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Las malas lenguas dicen que el tipo lleva 30 años haciendo la misma música. ¿Y qué? Un Auditorio Municipal hasta los topes fue la prueba ... de que lo de Bryan Adams, algo así como un rock mimoso, sigue teniendo tirón. El canadiense viene de cumplir 65 años y es feliz. Prueba de ello es el nuevo álbum que acaba de sacar: 'Roll with the Punches'. La presentación del mismo fundamenta el tour europeo que llevó al canadiense a Málaga. Esa felicidad fue correspondida por un público que coreó sus canciones y se las arregló para no parar en una noche de temperatura suave y agradable, que acabó en tormenta eléctrica. Si alguien presuponía cierta fragilidad o decrepitud física en el ambiente por la edad media del público, algo avanzada, erró de lleno.
Pocas veces un artista lo tuvo tan fácil en este lugar habitual de conciertos, en una Málaga que aguarda un verano inflacionario de bolos musicales de todo tipo. «'Baby you're all that I want'», entonaba Adams y un segundo más tarde ya llegaba el retorno, como una ola de tsunami: «'When you're lyin here in my arms'».
Enseguida, la audiencia se había teletransportado a otra dimensión, a todos esos momentos en los que el canadiense ha acompañado con esa voz áspera que tanto le caracteriza. La primera vez llegando borracho a casa, el primer beso, el primer -puñetero sea- mal de amores. Bryan Adams y su música ya estaban ahí. La piel de gallina, también.
Pasaron cuatro canciones, entre ellas algunas míticas como '18 till I die', hasta que Adams se dirigiera a unos fans que estaban entregados desde su salida al escenario. Con una sonrisa encantadora, pícara, y pelo canoso dijo lo siguiente: «Hola, qué pasa guapos. Me llamo Bryan Adams y por la noche soy cantante». La respuesta vino en forma de chillidos.
Momentos antes, la entrada en escena de Adams fue acompañada por una proyección audiovisual que simulaba un gancho que te tira a la lona. Así hizo honor al nombre de su último álbum. 'Punch', saben los angloparlantes, significa puñetazo.
El concierto comenzó, precisamente, con el tema homónimo de su nuevo trabajo. El 'Roll with the Punches' se acompañó con el lanzamiento de unos balones a una multitud que esperaba este concierto con el ánimo de quien sabe que habrá una catarsis colectiva.
Porque el tiempo pasa pero no parece hacerlo para Adams. La entrega, la pasión, las ganas y el respeto al público permanecen intactos. Lo único que atestigua que va sumando años son esas arrugas que se dibujan por el rostro. La energía puesta sobre el escenario, asombrosa, se expandió como un incendio.
Lo extraordinario fue lo siguiente: nada en el concierto de este martes evidenciaba signos de desgaste. El 'Summer of 69', después de sonar 200.000 veces por la radio, seguía transmitiendo la frescura de la primera vez y animaba al disfrute. «Venimos a cantar y a bailar», rezaba en un cartel de una fan que portaba una bandera belga.
La noche de este martes hilvana y sin fisuras con una hilera de noches inolvidables. Algunas de ellas, realmente, sucedieron en el 'Summer of 69'. Pero daba absolutamente igual si testigos de la época o nacidos tardíos. Cuando Adams lanzaba sus himnos, el auditorio entraba en ebullición. «Me encanta veros así. Es importante expandir la mente», espetaba con una sonrisa sincera.
Así que a seguir. Sonaban 'When your gone', 'Cuts like a Knife' o 'Straight from the heart'. Adams tuvo palabras de recuerdo para Tina Turner y «los del otro lado del Mediterráneo, que no tienen una vida tan fácil». Confesó que siente admiración por Paco de Lucía.
En mitad de un concierto que iba camino de superar las dos horas, el tiempo ya se había distorsionado. Si se sabe lo que se sabe ahora, muchos de los asistentes hubieran caído mucho antes en que Adams tenía razón. «'Those were the best days of my life'», resonaba y era imposible no sentir una oleada de nostalgia.
El final llegó con 'Everything I Do' y la vuelta a casa con la sensación de que sí, es posible echar de menos una época que, al menos algunos de los que estuvieron ayer en el Auditorio, ni siquiera han vivido.
Como nota negativa, hay que decirlo, queda un ligero regusto amargo: ver a un artista gigante como Bryan Adams, con una carrera integérrima a sus espaldas, sumarse al concepto segregador de dividir el espacio frente al escenario en pista normal y pista premium (121 euros la entrada).
Una moda que altera la realidad de los conciertos y que tanto daño está haciendo a la hora de llevar a los fans más 'fiebre' a las primeras filas. Algo que habría que repeler como a las cucarachas.
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