Rafael Pérez Estrada: El abogado que agitó la poesía
Poesía al SUR ·
Genial y enigmático, Pérez Estrada peleó contra los géneros y el realismo de muchos de sus colegas, una libertad que lo apartó del relato oficial de su generación y lo convirtió en autor de cultoEscribía desde el trampolín de la imaginación, ajeno a las proclamas de grupo pero fiel a sus obsesiones. Esa independencia dejó literariamente huérfano a Rafael ... Pérez Estrada, sin hueco en la fotografía oficial de su generación. Comenzó a publicar tarde, con más de treinta años, pero su producción acabó siendo inmensa, repartida en ediciones de escasa tirada y mala distribución. Por eso su obra, con excepciones exquisitas como la antología 'Un plural infinito', editada por la Fundación José Manuel Lara de la mano de Jesús Aguado, permanece dispersa veinte años después de su muerte. Tampoco su estilo, entre ingenioso y enigmático, inaccesible para lectores rezagados, facilitó su reconocimiento. Pero, como buen mago, un ilusionista de palabras, se reservaba una última carta bajo la manga; convertido en autor de culto, dueño de una de las obras más secretas y opulentas de la poesía española, Pérez Estrada va ganando el pulso de la posteridad.
Nació en calle Larios en 1934, hijo de la pintora naif María Pepa Estrada, nieta de un ministro de Alfonso XIII y pionera en exponer sus cuadros fuera de España, y de Manuel Pérez-Bryan, alcalde de Málaga entre 1943 y 1947. Fue su propio padre quien amputó el apellido familiar para dar cabida al de su mujer hasta formar el Pérez Estrada que Rafael reivindicó con empeño. Sin renunciar a ese orgullo, el autor de 'La noche nos persigue' nunca practicó más aristocracia que la que esconden las metáforas e imágenes que pueblan sus textos, a veces en forma de poemas verticales, a menudo como prosa poética. Llamó Bryan de Livermoore a un personaje como guiño a su ascendencia inglesa. Amó su ciudad natal, la vida junto al mar que tanto contempló. En uno de sus relatos llegó a matar a un poeta que huyó del Mediterráneo, a quien le dedicó un epitafio implacable pero revelador: «Desleal al mar». Él, salvo alguna breve estancia fuera de Málaga, nunca se permitió esa traición.
Combinó la ironía con un profundo bagaje intelectual al servicio de su ingenio desbordante. En su mundo coinciden ángeles y obispos, bestias y flores letales. «Más allá de la melancolía todo es extraño», escribió en 'Diario de un tiempo difícil'. Trabajó como abogado de éxito tras matricularse en la Universidad de Granada en los años cincuenta. No necesitó la literatura para sobrevivir, si acaso para hacer respirable el aire viciado y gris de la dictadura. Aquella falta de servidumbre le permitió ignorar los géneros, pelear contra las etiquetas armado de fantasía. «Él solo constituyó una especie, una generación entera. Sinceramente, la literatura española no tenía prevista semejante maravilla», reconoció Juan Antonio González Iglesias a propósito de su exclusión en el relato oficial del grupo del cincuenta, liderado por autores como Jaime Gil de Biedma y Ángel González, una hornada fértil pero injusta con quienes publicaron a destiempo, como María Victoria Atencia y el propio Pérez Estrada.
Cultivó el teatro y la narrativa, aunque no tardó en decantarse por la poesía, hincando sus dientes en las vanguardias pese a ser consciente del riesgo que suponía cuestionar las propuestas realistas de muchos de sus colegas, como advirtió en un poema: «Aquí cualquier transgresión se pagará muy cara». Dejó miles de dibujos que solían llevar apuntes o leyendas, muestras de su capacidad de concisión, simbolizada en una descripción espléndida de la ciudad: «Málaga, martini del mar». En los años noventa publicó títulos imprescindibles como 'Libro de los reyes' y 'Los oficios del sueño'. Murió de cáncer a los 66 años, en mayo de 2000. La enfermedad provocó que escribiera algunos poemas espléndidos sobre el dolor, aunque su obra nunca fue inmune al desgarro, trufada desde los primeros libros de una nostalgia antigua: «He recibido una noticia terrible y paradójica: todos los delfines mueren ahogados en el mar».
Lectores exigentes
No abandonó su despacho de abogados hasta tres años antes de su fallecimiento. Participó de forma activa en eventos fundamentales de la vida cultural malagueña de finales del siglo pasado, como la creación del Centro Cultural del 27 y el Consejo Social de la Universidad. La ciudad «del gozo y de la dicha», como la definió, devolvió tanta devoción con el título de Hijo Predilecto. Su tardío despertar literario, el volantazo al centralismo cultural de Madrid y Barcelona, la oposición a la dictadura y la vastedad de su obra explican la marginalidad a la que fue condenado. No recibió grandes reconocimientos, aunque se ganó el respeto de la crítica y de un amplio grupo de lectores exigentes. «Desde luego no busco la fama, y la prueba es que soy un perfecto desconocido y no tengo ningún premio», confesó en una entrevista.
Esta semana cumpliría 86 años. Cuando se lo permiten las estrecheces presupuestarias, la Fundación Rafael Pérez Estrada custodia su legado desde hace casi una década. El autor malagueño nombró albaceas de su obra a su hermano Esteban y al escritor barcelonés José Ángel Cilleruelo, al tiempo que donó sus miles de poemas, dibujos, cartas, diálogos y novelas al Ayuntamiento de Málaga: leal al mar hasta la muerte.
RAFAEL PÉREZ ESTRADA
Agosto del 53
Gran importancia tuvo el amarillo
en el verano del cincuenta y tres.
Quizá su luminosidad, su acre sabor
justifiquen este especial afecto:
también es amable el amarillo.
Y el horizonte se hizo nostálgico y oculto,
demasiado lejano.
Bañarse en la noche es cazar transparencias,
separarlas como un juego de cromos
de la matriz del mar.
Y los perros ladraron
persiguiendo las sombras,
y un avión fingía
el vuelo de una estrella.
Septiembre
Por la llave supe que volvería.
Estaba como siempre: oxidada e inmóvil
debajo de una graciosa
alfombra de Teherán.
También había un mensaje
y preferí no leerlo:
hay excesivos S.O.S. en verano.
La nube
Contra toda costumbre
una nube ocupa el salón principal.
De repente, al abrir la ventana
vino envuelta en la luz
como llegan las prisas.
La creímos una nube extranjera
venida de un lejano
país beligerante.
No molesta,
y siempre está nublando
el techo de la sala
(un detalle exquisito).
Es elegante y leve,
casi azúcar de feria,
y parece feliz
aunque algunos domingos
llueva desconsolada.
Meditación
Una golondrina no hace verano,
ni una nube otoño,
y, sin embargo, el frío,
el desánimo, la enloquecida
soledad del invierno,
la sinrazón de la playa,
quedaron suspendidos
en tanto el corredor
señalaba en la arena
el brillo de su marca,
y el muchacho, inseguro,
seguía al corredor
en busca del verano.
8 (de 'El grito')
Se agotaron las lágrimas,
y los prestamistas, los que conocen el valor de las lágrimas, no daban abasto.
A veces se hizo necesario compartirlas como se comparten el pan y la tristeza.
Y en los desagües, el dolor se atascó de pronto.
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión