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Sr. García .
El mendigo

El mendigo

Cruce de vías ·

No es cuestión de elegir un dueño sino un amigo. Ambos residen en un mundo donde el ruido está lejos y no oyen ladridos

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Sábado, 22 de septiembre 2018, 00:19

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Yo podría ser ese mendigo que está sentado en la acera con el perro tumbado a sus pies. Pero lo veo difícil porque nunca me agradó mezclar a nadie en mis asuntos y mucho menos incitarle a llevar una vida inestable y confusa, aunque los perros se amoldan a las circunstancias por complicadas que sean y son capaces de guardar fidelidad incluso en los peores momentos. No les importa vivir a salto de mata con tal de alcanzar una relación pacífica y armoniosa con la persona que tienen al lado. No es cuestión de elegir un dueño sino un amigo. Ambos residen en un mundo donde el ruido está lejos y no oyen ladridos.

Me imagino sentado solo en la acera viendo pasar a los transeúntes. Andan atareados, dando vueltas de un lado al otro buscando la fortuna, igual que si jugaran a la ruleta; yo permanezco quieto, tranquilo, como si estuviera esperando una presencia que sé que nunca va a llegar. Si la suerte no se hubiera aliado conmigo en instantes precisos, ahora quizá fuera un mendigo. Ignoro cómo reaccionarían los demás al pasar delante de mí, porque soy incapaz de pedir favores y mucho menos limosna. Me puedo estar muriendo de hambre sin pronunciar ninguna queja. Me mantendría sentado a solas aguardando un golpe de suerte, la sonrisa de la fortuna, como si el azar tuviera alma. Recuerdo las decisiones que me salvaron de la ruina, ese maná que en ocasiones fabrica el cerebro cuando las cosas vienen mal dadas. Un chispazo de luz, un relámpago en la oscuridad. Las distintas opciones que he ido eligiendo a lo largo de la vida sin ser consciente de su importancia. Un impulso, un simple gesto, hacer algo o dejar de hacerlo. Escuchar el latido del corazón o ignorarlo. Una reacción espontánea nos cambia el destino. A veces se trata de la respuesta inmediata a un estímulo concreto. Una corazonada. Así, por ejemplo, surgen las relaciones amorosas y así también se esfuman incluso antes de comenzar. Igual pasa con los trabajos. Yo nunca he trabajado por cuenta ajena salvo cuando escribo en prensa, pero eso no lo considero trabajo. No me gusta trabajar para nadie. ¿Trabajar?, ¡que trabaje Rita.

Sé que esta manera de pensar puede arrastrarme a la pobreza y cualquier día verme transformado en el mendigo que está sentado en la acera con un libro en las manos que no lee, simplemente pasa las páginas en blanco de la vida, mientras el tiempo huye y él se consume sin darse cuenta. No hay ningún perro a su lado. Está solo, desnudo y sin nada encima, como vino al mundo, como se irá de él. Pero no todo ha servido para nada, conoció la felicidad y la mantuvo custodiada en silencio. Hoy todavía lo acompaña.

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