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MIGUEL LORENCI
BILBAO.
Domingo, 21 de octubre 2018, 00:03
Giacometti es mucho más que los estilizados bronces que le convirtieron en el escultor más cotizado del mundo. Antes de llegar a su filiforme síntesis de la figura humana, transitó por la figuración, el cubismo o el surrealismo, como se aprecia en la espectacular muestra que acoge hasta febrero el Guggenheim de Bilbao. Explora la obsesión por la figura humana de uno de los más grandes escultores de la historia. Descubre a Giacometti antes de Giacometti, alternando obras celebérrimas como 'El hombre que camina', 'Mujeres de Venecia', 'Mujer con carro' o 'Nariz', con otras 'secretas' como 'Mujer cuchara', 'Mujer degollada', 'Bola suspendida' o 'Gato'.
Recorre cuatro décadas a través de 200 piezas entre esculturas, pinturas y obras sobre papel que desgranan la continua evolución del artista, su infatigable «búsqueda de la verdad», desde sus tentativas cubistas y surrealistas hasta la forja del genuino estilo que lo consagró como un genio universal tras su retorno a la figuración a finales de los años treinta.
Muchas de las piezas expuestas destrozarían récords en las salas de subastas, donde ya se pagaron 141 millones de euros por 'El hombre que señala', 83 millones por su sintética 'Cuádriga' y 74 millones por 'El hombre que camina'. Casi todas fueron concebidas y realizadas en el diminuto estudio del escultor en Montparnasse del que jamás se mudó. La parisina Fundación Giacometti cede piezas de múltiples escalas: de yesos y bronces de tres metros y muchos kilos y otras de unos centímetros y pocos gramos -'Hombre pequeño sobre un pedestal'- que aguantan el tipo confrontadas a las toneladas de acero de Richard Serra.
El alma de la muestra es la extraordinaria colección de la fundación, reunida por la viuda del artista, Annette: casi 400 esculturas, 130 pinturas y más de 4.000 documentos y obras en papel de las cuatro décadas en las que Alberto Giacometti (1901-1966) no cejó en la búsqueda que lo convertiría en uno de los artistas más influyentes del siglo XX junto a Picasso. Quería «ver, comprender el mundo, sentirlo intensamente y ampliar al máximo nuestra capacidad de exploración».
Hijo del pintor neoimpresionista Giovanni Giacometti, llegó a París en 1922 y optó por la escultura. En 1926 se instaló en el que sería su taller hasta el final de su vida, un cubículo alquilado de 23 metros cuadrados en la calle Hippolyte-Maindron. En ese minúsculo habitáculo forja su peculiar visión del mundo, en la que la figura humana es crucial. Facturó febril e insatisfecho piezas inspiradas en su padre, su hermano Diego, su esposa Annette, sus amantes y amigos como Jean Genet o Simone de Beauvoir . «Desde siempre, la escultura, la pintura y el dibujo fueron para mí medios para comprender mi propia visión del mundo exterior del rostro y del conjunto del ser humano. De mis semejantes y, sobre todo, de aquellos que, por un motivo u otro, están más cerca de mí», explicaba. Mujeriego irredento, Giacometti frecuentó burdeles y encadenó amantes, pero era un creador reflexivo a quien Jean-Paul Sartre definió como el artista «existencialista por excelencia».
La figura humana le obsesionó y es la esencia de la muestra, que alterna sus piezas más abstractas y desconocidas con sus esquemáticas y rugosas figuras de caminantes y sus hieráticas mujeres.
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