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Ya avisaba el título de la gira final sabinera, 'Hola y adiós', que el espíritu canalla y la ironía no tienen edad ni vuelta atrás. ... Ni siquiera en este capítulo final que ayer trajo de regreso a Málaga a Joaquín en un concierto bis, porque mañana repetirá para despedirse del doble de su público, aunque no de todos los que hubieran querido. Si hace tres, cuatro o diez funciones más lo hubiera petado igualmente. Aunque habría sido una gira inacabable, todo sea dicho. En el hasta pronto de anoche la nostalgia apenas asomó en el verso de calle Melancolía. Así que en lugar de vagar por los tejados como un gato sin dueño, el Martín Carpena fue una fiesta en la cocina que disfrutó de ese chef único e irrepetible con bombín y voz rota, cantautor de recetas imprescindibles de nuestra banda sonora y al que ni las caídas de un mal paso ni los marichalazos han retirado de los fogones hasta que ha querido. A sus cuarenta y diez y veintiséis. No, las despedidas no son amargas cuando las canta Joaquín Sabina.
«Buenas noches Málaga», fueron sus primeras palabras tras empezar derramando unas 'Lágrimas de mármol' y negar después la mayor -incluida su leyenda- en esa canción casi testamentaria que es 'Negándolo todo' para ir entrando en ambiente en este primer concierto en la Península, como él mismo recordó, después de irse con la música a otra parte, a hacer las Américas y las Canarias en el comienzo de su gira. Y ya de vuelta a casa comenzó este viernes su despedida por Málaga. No sé si fue buscado o simple casualidad, pero el detalle no dejó de tener su justicia poética ya que, como repitió anoche una vez más, aquí vivió en sus comienzos «una de las mejores épocas de mi vida», también al borde del mar, pero en la otra cara de la ciudad, en el mítico Zambra de Pedregalejo, «sucursal de la Mandrágora».
«Este es el primero y si nos veis con cara de risa y alegría es porque es un gustazo y un honor empezar la gira española en Málaga», dijo sentado en su taburete y haciendo rugir al personal, al que recordó que «algunas de mis primeras canciones están escritas y estrenadas en Málaga y conocí en Zambra a gente que son amigos míos de toda la vida, como Antonio Banderas y María Barranco». Una de esas letras que emborronó y cantó por primera vez fue 'Calle Melancolía' que no faltó y entonó en comunión con el público con dedicatoria especial a otra amiga de la tierra, pero de las recientes, Vanesa Martín, sentada en la pista y disfrutando también del maestro.
Anoche quedó claro que Joaquín Sabina ha vivido para cantarlo y para contarlo porque nunca deja de hablar en los conciertos. Con esa autoironía que tan bien sabe compartir con los que no paran de tararear sus letras. Y con esa banda comandada por el no menos mítico Antonio García de Diego, su escudera Mara Barros y el resto de músicos. Sí, la voz no es la de antes, pero a carisma y letras no hay espectáculo que iguale la fiesta de Joaquinito.
El jiennense tuvo además el apoyo incondicional de un coro continuo de 7.500 voces en el patio de butacas. Espectacular ese 'Y sin embargo' que podría haber tocado la banda en solitario con los espectadores o esa más señora de todas las putas, la más puta de todas las señoras que sonó atronadora ('Una canción para la Magdalena'). Y así las cosas, todos encantados, como los peces de ciudad, mordimos el anzuelo, visitamos allí 'Donde habita el olvido' y recordamos que, por mucho que nos toque transitar 'Por el Boulevard de los sueños rotos', la única cofradía a la que no merece la pena alistarse es a la del Santo Reproche.
Desde luego que tardaremos en olvidar este concierto más de '19 días y 500 noches' después de que anoche, pasados de calendario, nos robaran una vez más el mes de abril un 9 de mayo. Contado así que fue como las 'Noches de bodas', porque nos dieron las 10, las 11 y casi las 12. Un éxito tras otro, un himno tras otro, que derivó en una ovación inacabable a un Sabina que le costaba contener la emoción y pedía a los presentes que ya está bien de aplausos.
Llegados a este punto no lo negaré todo y confesaré que la de Joaquín es la entrevista frustrada de mi vida. Siendo un becario en SUR, me planté en el Málaga Palacio y pedí que lo avisaran para una entrevista. Por la cara del recepcionista supe que el asalto periodístico había fracasado. En la estrategia me faltó un convincente pincho de cocina en la garganta, como el de su atraco cantado con aquellos caballeros. Como descargo solo diré que era joven, inexperto y con la suficiente insolencia para que no me importara que me mandaran al carajo. Como así fue. Aunque tengo que decir que no me fui sin entrevista. En un giro inesperado, vi sentado en el bar del hotel a Caco Senante, repetí el envite y me fui con una charla con mojo picón.
A la vuelta de treinta años, anoche me volví a encontrar con Sabina en este (pen)último asalto malagueño que acabó con un par de besos colectivos, uno por mejilla. Paradojas de la vida, también le hice los honores a Serrat en Málaga en su última función. Y mira por donde he acabado despidiendo a los dos pájaros de un tiro. Sí, Sabina nos dejó anoche ligeros de equipaje y, en los bises, ladrando como los perros de 'Princesa', pero también cargados de canciones para toda una vida y con anticuerpos para la nostalgia. Gracias maestro.
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