Diálogo de perros
Al regresar a casa, me fijé en la gente que dialogaba a gritos de una acera a la otra. Igual que ladridos, pensé
Ayer hablé por teléfono con Mónica. Antes de despedirnos le pregunté por Greta. Respondió que anda desconcertada con lo que está sucediendo y los cambios ... que ha experimentado su vida en los dos últimos meses. Me contó que cuando salen a pasear y se coloca la mascarilla, la perra la observa extrañada, como si Mónica se hubiera vuelto loca y confundiera los papeles. «No se explica que en vez de ella sea yo quien se pone el bozal para salir a la calle», dijo. Tampoco comprende que nadie le acaricie ni le diga nada. El barrio se ha convertido en un territorio inhóspito. Al llegar a casa todo vuelve a la normalidad. Sin embargo Greta se da cuenta que ya no reciben visitas y que pasan las horas juntas y encerradas como si el resto del mundo las hubiera abandonado. Ella no habla, pero se expresa con la mirada. Luego ven los noticiarios de la tele y Mónica tiene la impresión de que poco a poco Greta va desvelando el misterio.
Después de hablar con Mónica salí a comprar algunas cosas al supermercado. Los clientes íbamos con bozal, los perros esperaban fuera en un corro hablando de sus cosas. Al regresar a casa, me fijé en la gente que dialogaba a gritos de una acera a la otra. Igual que ladridos, pensé. Dejé la compra en la cocina y salí a la terraza. Recordé a Greta, una perra lista, cariñosa, educada. Estoy convencido de que huele el miedo y se percata de la tristeza igual que la inmensa mayoría de los perros. No es que le sorprendiera lo que veía todos los días cuando Mónica la sacaba a pasear, ni las imágenes que repetían los telediarios, ni la soledad que envolvía el barrio hasta la caída de la tarde; lo que realmente le causaba asombro y le producía temor era lo que permanecía oculto acechando en la oscuridad, algo que su instinto relacionaba con el agrio sabor del miedo. «¿Qué pasa?», se preguntaba.
Ayer noche, estuve a punto de llamar de nuevo a Mónica y decirle que mirase a Greta fijamente a los ojos y la escuchara hablar en silencio. Seguro que tiene muchos secretos que desvelar, lo transmite con la mirada. Ella posee ese don instintivo que le permite olfatear lo que aún está por venir. Al final, no llamé a Mónica. Me tendí en el sofá, cerré los ojos y anduve como un perro vagabundo por las calles de una ciudad imaginaria oliendo aquellos cuerpos que no tienen forma ni materia, cuerpos invisibles que atraviesan el aire como si fueran fantasmas, cuerpos que amenazan nuestra vida y que también la salvan. Entonces descubrí que la respuesta a la inmensa duda que Greta se plantea y que nadie todavía ha resuelto consiste en algo tan inescrutable como el destino.
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