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Quizá una de las más fructíferas traiciones de la historia la cometió Max Brod, el amigo íntimo de Franz Kafka, al desobedecer el deseo de ... este de que su obra fuera incinerada después de su muerte. Entre los textos que Kafka quería salvar del fuego no se encontraban obras fundamentales como 'El proceso' o 'El castillo', así que su existencia se la debemos a esta pequeña gran traición. Esta semana, en el marco de una clase magistral de los Cursos de Verano de la Universidad de Málaga (UMA), el escritor Lorenzo Silva afirmó sin dudar que Kafka es el escritor más influyente del siglo XX. El autor de «La metamorfosis» se asegura un lugar en el panteón de los grandes junto a Joyce, Woolf, Borges y unos pocos más.
El novelista Lorenzo Silva comparte con Kafka el haber estudiado Derecho y haber ejercido como abogado hasta que, en el caso de Silva, la literatura se convirtió en su sustento. Kafka, sin embargo, solo conoció una sombra del éxito que le llegaría después, reflejado, por citar un ejemplo en la cultura popular, en la aceptación de la palabra 'kafkiano' para describir situaciones absurdas, ambiguas, pesadillas en vida a menudo relacionadas con la burocracia, entendida como una forma infame de demostración de poder, y que los juristas conocen bien. Quizá, si Kafka realmente hubiera querido que su obra fuera destruida, habría dejado una constancia legal más sólida. Ahora celebramos el centenario de su muerte y su legado se encuentra en batallas judiciales, acaso provocando situaciones que lo kafkiano quiere describir.
Lorenzo Silva también aludió a la íntima relación entre el Derecho y la literatura, que es también razón por la cual hay muchos escritores que han pasado antes por el estudio de las leyes: tanto el abogado como el novelista tienen su principal herramienta de persuasión en la palabra. Precisamente, 'la persuasión por la palabra' era el título de la conferencia que impartió sobre Kafka en la penúltima jornada de los Cursos de Verano que organiza la Fundación General de la UMA. El balance de estos encuentros ha sido sobresaliente: casi 3.000 personas se han inscrito en alguno de los 23 seminarios, nueve clases magistrales y dos mesas redondas celebradas en Málaga, Ronda, Marbella o Vélez-Málaga. Se trata además de actividades abiertas a todo el público, con matrícula gratuita y que no están restringidas a alumnos de la Universidad; son para cualquiera, incluso se puede participar de oyente (que es una figura que a mí me apasiona) si es que hay plazas disponibles; algo que se volvió difícil en alguno de los cursos que se han ofertado, como el que dirigió el artista Rogelio López Cuenca sobre arte, cultura y turismo y que se celebró, con todo lleno y lista de espera, en el Ateneo de Málaga.
También se ha hablado de jazz, de Vicente Espinel y su décima, de los oficios de las letras, la inteligencia artificial, el papel del ejército en la sociedad actual, la Semana Santa o la masonería, entre otros temas, y además con invitados de primer nivel, y todo esto ha enriquecido nuestros quehaceres durante tres semanas y ha demostrado, de nuevo, la ligazón de la Universidad de Málaga con la actualidad, su compromiso con la excelencia y su capacidad para conectar con las inquietudes contemporáneas, la promoción del pensamiento crítico y el enriquecimiento cultural.
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Ignacio Lillo
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