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Miguel Lorenci
Domingo, 16 de abril 2017, 23:44
Dice el tópico que la Real Academia Española (RAE) es una institución machista, rancia, aburrida y arcaica. Lo niegan quienes conocen la casa desde dentro. Aseguran que se divierten y trabajan duro en esta docta y tricentenaria casa de los mil saberes que entró en la era digital con paso firme y por derecho. «No es machista», dicen, aunque sólo haya ocho mujeres en las 46 sillas que ocupan lingüistas, filólogos, escritores, poetas y dramaturgos, cineastas, arquitectos, actores, científicos o expertos en computación. Insisten los académicos en que no son «gendarmes» de las palabras y sí «notarios» del uso de un idioma que conecta «hoy más que nunca» a 500 millones de humanos.
«No es una institución retardatoria y siniestra. La RAE es fiel reflejo de la sociedad en la que se ha desarrollado. Fue machista, como lo era la sociedad, pero cambió hace tiempo», dice Luis Mateo Díez, que lleva diecisiete años en la silla I. Ahora hay ocho académicas, entre ellas la filóloga Inés Fernández Ordóñez, que con 55 años y titular de la silla P, es la benjamina y cree que «decir que históricamente la RAE no fue machista sería faltar a la verdad». Pero sus diez años en la casa le confirman «una voluntad decidida de modificar una situación de injusticia histórica». «No creo en las cuotas, y sí en la igualdad de condiciones, y cuando se dé, habrá equilibrio entre mujeres y hombres», plantea Carme Riera, en el sillón n desde 2012 y que niega también que la institución sea machista.
El reto más complejo, ambicioso e inmediato de la RAE es la nueva edición del Diccionario de la lengua española (DLE). Su vigesimocuarta entrega será muy distinta a las anteriores. La primera de planta plenamente digital, aunque el director de la casa, Darío Villanueva, no descarta que tenga una versión impresa, como viene ocurriendo desde 1780.
Hace poco la RAE y las otras 22 academias aprobaron en Burgos el documento que sienta las bases de esta nueva edición del DLE, que será «decididamente panhispánico», como la nueva Ortografía y la nueva Gramática publicadas en 2009 y 2010, obras descriptivas de la lengua española que incluyen todas sus variedades. «Estamos en una situación parecida a la de los académicos fundadores ellos se pusieron como objetivo la realización de un diccionario de la lengua castellana; a nosotros ahora nos toca el reto de hacer el diccionario de los nativos digitales», asegura Villanueva.
Otro reto anhelado es el Nuevo Diccionario Histórico del Español (NDHE), un sueño que la RAE persigue desde hace más de un siglo. Busca presentar de un modo organizado la evolución del léxico español a lo largo del tiempo y su primera muestra se puede consultar en la Red. «Lo han culminado los franceses y los ingleses y nosotros no. Es una obra ingente que necesita muchos medios y no siempre se consiguen. Incluye todas las palabras que se han usado en el idioma desde los orígenes hasta el momento actual en todas sus variedades. Es un diccionario muy ambicioso, absolutamente comprehensivo de todo el léxico del español», explica la académica Inés Fernádez Ordóñez.
Otro gran desafío pendiente es el Corpus del Español del Siglo XXI (CORPES XXI), cuyo objetivo final es reunir en 2018 un conjunto textual constituido por 400 millones de formas y palabras de la lengua común a 500 millones de hablantes.
En sus tres siglos de historia solo once damas han tenido plaza en una casa que negó al paso a Emilia Pardo Bazán, María Moliner, Rosa Chacel o Carmen Martín Gaite. La primera académica, Carmen Conde, ingresó en 1979, 266 años después de su apertura. Llegaron luego Elena Quiroga y Ana María Matute. Hoy una de cada tres nuevas incorporaciones es una mujer. Paz Battaner (silla s, 2015) fue la última, tras Clara Janés (U, 2015), Aurora Egido (B, 2013), Soledad Puértolas (g, 2010), Margarita Salas (i, 2003), Carmen Iglesias (E, 2002), Carme Riera (n, 2012) e Inés Fernández Ordóñez (P, 2011).
La media de edad de los académicos está en los 76 años. El más veterano es Francisco Rodríguez Adrados (1922), filólogo y catedrático de griego y titular desde 1990 del sillón d. A fecha de hoy hay dos vacantes, las correspondientes a la silla M y la J. Solo ocho letras del alfabeto no tienen representación en los sillones de la RAE: v, w, x, y, z, Ñ, W, Y.
Anquilosamiento
Luis Mateo Díez niega el anquilosamiento de la RAE y la abulia de los académicos. «Siempre ha sido un poco cueva donde uno se concentra en su trabajo con mucha responsabilidad. No es una academia poética. Recibimos una herencia de genes muy circunspectos que nos enseñan que aquí se viene a trabajar», dice el narrador. «Contra lo que se piensa, trabajamos mucho», ratifica Carme Riera.
Un trabajo intenso, con muchos frentes e intereses y nada que ver con la vigilancia del lenguaje. «No somos policías de las palabras. Sería penoso. Velamos por el buen uso de la lengua. En el debate entre el uso y la norma, la RAE orienta, pero no hace una política normativa. Tiene las orejas muy abiertas para ver de dónde vienen las palabras, cómo están y cómo se usan», dice Luis Mateo Díez.
«No somos gendarmes del idioma», le respalda Inés Fernández Ordóñez. «El destino de la lengua lo definen los hablantes. Los medios de comunicación tienen más capacidad de decisión sobre el uso que la Academia», señala. Cree que no estaría de más adecuar a la realidad del lema fundacional, ese Limpia, fija y da esplendor adoptado por los ilustrados que fundaron la RAE en 1713, bajo el reinado de Felipe V, a imagen de la Academia francesa y por iniciativa de Juan Manuel Fernández Pacheco, marqués de Villena y primero de sus 30 directores.
«La Academia tenía entonces una actitud purista frente al aluvión de galicismos. Hoy sabemos que no tiene ninguna capacidad de limpiar», dice Fernández Ordóñez. «Los que limpian y fijan son los hablantes, que deciden qué opciones se consolidan y recomiendan. La capacidad intervención de la RAE sobre el uso lingüístico es mucho menor que la que el lema da a entender», asevera.
«No es pesada y arcaica como sugiere lo de docta casa», apunta Mateo Díez, que saca todo el jugo a unos debates «jamás aburridos, siempre divertidos y enriquecedores». Su argumento es parejo al de Félix de Azúa, en el sillón H desde junio del año 2015 y «encantado» de estar en la RAE.
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