La poesía en tiempos de pandemia
El coronavirus inspira ya los primeros poemas, pero muchos autores escribieron antes sobre enfermedades y convalecencias, sobre el miedo a lo desconocido y el tedio del aislamiento: «Me pasé tres meses en la cama, / jugando con la playstation»
El diagnóstico de una tuberculosis pulmonar grave, al cumplir la mayoría de edad, mantuvo a Ángel González postrado a una cama durante tres años. La ... poesía se convirtió entonces en un modo de resistencia, una estrategia para vencer a la muerte, recuperándose mientras leía a Lorca, Neruda, Alberti y Juan Ramón Jiménez. Tiempo después, consolidado como una de las voces imprescindibles de la generación del cincuenta, escribió 'Inventario de lugares propicios al amor', donde recomienda «los contrafuertes exteriores / de las viejas iglesias» para practicar sexo y advierte del riesgo de ser cazado: «Queda quizá el recurso de andar solo, / de vaciar el alma de ternura / y llenarla de hastío e indiferencia, / en este tiempo hostil, propicio al odio».
También Chantal Maillard conoce el agujero que abre la enfermedad. La escritura, en su caso, funcionó «como quien deja la luz encendida / y duerme de pie sobre sí mismo / para saldar las cuentas con el miedo». Ahora que el coronavirus monopoliza conversaciones y decisiones, conviene recordar el poder de la poesía, su capacidad «para morder de nuevo el anzuelo de la vida / para no claudicar», como escribió la autora malagueña, Premio Nacional por 'Matar a Platón'. No muy lejos de los Baños del Carmen donde Maillard libera gatos encerrados entre las piedras vive Ben Clark. El poeta ibicenco, afincado en Málaga, capaz de combinar instantaneidad y alta literatura, ya ha escrito un poema sobre el maldito virus: «Sabemos que no pueden contagiarnos. / Sabemos que hace tiempo / que ha mutado la cepa de ese amor / que casi nos fulmina».
El propio Clark, uno de los autores más brillantes de la poesía española actual, estuvo convaleciente tras sufrir un grave accidente: «Porque fui de titanio dos años y tres días / puedo hablar de los deseos del frío, / de la quietud y el eco / de los polideportivos. Dos años / y tres días enteros sin llorar». Un hilo creado en Twitter por el autor de 'Armisticio' invita a compartir poemas bajo la etiqueta #CoronaVersos. Los usuarios fotografían textos como este haiku de Luis Alberto de Cuenca: «Se nos salía / el amor por el borde / de nuestras copas». También el grito de desamor de Idea Vilariño después romper con Juan Carlos Onetti: «No viviremos juntos / no criaré a tu hijo / no coseré tu ropa / no te tendré de noche / no te besaré al irme / nunca sabrás quién fui / por qué me amaron otros».
Las autoridades aconsejan mantener una distancia mínima de un metro con otras personas. Cristina Peri Rossi ya escribió que «todo es cuestión de distancia» en el amor y en el boxeo: «Pero si estás lejos / sufro me entristezco / me desvelo / y escribo poemas». Cuando se recuperaba después de que un coche la atropellara, la autora uruguaya descubrió las videoconsolas: «Me pasé tres meses en la cama / con la pierna derecha en alto / jugando con la playstation». El libro que contenía aquel poema la convirtió en la primera mujer en ganar el Premio Loewe. Más clásico, Juan Antonio González Iglesias recuerda cuáles son las funciones básicas del poeta: cantar, bendecir, maldecir, suplicar, llorar. «No soy un novelista. Yo no invento. / No puedo permitirme la mentira / en esta relación. Doy mi palabra», escribió el autor salmantino en 'Un ángulo me basta'.
Paca Aguirre leyó la obra de Miguel Hernández, alicantino como ella, y descubrió que la poesía podía ser precisa, digna, justa, un destino para su compromiso social. Construyó una obra poderosa centrada en la crítica social descalzada de moralina, una escritura que baja del pedestal para reparar en lo cotidiano y denunciar la desigualdad: «Porque, sin duda, tener no es lo nuestro, / y sí soñar desesperadamente / que todo lo tenemos al borde de la mano». Miembro de su misma generación, José Manuel Caballero Bonald reivindicó la incertidumbre en 'La noche no tiene paredes', convencido de que la falta de dudas es síntoma de estupidez: «Vivir es ir dejando atrás la vida».
Nadie como Jaime Gil de Biedma ha sabido expresar el amargor que provoca la fugacidad: «Que la vida iba en serio / uno lo empieza a comprender más tarde / —como todos los jóvenes, yo vine / a llevarme la vida por delante». El poeta catalán, genial y subversivo, murió precisamente de un virus, el VIH del que este año han empezado a anunciarse las primeras curas. Contra el nuevo coronavirus aún no hay tratamiento, pero la pandemia ya ha inspirado algunos poemas. Otros, simplemente, siguen esperando ser leídos. Y qué mejor momento que esta cuarentena recomendada.
Ben Clark
Inmunizados
Se habla de la pandemia últimamente,
las calles se vacían
y las farmacias cuelgan en las puertas
carteles donde anuncian que ya no hay mascarillas.
Puede que el fin del mundo llegue pronto.
Algunos de nosotros, mientras tanto,
seguimos recorriendo las aceras
sin prestarle atención a las noticias.
Sabemos que no pueden contagiarnos.
Sabemos que hace tiempo
que ha mutado la cepa de ese amor
que casi nos fulmina.
Amor cuyo recuerdo me inmuniza el aliento
y no hay, ya, nada nuevo que pueda hacerme daño.
Luis Alberto de Cuenca
Balmoral
Se nos salía
el amor por el borde
de nuestras copas.
Cristina Peri Rossi
Distancia justa
En el amor y en el boxeo
todo es cuestión de distancia
Si te acercas demasiado me excito
me asusto
me obnubilo digo tonterías
me echo a temblar
pero si estás lejos
sufro entristezco
me desvelo
y escribo poemas.
José Manuel Caballero Bonald
Entra la noche como un trueno (fragmento)
Entra la noche como un grito
por el silencio de los muros,
propaga espantos y vigilias,
late en lo hondo de las piedras,
abre los últimos boquetes
entre los cuerpos que se aman,
y en el papel emborronado
entra también la noche.
Ángel González
Inventario de lugares propicios al amor (fragmento)
Pero desengañémonos: las bajas
temperaturas y los vientos húmedos
lo dificultan todo.
Las ordenanzas , además, proscriben
la caricia (con excepciones
para determinadas zonas epidérmicas
—sin interés alguno—
en niños, perros y otros animales)
y el «no tocar, peligro de ignominia»
puede leerse en miles de miradas.
¿Adonde huir entonces?
Francisca Aguirre
Desde fuera (fragmento)
Recuerdo que una vez, cuando era niña,
me pareció que el mundo era un desierto.
(...)
Sé que una vez, cuando era niña,
el mundo fue una tumba, un enorme agujero,
un socavón que se tragó a la vida,
un embudo por el que huyó el futuro.
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