Lento
Línea de Fuga ·
Quizá el dinero que vaya a destinarse a transportes, movilidad, urbanismo, digitalización y otros asuntos pueda y deba tener un ojo puesto en la cultura. Y también viceversaAlberto lo publicó hace unos días a la hora de la siesta: «Nos cuesta gestionar los efectos de esta pandemia, que es una putada, porque ... atañen a todo lo que hemos esquivado: la conciliación, el cuidado de otros. Y nos obliga a pensar qué hacer con los niños y los mayores, con los dependientes, con todo lo que no resulta productivo». El virus nos mantiene en una víspera constante, esperando no se sabe qué, bueno sí, nada bueno, y nos enfrenta también, de nuevo, sin transición, vacuna ni anestesia, a la exigencia de una lentitud obligada, aceptada a regañadientes bajo la mascarilla. Y así te espera una cola en la frutería, otra en la carnicería, en la farmacia seguro y tiene pinta de que también en la papelería de la esquina donde compras el periódico y alguna revista. Justo enfrente hay otra cola en la puerta del estanco, con un cartel que dice que es por la salud de los clientes, porque la poesía espera en cualquier rincón de cada día.
En un rincón del Museo Picasso espera una pequeña novedad deliciosa. Dice el director artístico del museo que la pandemia les está obligando a trabajar más lento. Lo comenta en la nueva sala de la colección, estrenada esta semana y dedicada a las cerámicas y pinturas que hablan de algunos de los deseos más íntimos del artista, de su mirada siempre regresada hacia el Mediterráneo, los mitos, la infancia y la creación ejercida como un encuentro irremediable entre la razón y la pasión, entre la vida y la muerte, a cuyo equilibrio parece encomendarse nuestro futuro, jugado a la carta de la convivencia con el miedo, a la prudencia con los dedos cruzados. Salud y suerte. En el Picasso tienen de la una y de la otra. La suerte de contar con la complicidad y los fondos de Christine y Bernard Ruiz-Picasso, la salud económica de ser el único museo de por aquí con más ingresos propios que dinero público en sus cuentas. Claro que ese cuadro parece difícil de mantener colgado a corto y medio plazo, con las salas huérfanas de turistas y las actividades culturales sometidas a restricción de aforo, así que en el museo se han movido con determinación quirúrgica. Extirparon la exposición sobre Meret Oppenheim que prometía ser memorable y aplazaron la de Miquel Barceló hasta el nuevo año. Ahora barruntan la posibilidad de que Barceló visite antes el museo, quizá este mismo año, con la excusa del parentesco entre su obra y la de Picasso.
En el museo lo llevan preparando desde hace semanas, meses, con la lentitud que exige el virus en cada movimiento. Quizá lo importante sea, justo ahora, moverse, no estarse quieto a verlas venir, porque puede que ni las veas ni vengan. Lo hablábamos el otro día en un foro acogido por La Térmica. Allí sonaron de nuevo los 140.000 millones de fondos europeos para la recuperación frente a la crisis del Covid-19. Se repitió la cifra inverosímil como el estribillo de una canción faciliona que promete hacernos olvidar nuestros males, aunque sea un instante. Hubo quien planteó alguna regla de tres para concluir que a las industrias culturales le correspondían nosecuántos miles de millones según su peso en alguna balanza con muchos ceros. Es una forma de verlo.
Otra tiene que ver con la posibilidad de trazar un plan integral, transversal y flexible. Recordar, por ejemplo, que en esta ciudad es más fácil ir en transporte público a cualquier centro comercial que al Museo Ruso, que la plaza que han tardado más de diez años en hacer frente a Tabacalera no es apta para calvos con pieles sensibles, que la peatonalización de una calle no debe traducirse en la expulsión de librerías, tiendas de discos o galerías de arte (por citar las de este negociado) incapaces de soportar la especulación inmobiliaria. Porque el dinero que vaya a destinarse a transportes, movilidad, urbanismo, digitalización y otros asuntos debe tener un ojo puesto en la cultura. Y viceversa. Para eso hace falta una estrategia global y un poco de calma, hacer de la lentitud un motor de cambio sostenido, escuchar por una vez los clásicos: 'festina lente'. Apresúrate despacio. Nunca nos hizo tanta falta.
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