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Al otro lado del cristal de la ventana hay desde ayer una avispa que permanece quieta igual que si estuviera investigando lo que hay dentro ... del cuarto. Cojo una lupa que tengo en la mesa de trabajo para verlo todo más claro y la observo fijamente. Nunca antes había hecho algo así con nadie hasta ahora, quizá de niño con el microscopio, pero lo he olvidado. Ella también me mira con todos sus ojos sin cambiar un ápice la expresión de su cara. Ignoro lo que piensa de mí, lo que siente al centrar toda su atención en el hombre con un ojo enorme que la examina de arriba abajo. No se mueve, como si estuviera muerta, pero respira.
Desde siempre me han gustado las rayas transversales negras y amarillas de las avispas. No me explico por qué ningún equipo de fútbol lleva estos colores en la camiseta. La observo de nuevo, me fascinan sus ojos negros, profundos y misteriosos; las dos antenas que utiliza para detectar la humedad y los cambios de temperatura; la fina cintura que separa el tórax del abdomen; los tres pares de piernas delgadas como hilos; las cuatro alas para salir volando después de clavar el aguijón. Sin duda es una de esas avispas solitarias que se buscan la vida por su cuenta y tengo la intuición de que su hogar es la celda de barro que hay en la pared de la terraza. No me canso de mirarla, incluso he llegado a pensar en abrir la ventana e invitarla a pasar. Me encantaría que las avispas hablaran. Creo que nos podrían dar clases de cómo respetar la naturaleza para vivir todos mucho mejor.
Llaman al timbre. Voy al recibidor, abro la puerta y el cartero me entrega un paquete certificado. Vuelvo al cuarto de la avispa y compruebo que permanece quieta en el cristal. Me pregunto qué la retiene impasible durante tantas horas en el mismo sitio. Tal vez sienta curiosidad por los mundos interiores que habitan los seres humanos igual que nosotros quisiéramos conocer el mundo evanescente por el que se mueven los pájaros y los insectos voladores. Yo soy el amo del acuario y ella la reina del aire libre. No lo pienso dos veces y le hago una declaración de amor. Le confieso que me gusta. Se lo digo al oído y la huella de mis labios queda plasmada en el cristal. No contesta, no dice nada, ¿qué estará pasando por su cabeza? Me da por recordar las veces que me han picado las avispas y quisiera averiguar por qué motivo lo hicieron. ¿Acaso reaccionaron en defensa propia ignorando que soy incapaz de matar una mosca? De pronto, la avispa se aleja volando. Ella sabe que la vida es breve y aún le quedan demasiadas flores por descubrir ahí fuera.
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