkshire.
De repente, ve cómo un enorme perro negro, muy peludo, galopa hacia ellos a toda velocidad, despidiendo agua, arena y babas (su perspectiva de la situación es un aterrador y cinematográfico plano frontal a cámara lenta). El dueño corre detrás, correa en mano, repitiendo a gritos ¡No se preocupe, no hace nada!, ¡no se preocupe, no hace nada! El tipo detiene al perro a tiempo y Eduardo, todavía asustado, entabla conversación con él.
Tras un par de minutos de animada charla, se da cuenta de que el perro se ha comido a Eduardito y a su yorkshire, de los que solo quedan, sobre la arena mojada, unas gafitas rojas y un hueso de plástico muy gastado. Se despide educadamente y continúa con su paseo, controlando su horror como buenamente puede, como si nada hubiese pasado...
Y así cada día.
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Ana Belén Álvarez García
Ya no queda humanidad
Filosofía estaba en el paro, por lo que acudió a la oficina de empleo, en la que se encontró con algunos conocidos: Latín y Griego habían sido expulsados del sistema educativo español. A pesar de todo, no se rindieron y encontraron trabajo en Inglaterra, nada menos que en Eton College; Literatura estaba furiosa porque le habían quitado presencia en los planes de estudio. Le contestaron que no se quejara, que ocupaba un lugar privilegiado en el Instituto Cervantes y que además contaba con una categoría en los Premios Nobel; Arte se había resignado a destacar solo en los museos; Historia apenas llegaba a fin de mes dando conferencias y cursos de verano; a casi nadie le interesaba Geografía, pero se consolaba sabiendo que todo el mundo la consultaba en Google Maps. En el transcurso de la conversación, pasó Informática en un coche de alta gama.
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Luis Alba Gaspar
Galletas para mañana
¿Y si en lugar de hacer galletas con forma de bicicleta o cachorro se atrevía a ir más allá?
Sergio descubrió un día sin querer –como se hacen los grandes descubrimientos– que, cuando horneaba galletas, sus formas se volvían reales a la mañana siguiente.
Así, tenía una bicicleta último modelo, la que sus padres nunca pudieron comprarle; y también un cachorro de labrador, su nuevo mejor amigo. No necesitaba más. ¿No necesitaba más?
¿Y si...?
Se puso el delantal, se subió al taburete que tenía para llegar a la encimera y empezó a amasar una nueva remesa de galletas.
–Espero que funcione. Lo espero de verdad.
Rocky ladeó la cabeza y gruñó curioso.
Cuando acabó de hornear, sacó la bandeja y la dejó en la encimera para que enfriaran.
Solo faltaban unas horas para acostarse. Solo al día siguiente sabría si la idea de hornear a sus padres había funcionado.
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Alejandro Armenteros de Dalmases
IA
En Málaga, sol y arte danzan. Juan, con ayuda de IA, escribe: «Málaga, faro del sur, donde el alma se inspira.» Gana el concurso. Sonríen ambos.
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Gonzalo Salesky
La muñeca
Dentro del arenero, el niño encontró la muñeca favorita de su hermana.
Pensó en lo divertido que sería quebrar sus piernas y sus brazos. Despegar el torso de la cabecita y llenar de arena el pelo, los ojos y la boca.
Y así lo hizo. A medida que arrancaba los pedazos, los arrojaba lejos, del otro lado de la cerca.
Feliz, el niño se recostó boca arriba, en medio del arenero. Cerró los ojos y sonrió. Pensó en las lágrimas infinitas que derramaría su hermana menor, cuando se enterara.
Cuando despertó, notó, extrañado, que no podía moverse.
Quiso incorporarse pero advirtió, con horror, que no tenía brazos. Trató de girar su cabeza para entender qué estaba pasando pero no podía. Tenía el pelo, los ojos y la boca llenos de arena.
Y el resto de su cuerpo, desmembrado, se encontraba lejos. Del otro lado de la cerca.
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Idiel García
La palabra
Sin dudarlo siquiera, la palabra atravesó mares, subió montañas, cruzó desiertos, selvas, ciénagas, páramos; viajó del este al oeste, del sur al norte, y luego deshizo el camino.
Iba en busca del hombre. Debía llevarle un mensaje que lo salvaría de la barbarie. Debía llevarle el amor.
Después de haber sufrido el desasosiego y la burla, el hambre y la sed, el dolor y el miedo, el cansancio y el insomnio, por fin lo encontró. El hombre permanecía rodeado de oro, contratos y las más poderosas armas jamás creadas.
Entonces, abrumada por la certeza de que había llegado tarde, lo abandonó.
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