Manolo Castillo: el arte como viaje emocional a los lugares perdidos

Esa desprotección juega a favor de lo plástico en esta exposición de más de una treintena de piezas que se libera de algunos de los puntos de llegada que exhibía su primera exposición, 'Desde cero', para seguir una búsqueda que va de la abstracción a lo figurativo y vuelta. Algo que es particularmente visible en el color con el protagonismo de los azules, el verde, el negro e incluso el amarillo en una trilogía de piezas recientes y todavía de pequeño formato, 'Luego allí', que parecen pedir paso creativo al coquetear con lo geométrico. Unos lienzos en los que no aparece esa casa que se había convertido en seña de identidad y metáfora del yo en la obra de Castillo. Una casa sin puertas pero con ventanas que permitía mirar(se) al interior. Una reflexión a la que no renuncia, sino que transforma.

«La casa va perdiendo protagonismo, se adapta o se reubica en otro espacio ya que esa representación de las personas va a seguir, pero buscando otros lugares perdidos», ha señalado el artista, que precisamente da entrada en su obra al periodista que lleva dentro y que antes mantenía a raya. Así, las palabras comienzan a asomar en sus lienzos, como en el contundente 'Hate and Love', que estratégicamente nos recibe nada más entrar en una de las salas de la Económica. «El amor y el odio son dos caras de la misma moneda y las palabras son una manera de conectar con la obra», ha explicado Manolo Castillo que avanza que «el texto va a estar presente de aquí en adelante. Esa necesidad estaba ahí y, al principio, estaba oculta e intentaba alejarme de ella, pero pintar no se diferencia mucho de escribir una columna y con el paso del tiempo han surgido las palabras que me ayudan a reforzar lo que quiero expresar».

Esa presencia de lo verbal también está presente en una de las obras más grandes e hipnóticas de 'Lugares comunes', 'No vull baixar', que toma su título de la canción de Stay Homas, el grupo nacido en la azotea de una casa de Barcelona durante el confinamiento. Ese antes y después pandémico está también presente en este 'No quiero bajar' pictórico que transmite desde miedo a alegría a través de una explosión de colores difícil de clasificar y de una puesta en escena que orilla con el mural y el graffiti en el que el autor vuelve a hablarnos de sentimientos encontrados y de toda la gama de tonos que van del amor al odio. Una obra compleja en la que Castillo ha trabajado los dos últimos años en ese viaje por caminos que nunca había pisado. «Los juegos de palabras son muy sutiles, como una invitación a sumergirse dentro de la obra que no solo quiere ser bella estéticamente, sino también conmover e invitar a reflexionar», remacha.

Por el universo estético de Castillo transitan flores, corazones o nubes monocromo. Esta última, un nubarrón azul, cobra sentido con la cita de un proverbio japonés, «Un día dura tres otoños», que habla de la melancolía de echar de menos a alguien o algo. Lo mismo se puede decir de los soportes. El papel también irrumpe en la exposición con obras a carboncillo o acrílico, mientras que los lienzos ganan texturas y la pintura se convierte en algunos casos en materia, en sobrerelieves que se salen de las cuatro esquinas del marco. Un mundo muy personal, pero con el que el artista trata de inducir al espectador a sus propios lugares perdidos. Como él mismo hace con las referencias que están detrás de su forma de entender la creación y que parte de poetas desarraigados como Edmond Jabès y de la escuela de Nueva York de los años 50, que alumbró el expresionismo abstracto y en la que militaron Mark Rothko, Willem De Kooning o Jackson Pollock.

La inspiración de estos maestros está detrás de la forma de entender el arte de Manolo Castillo que, recuperando lo que le dijo Chicano, ha acabado encontrando el camino para esta segunda exposición que vuelve a situarse en un plano muy diferente al de su día a día. «La idea de exponer era despojarme de ese privilegio que supone la protección del periodico y expresarme simplemente con las emociones. Y si la primera vez fue una aventura, ahora muestro una obra con más solidez y un discurso más consistente», ha sostenido el artista, que piensa seguir perdiéndose por los lugares del arte. Por eso, termina con un deseo: «Espero que no haya dos sin tres».