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Nerea Arco
Málaga.
Sábado, 7 de junio 2025, 02:00
Algo tan simple y, en ocasiones, tan vulgar, como la barra de un bar. Javier Rueda, sociólogo y politólogo, va más allá. «Tantos bares que ... tenemos en España y nadie había investigado antes sobre ellos», comienza así la presentación de su libro: 'Utopías de barra de bar', con el que acaba de ganar el 'I Premio de Ensayo Utopías que caben en el BOE', organizado por Lengua de Trapo y el Círculo de Bellas Artes.
Un murmullo cálido recorre la librería Luces de Málaga. Parece que casi todos conocen bien al escritor y le tienen cariño. La mayoría sostienen entre sus manos el libro rosa, igual de grande que la palma de una mano, pero con el peso de una tesis y varios años de investigación. Con un enfoque crítico y humano, el autor desgrana el valor simbólico y funcional de estos establecimientos, alejándose de la mirada superficial.
Para Rueda, un bar, sobre todo de pueblo, es un lugar de encuentro y de ocio, pero también es una trinchera en la lucha contra la homogeneización y una oportunidad de sentirte incómodo y debatir. A su juicio, son lugares donde la gente de diferentes clases sociales e ideologías se encuentra, habla, bebe, discute y, lo más importante, intercambia ideas. «La democracia no es un concepto abstracto y estos espacios ayudan a desarrollarla». ¿Qué nos está dando un bar que no nos lo da otro sitio? ¿Qué se pierde realmente cuando cierra el último bar de un pueblo? «El bar es una señal de vida», explica el escritor. «Y si me preguntáis si me he hinchado a beber en la investigación, efectivamente», bromea.
Para las personas mayores que viven solas, estos lugares son su refugio social. Javier Rueda cuenta una historia de uno de los bares a los que acudió: «Un señor que iba diariamente a su taberna de confianza, un día faltó. Todos inmediatamente se percataron de ello, fueron a su casa y, efectivamente, había fallecido». Si no fuera por esta rutina, tal vez no se hubieran dado cuenta tan rápidamente.
Rueda no idealiza. Reconoce que cada vez le gustan menos los bares que se encuentra. Considera que abren y cierran y no permiten crear un vínculo entre clientes. No los dejan echar raíces. «A mí me gustan los bares de pueblo, esos donde te encuentras con gente que piensa igual que tú y gente que no, pero estás obligado a verlos», confiesa. Cada vez abren más locales de franquicias y cierran los de toda la vida. En los primeros no conocen tu nombre, ni lo que sueles tomar. Los segundos son lugares imperfectos pero mantienen la esencia de lo humano y lo social.
El malagueño recuerda sus aventuras por el interior del país y rememora una conversación que tuvo con gente de un bar en Cuenca mientras tomaba unas cervezas. Hablaron de la despoblación rural. «Desde pequeños le decimos a los niños que se vayan de aquí, que busquen un futuro fuera. Primero tenemos que creer nosotros en las oportunidades en los pueblos, pero también nos tienen que creer. Tenemos parte de culpa en esta despoblación, pero en absoluto toda», debatían algunas personas, cómo no, en la barra de un bar.
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