Microrrelatos SUR V Premio Pablo Aranda: textos del 27 de julio
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Lunes, 28 de julio 2025, 00:17
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Esteban Lomeña
Mi arbolito, mi amor
Cuando murió mi hija, compré un plantón. Fue la única planta que habitaba la terraza. Pasaba las tardes fumando cigarrillos y contemplando cómo crecía. La ... gente normal no percibe el lento alzar de un tallo ni el nacimiento de una hoja. Pero yo sí. —Desde que la perdí, en esta profunda tristeza, reparo en las bonitas minucias que impiden que me degolle el cuello como a un pollo—.Le brindaba cuidados: agua, abono, macetas nuevas y tratamientos antiplagas cuando eran necesarios.
La planta creció tanto que derrumbó la casa conmigo dentro. Hoy es un árbol.
Y yo pronto, su sustrato.
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Valentina Huertas Cortado
De tripas corazón
El hule de cuadros rojos y blancos será hoy su lienzo. Echa a un plato hondo las aceitunas que saca de la alacena y añade un tomate cortado en gajos. Desmiga después unos trocitos de bacalao que aún le quedaban envueltos en papel de estraza. Corta en finas láminas dos dientes de ajo y los reparte por encima. Aliña con unos granos de sal y un buen chorro de aceite de oliva bañándolo todo. Prepara el pan, el tenedor y se pone al cuello una servilleta de tela. Por último, admira el bodegón que ha elaborado con suma dedicación. La sola visión de esa ensalá colma de dicha su corazón. En la radio suenan irritantes las señales horarias.
El anciano, mirando a la pared vacía, se ajusta la dentadura, coge una cuchara y traga el insípido puré de verduras que llena sus tripas.
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Lidia Gil Pérez
El crimen
Para cuando el jefe de policía llegó a casa, el crimen ya había sido limpiado a la perfección. Aun así, la perpetuadora no había podido ocultar el olor a culpabilidad ni evitar el buen ojo del policía: se había visto el capítulo de su serie favorita sin él.
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Carolina Torres Cabello
Dulce caos
Treinta dinosaurios compartían espacio con los vehículos de salvamento, la pala excavadora y cincuenta especies animales más. Su preferido, un estegosaurio de color verde.
Las mañanas eran una maratón de fondo, de prisas, bocadillos y bostezos. Les pedía que guardaran el ganado jurásico y varios superhéroes trepadores de muebles y los devolvieran al confinamiento del cajón. Mis hijos recogían, perezosos, aquel desastre matutino.
El tiempo se escurrió entre vasos de colacao, mochilas y besos de mofletes sonrosados. El silencio se llevó las protestas, las peleas y las risas. Hoy, sentada sola en el sofá, miro el salón, limpio y despejado, y pienso en qué no daría por volver a ver el contenido del cajón de los juguetes desparramado por el suelo.
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Damián Rotman Cleiman
Dos cuentos
Siempre llevaba su sombrero gris. Alto, encorvado, callado. Se le veía en los tanatorios como una sombra más. Cuaderno en mano, recogía murmullos y lágrimas ajenas.
No ofrecía pésames. Escuchaba.
En un pueblo olvidado, una mujer de traje gris se sentó a su lado y le susurró que no conocía a nadie, que solo venía a escuchar frases rotas para sus cuentos.
Él también. Pero no lo dijo. Cuando se atrevió a mirarla, ya no estaba.
La buscó en otros velorios, en otros silencios. Nunca volvió a verla.
En su siguiente cuento, un hombre y una mujer de elegante traje gris se conocían en un entierro y no volvían a separarse. Como si el amor no siempre empezara con una sonrisa.
Ella, en el suyo, escribió que habría querido enamorarse de un hombre de sombrero gris, si tan solo le hubiera dicho alguna palabra.
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Ramón Muñoz-Chápuli Oriol
El inconstante (autobiografía)
Mi problema ha sido siempre el mismo. Empiezo cosas y no las acabo. Ataco entusiasmado montones de ideas, pero enseguida noto cómo el ímpetu se me desinfla. Empecé cinco carreras universitarias, pero no tengo título superior. He desempeñado variados puestos de trabajo sin permanecer en ninguno más de seis meses. Después de tener cuatro novias formales sigo soltero. Decoré personalmente siete apartamentos que pronto serán ocho. Pensarán ustedes que mi vida es un desastre, pero se equivocan. El movimiento perpetuo de mis días, mis múltiples vivencias me han enriquecido y me han proporcionado una existencia más apasionante que la de aquellos que persisten miserablemente en la persecución de un solo objetivo vital. Como considero que el relato de mi vida puede ser ejemplo para desorientados, modelo para aburridos por la rutina y entretenimiento para todos, he decidido acometer la escritura de esta magna obra, esta novela autobiográfica que comienza así:
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Jimena Moreno
Advertencia
El cartel dice: «precaución, cuidado con el animal». Me aterré cuando vi sus ojos y mostró sus dientes. Peor aún, cuando se paró en dos patas y dijo su nombre.
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Adrián Pérez Avendaño
Flipbook
Se despertó sobresaltado. Su madre seguía durmiendo en la butaca junto a la cama. El hospital nunca le pareció un lugar fácil para el sueño, así que estiró el brazo y cogió el lápiz y el pequeño cuaderno que descansaban sobre la mesa auxiliar. En la primera página dibujó un ataúd de niño. En la segunda, unos brazos colgando a ambos lados de la caja. En la tercera, una cabeza asomando. Durante varias noches siguió dibujando. Poco a poco el resto del cuerpo (tronco, rodillas flexionadas) fue saliendo del féretro para ir alejándose con un aleteo constante: arriba y abajo, arriba y abajo. Cuando todo acabó y de verdad se fue al cielo, su madre ocupó sus días y sus noches pasando, unas veces lento, otras, con vértigo, las hojas del pequeño cuaderno. Y era tan doloroso para ella, tan inconcebible la pérdida, que casi siempre empezaba por el final.
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Yohana Anaya Ruiz
Exilio
El suelo del rellano está recién fregado. Sin embargo, antes de secarse del todo, las ruedas de dos maletas dejan un rastro que llega hasta el primer piso. Pepa escucha a dos chicas hablar un idioma que no entiende. Tiene noventa años y es la única persona que todavía vive en ese edificio. Se aleja de la puerta y mira el contrato de venta que reposa sobre la mesa del salón, con el bolígrafo sin estrenar a la derecha de los folios, esperando que su propia mano sea la que la condene al exilio.
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Alejandro Siles Rodríguez
Que parezca un accidente
Había quedado descuidadamente al borde del vacío, dándole la espalda. La oportunidad era proclive. Se acercó con decisión y sigilo por detrás. No sobreviviría a la caída. Fue un empujón limpio; un golpe seco, breve y directo que lo impulsó más allá de los límites del plano horizontal sobre el que descansaba apaciblemente. Desde su altura, comprobó con deleite cómo la caída lo despedazaba. Cuando Mara, sintiéndose como de costumbre impune, abandonaba la escena desesperanzándose flemáticamente, Eustaquio entró en la estancia acuciado por el estruendo. Comprobó sin sorpresa lo que ya imaginaba. De modo que se apresuró a recoger del suelo los cristales del vaso que había abandonado imprudentemente en el borde de la mesa antes de que su gata se cortase con ellos.
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