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CRISTINA PINTO
Domingo, 23 de octubre 2022, 00:01
Que levante la mano quien, durante un paseo por la ciudad, no se ha encontrado a nadie con el móvil: ya sea hablando por teléfono, ... chateando, ojeando redes sociales o contestando a correos. Las nuevas tecnologías ya tienen un papel protagonista en la rutina diaria de cada persona. «No son malas, pero hay que saber cómo utilizarlas». Así lo aclara la psicóloga y columnista de The Wall Street Journal Susan Pinker, que este fin de semana ha estado en Málaga con motivo de la presentación en el CAC de su libro 'El efecto aldea. Cómo el contacto cara a cara te hará más saludable, feliz e inteligente'. Tras publicar hace años el conocido y comentado libro 'La paradoja sexual', en este 2022 su último trabajo ya está traducido al castellano por la Editorial Funambulista y se convierte en una nueva reflexión de la autora para debatir.
–¿Tiene redes sociales?
–Tengo una cuenta en Instagram y otra en Facebook, pero no suelo poner nada, soy celosa de mi intimidad. Mi antiguo editor me aconsejó que tuviese Facebook y me equivoqué, hubiera preferido Twitter.
–Hay mucho odio.
–Ya, tengo experiencias; no recientes, pero sí del pasado. Con el libro 'La paradoja sexual' y cuando escribía en el blog 'Psychology Today' me hacían comentarios hostiles a lo que publicaba.
–¿El más grave que recuerde?
–No se puede decir ni publicar. Pero era muy personal todo, ataques a mi vida. Cuando mi hijo entró en la universidad a estudiar Biología me dijo que eran cinco hombres frente a más de 400 mujeres y yo hice un comentario con humor que recibió reacciones brutales. Solo me quise referir a que las mujeres suelen interesarse más por ciencias de la vida y los hombres por física, matemáticas o informática. Y recibí mensajes diciéndome que iban a ir a por mi hijo, que ya que no podían conmigo iban a por él. Eso fue hace diez años y desde ahí dejé de publicar comentarios; incluso cuando iba con mis amigos y nos hacíamos fotos todos juntos les pedía que no pusiesen en redes nada en lo que saliese yo.
–En la aldea de Cerdeña en la que se basó para la investigación de su libro gran parte de los habitantes tenían esa vida que muchos añoran cuando dicen: «Voy a pasar un fin de semana en la montaña y así desconecto del móvil». Ellos no conocían esta otra vida de la tecnología.
–No solo en esa zona, allí es donde más había, pero hay varios porque son lugares apartados. Físicamente y culturalmente están aislados, desconectados, como en otra época; eso les influye mucho a la hora de mantener las relaciones, el tipo de cuidado y la atención a la gente mayor. Aunque corre el riesgo de desaparecer en los próximos tiempos porque, por ejemplo, a la sobrina de la intérprete italiana (tenía 16 años) le pregunté si iba a cuidar de sus padres cuando se hiciesen mayores y me contestó que no, que ella no estaba para eso.
–¿Se llegará a perder eso?
–No puedo predecir el futuro, pero si no se mantienen esas costumbres familiares que daban felicidad y ahora todos tienen el móvil parece que la cosa igual se puede ir al traste.
–El libro se publicó en 2014, después de esas conclusiones ha llegado la pandemia, ¿ahora sería diferente?
–La pandemia no fue buena en sí, pero el lado positivo fue que mucha gente se dio cuenta de lo importante que es el contacto físico con la gente.
–Bueno, pero ahora con la continuidad del teletrabajo...
–Un mixto de trabajo en casa y en la oficina sería lo ideal. Muchos estudios de mi libro dicen que los mejores artículos científicos se hicieron cuando los autores estaban muy cerca de sus oficinas, cuando se reunían y lo hacían juntos. Los grandes directivos cuando quieren tomar decisiones no lo hacen por Zoom o Skype, lo hacen cara a cara.
–¿Hay una sociedad menos feliz, inteligente y saludable?
–Desde la pandemia no he ejercido como psicóloga, pero estoy en el grupo de profesionales de Canadá y sé que hay que manejar largas listas de espera por pacientes con ansiedad y depresión. El aislamiento y el confinamiento forzoso ha tenido consecuencias muy fuertes en algunas personas.
–¿El ser humano está perdiendo el contacto social y va camino de ser un robot?
–Hay robots que ya cuidan a los mayores. Y más allá de esos cuidados, lo más saludable es que estas personas siempre vayan acompañados por alguien que le pueda coger el brazo o dar la mano, eso es lo que da calidad de vida. Al final lo que hace el robot es el otro extremo: limpiarlos, lavarlos, darles los medicamentos...
–¿No es una pena?
–Es poco serio porque es que la necesidad biológica nuestra es el contacto cara a cara. La vida social en España me ha sorprendido positivamente, no solo tras la pandemia, sino porque aquí todo el mundo es más feliz y cariñoso. Allí en Canadá también pasa, son muy besucones (risas).
–¿Es la población española más saludable que otras?
–No tengo datos estadísticos pero, por ejemplo, el pasado 12 de octubre vi a muchos ancianos acompañados por sus familiares paseando. Fue muy bonito.
–Un análisis sobre la sociedad actual y la tecnología.
–No creo que haya que deshacerse de los dispositivos, sino aprender a utilizarlos. Las nuevas tecnologías son buenas para la logística, pero no para transmitir emociones porque se pierden muchos matices.
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