Microrrelatos SUR V Premio Pablo Aranda: textos del 26 de julio
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Sábado, 26 de julio 2025, 00:30
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Karla Sánchez Lara
Rumiar
Parezco un pensamiento repetido, pero soy una larva. No tengo nombre. Ocupo un espacio preciso entre el deseo y la costumbre. Me deslizo entre los ... diálogos interiores y en la quietud que envuelve tu cabeza sobre la almohada, te susurro. Deposito mis huevos en los momentos que no logras soltar: el abrazo no dado, la palabra atascada en la garganta, en el mensaje sin respuesta que sigues releyendo. Me alimento de tus arrepentimientos. Cada uno me engorda y a ti te debilita un poco más. Crees que estás recordando, pero solo estás viendo a través de mí.
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José María Marín Jiménez
Un intruso en el jardín de las delicias
—Lleva bigote, una cruz roja en el pecho y un pincel en la mano. A ver quién lo encuentra.
Era la estrategia de la maestra para despertar la curiosidad de los pequeños en el museo. La chiquillería se puso a buscar por todas las salas. Martita se paró ante un tríptico enorme donde una multitud de gente desnuda parecía desmadrarse en una orgía bíblica. En la parte inferior descubrió a un individuo que no respondía a los requisitos del reto, pero tenía la ventaja de que estaba a su misma altura. Su desnudez y la blancura de su piel le facilitarían también la faena. Aprovechando un despiste del vigilante, abrió la mochila, sacó dos roturadores de distinto color y se puso manos a la obra. No con la maestría del artista original, pero sí con muchísima más rapidez, suplió las carencias del personaje.
—¡¡Seño, lo encontré!!
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Antonio Luna Rodríguez
Mensajes olvidados
Cada vez que despertaba, encontraba una nota en su mano que no recordaba escribir.
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Valentina Navarro Jódar
Vainilla y Caramelo
Me desperté aturdido, con una palpitación en la sien y la sangre caliente recorriéndome el cuerpo. Unas manos duras y ásperas me agarraban por los hombros y me dirigían al juzgado. Steve, mi abogado, con restos de pasta de dientes en las comisuras de su boca, me miraba desconcertado. Ante mí, la fiscal: alta, pelo corto y liso. Desprendía un olor a caramelo avainillado. Me encantaba ese olor. Me recordaba a ella. Se levantó, lavando su mirada en mí, dejándome saber lo mucho que me despreciaba, y puso una grabación. Éramos ella y yo. Riendo. El disparo. Su risa se apagaba, transformándose en un llanto, mientras gritaba mi nombre. Con lágrimas en los ojos, enfoqué mejor la imagen. Ese no era yo. Pero tenía mi voz. Mi ropa. Y entonces lo entendí: Esto no era un juicio, era una trampa.
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Josefa Ros Ruiz
El sofá
Perdió su mirada en el remolino que la cuchara había creado en el café con leche hasta que el líquido caliente se desparramó por los bordes de la taza, alcanzado su dedo. Sacudió la mano en un acto inconsciente, sin considerar que su dedo estaba ligado a la taza que salió volando, dejando tras de sí una estela de arco iris marrón y líquido. Impactó sobre armarios y suelo y le devolvió a la realidad del momento. La realidad. El momento. Miró desde la cocina al salón vacío de vida y se detuvo en aquel viejo sofá de cuero marrón que Javi había recogido de la calle. Y vio el hueco, la cavidad del lugar que Javi había rellenado durante todos aquellos años. Se acercó caminando despacio, su camisón blanco de seda teñido de marrón. Observó la hondonada de cerca, la palpó y se dejó tragar por ella.
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José Francisco Sánchez Lozano
Satifacción generalizada
Lo maté porque no cumplió su promesa. En la caja decía: «La silla ergonómica que cambiará tu vida. No más dolor. No más frustración. Satisfacción garantizada». Ciento ochenta y nueve euros. En tres cuotas. Color cereza. El primer día, nada. El segundo, un crujido. El tercero, una punzada en la lumbar. A la semana, el dolor me obligaba a trabajar de pie. Escribí al servicio técnico. Me respondió Fabio: amable, evasivo. «Revise el montaje». «Pruebe otro ángulo». «Tenga paciencia». «Su cuerpo debe adaptarse». Mi cuerpo ya se había adaptado: al dolor, a la rabia, a la espera.Un martes lluvioso, Fabio vino a «evaluar el caso». Dijo que no podía hacer devoluciones: «Pero queremos que esté satisfecha». Le sonreí. Lo invité a sentarse. En la silla. Cuando se inclinó, solté el tornillo justo bajo su vértebra. Su crujido fue más sincero que el manual de instrucciones. Ahora, sí: estoy satisfecha..
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José María Torreblanca Perles
El espejo del club de tenis
Hace unos meses empecé a encontrar mensajes bellísimos escritos en el espejo empañado de las duchas del club de tenis. Al principio me asusté tanto que pedí que revisaran las cámaras de seguridad, pero no aparecía nada fuera de lo común. Supuse —qué remedio— que debía de ser algo paranormal. Pasaron varias semanas y, poco a poco, perdí el recelo inicial. Las dedicatorias eran siempre tan sensibles que empecé a esperarlas con cierta autocomplacencia, como si fueran likes de una red social. Un día dibujé un corazoncito y juraría que sentí una conexión especial. Últimamente, algunas frases sonaban cada vez más íntimas, susurrando secretos que yo misma nunca había dicho en voz alta. Ayer, sin embargo, el tono cambió: me dijo que mi falda era demasiado corta. No me fastidies. Le dibujé una mano haciendo la peseta. El espejo se quebró bruscamente y me corté. Joder con el espejito.
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María Isabel Jurado Hernández
Paráfrasis del mármol
En el depósito arqueológico de Siracusa, hay una estatua sin inscripción. No se sabe si representa a un dios, a un traidor o a una teoría. Lo curioso es que cambia. No en forma, sino en gesto. Un arqueólogo asegura que la vio con la mano extendida. Otro jura que antes cerraba los ojos. Un tercero sostiene que le guiñó. Se redactaron informes, se hicieron réplicas, se discutió su lugar en el canon sin llegar a consenso.
Un día, un visitante anónimo dejó una frase escrita en latín: «Repraesentat id quod spectator timet». Traduce: «Representa lo que el espectador teme». Desde entonces, nadie la mira directamente. Y, aún así, todos vuelven.
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Claudio Mamud
Lector entusiasmado
La madre, profesora de Literatura, estaba orgullosa de la fascinación que Don Quijote de la Mancha había ejercido en su hijo adolescente. El muchacho había leído la novela dos veces seguidas, y no hacía más que hablar del héroe y de sus disparatadas aventuras. La obra de Cervantes lo incentivó a comprar y leer montones de libros de caballería. La mujer empezó a preocuparse un poco cuando lo vio sacándole punta al palo de la escoba; más se preocupó cuando lo escuchó preguntar a sus amigos del colegio secundario si conocían a algún chico gordito, que fuera simpático, para salir con él a dar algunas vueltas.
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Laura Descalzi
Las fiestas
Clavaron mi cuerpo al suelo. Sobre él hacen fiestas, amables convites, divertidos bailes con cientos de invitados.
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