El aullido interminable de Goytisolo
Poesía al SUR ·
Marcado por el asesinato de su madre y la rivalidad con sus hermanos, el autor catalán se rebeló contra las élites que lo despreciaron por su popularidad: «Consideráis que soy un mal poeta / pues cantan cosas mías por las calles»Alberto Gómez
Viernes, 27 de septiembre 2019, 01:26
Ahora que de casi todo hace ya veinte años, como repetía Gil de Biedma, se cumplen dos décadas de la muerte de José Agustín Goytisolo. ... Cayó desde la ventana de su casa, en Barcelona: un tercer piso cuya altura resultó letal. Estaba solo y atravesaba uno de sus recurrentes episodios depresivos, circunstancias que dispararon las conjeturas acerca de las causas del desplome, por lo general considerado un suicidio pese a que su familia insiste en que se trató de un accidente doméstico producido mientras trataba de arreglar una persiana. Poco importa ya si aquel final fue voluntario o no. El autor catalán trascendió los estrechos márgenes reservados a la poesía para convertirse en uno de los autores más populares del país. En las voces de cantantes como Paco Ibáñez, Serrat, Mercedes Sosa o Rosa León, muchos de sus textos adquirieron condición de himnos. Goytisolo sabía que aquella fama espantaba a las élites literarias, a las que plantó cara: «Consideráis que soy un mal poeta / pues cantan cosas mías por las calles».
Nunca logró curar la herida abierta por el asesinato de su madre, víctima de un bombardeo ejecutado por la aviación fascista en 1938. Contaba Vázquez Montalbán que si García Lorca había sido la gran víctima cultural de la guerra, la madre de los Goytisolo era el símbolo del terrible zarpazo que el conflicto había asestado a la sociedad civil: era una mujer joven e inocente que había ido al centro de Barcelona a comprar juguetes para sus hijos. Se llamaba Julia, nombre que el poeta puso a su hija, a quien dedicó su composición más recordada: 'Palabras para Julia'. El poema, una grieta para la esperanza y la rebeldía interpretada como consigna contra desánimos y dictaduras, vacila entre la elegía y la ternura: «Nunca te entregues ni te apartes / junto al camino, nunca digas / no puedo más y aquí me quedo». Fue publicado por primera vez en 1973 como parte de 'Bajo tolerancia', aunque años después dio título a otro libro reeditado en varias ocasiones, ya como canto a la resistencia. Su hija, destinataria del poema, confesaría tras la muerte de su padre que en los versos «porque la vida ya te empuja / como un aullido interminable» la horrorizaron durante su infancia y adolescencia, antes de comprender el significado: «Siempre he pensado que debería titularse 'Palabras de Julia' porque era lo que le hubiera gustado oír de su madre. Son palabras dirigidas a sí mismo».
Así como la ausencia de la madre marcó la vida y por extensión la obra de Goytisolo, la presencia del padre queda reducida a unas pocas menciones en poemas menores. Nunca perdonó que lo puenteara sobre sus hermanos, primero a la sombra de Antonio, el primogénito, que falleció pronto, y después oscurecido por Juan, guapo y talentoso, también escritor. José Agustín, frágil y romántico, perpetuo insatisfecho, nunca fue el favorito de la casa, o al menos así lo percibía, dolido: «Me perseguía siempre / la triste cantinela: / no sirves para nada». Mucho se ha escrito sobre la relación de los Goytisolo, hasta conformar la leyenda de una supuesta rivalidad literaria entre los tres hermanos: José Agustín, Juan y Luis. Por encima de aquella competitividad, sin embargo, latía el dolor común por la orfandad materna.
Generación de los 50
«Prefiero que recuerden alguno de mis versos / y que olviden mi nombre. Los poemas son mi orgullo», escribió José Agustín en 'Sobre las circunstancias'. Su constante necesidad de sentirse querido desmentía aquellos versos. A ojos de Juan no era un escritor puro: jugaba al fútbol, había estudiado Derecho, estaba casado y vivía en un barrio burgués. Pero su vida nunca resultó idílica. Convivió con el fantasma de la depresión durante décadas pese a los baños de gloria que se daba en las giras con Paco Ibáñez, voz por derecho propio de 'Palabras para Julia'. Se abrió hueco en la Generación de los 50, formada por niños de la guerra que habían quemado puentes, sin provocar humareda, con el 27. En aquel grupo estaban colegas como Claudio Rodríguez, Ángel González, Manuel Alcántara o María Victoria Atencia. José Agustín utilizó su popularidad para dirigir el foco hacia poetas por entonces desconocidos como Joan Margarit.
Combinó la poesía más comprometida («En este mismo instante / hay un hombre que sufre, / un hombre torturado / tan sólo por amar / la libertad») con obras intimistas, siempre impregnadas de su habitual melancolía. También se rebeló contra la falsa atalaya desde la que predicaban integridad algunos de sus compañeros: «Oh, tú que me censuras pues no escribo / de dioses y me exalto por cosas de la tierra, / conoce a estos hombres: como los inmortales / luchan ardiendo por su libertad». No le perdonaron que en sus libros mezclara poemas nuevos y antiguos, encargos y versos salidos de las entrañas, como si la edición no le importara.
Renegó de la poesía social, de quienes «se dan golpes de pecho y repiten la palabra España». Sus últimos poemarios, como 'Las horas quemadas' y 'Como los trenes en la noche', muestran al Goytisolo más profundo y herido, el hombre que, queriendo o no, se precipitó para siempre en la última primavera de los años noventa.
José Agustín Goytisolo
Palabras para Julia
Tú no puedes volver atrás
porque la vida ya te empuja
como un aullido interminable.
Hija mía, es mejor vivir
con la alegría de los hombres
que llorar ante el muro ciego.
Te sentirás acorralada,
te sentirás perdida o sola,
tal vez querrás no haber nacido.
Yo sé muy bien que te dirán
que la vida no tiene objeto,
que es un asunto desgraciado.
Entonces siempre acuérdate
de lo que un día yo escribí
pensando en ti como ahora pienso.
Un hombre sólo, una mujer
así, tomados de uno en uno,
son como polvo, no son nada.
Pero yo cuando te hablo a ti,
cuando te escribo estas palabras,
pienso también en otros hombres.
Tu destino está en los demás,
tu futuro es tu propia vida,
tu dignidad es la de todos.
Otros esperan que resistas,
que les ayude tu alegría,
tu canción entre sus canciones.
Entonces siempre acuérdate
de lo que un día yo escribí
pensando en ti como ahora pienso.
Nunca te entregues ni te apartes
junto al camino, nunca digas
no puedo más y aquí me quedo.
La vida es bella, tú verás
como a pesar de los pesares,
tendrás amor, tendrás amigos.
Por lo demás no hay elección
y este mundo tal como es
será todo tu patrimonio.
Perdóname, no sé decirte
nada más, pero tú comprende
que yo aún estoy en el camino.
Y siempre, siempre, acuérdate
de lo que un día yo escribí
pensando en ti como ahora pienso.
Negrita no te olvida
Poner fin al dolor causa dolor.
Recuerda aquella perra suplicante
mirándole y gimiendo: no podía
ni caminar. En coche a un descampado:
y disparó mirándola a los ojos.
Pensó: que así caridad tengan: que
no dejen que muera retorciéndome
en una horrible cama de hospital.
En este mismo instante
En este mismo instante
hay un hombre que sufre,
un hombre torturado
tan sólo por amar
la libertad. Ignoro
dónde vive, qué lengua
habla, de qué color
tiene la piel, cómo
se llama, pero
en este mismo instante,
cuando tus ojos leen
mi pequeño poema,
ese hombre existe, grita,
se puede oír su llanto
de animal acosado,
mientras muerde sus labios
para no denunciar
a los amigos. ¿Oyes?
Un hombre solo
grita maniatado, existe
en algún sitio. ¿He dicho solo?
¿No sientes, como yo,
el dolor de su cuerpo
repetido en el tuyo?
¿No te mana la sangre
bajo los golpes ciegos?
Nadie está solo. Ahora,
en este mismo instante,
también a ti y a mí
nos tienen maniatados.
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