Juanma Moreno, por incomparecencia del rival

Los resultados electorales y la nueva dimensión de cada uno de los grupos ha tenido su traducción no solamente en el reparto de fondos -todo el mundo sabe que sin dinero es muy difícil hacer política-, sino también de los espacios de trabajo en el Parlamento.

Tras dejar de ser el primer partido de la Cámara por primera vez en los 40 años de historia parlamentaria andaluza, los socialistas han tenido que mudarse con disgusto a unas oficinas mas estrechas que las que venían ocupando en las últimas décadas. El PP, como nuevo grupo más numeroso de Parlamento, se ha trasladado a esa zona más amplia -lo que podría denominarse como la planta noble de las Cinco Llagas-, incluido el lugar donde tradicionalmente tenía su despacho el presidente del Grupo Socialista, cargo que hasta 2018 coincidíó en una misma persona con el de presidente de la Junta.

Durante la anterior legislatura, pese a perder el Gobierno andaluz, el PSOE conservó su condición de primer grupo del Parlamento, por lo que mantuvo sus despachos, incluido el tradicionalmente ocupado por el presidente o presidenta. Pero ahora, con sólo 30 diputados, los socialistas han tenido que dejar su lugar al Grupo Popular, que casi los dobla en representación.

Pero la comodidad con la que Juanma Moreno y los suyos han iniciado el nuevo curso parlamentario no sólo se debe a que ahora tienen estancias más amplias para trabajar, sino también a que la oposición parece empeñada en facilitarles la vida.

Los socialistas se han encontrado nada más comenzar con la sentencia de los ERE y se han visto sumergidos en la polémica por el posible indulto a Griñán y otros de los condenados, un asunto que parece diseñado a medida para carcomer el proyecto de Juan Espadas.

El líder socialista, ya tocado por el peor resultado electoral de la historia, se ha visto obligado a hacer malabarismos dialécticos para afrontar un debate que sabe que no le favorece, que divide a su partido y que lleva permanentemente a los ciudadanos el recuerdo de lo peor del largo paso del PSOE-A por el poder autonómico en Andalucía.

Para Vox, el inicio no ha sido menos traumático. La salida de Macarena Olona bajo el argumento de un problema de salud que ya parece rápida y afortunadamente resuelto le podría haber permitido iniciar un nuevo proyecto que le permita tocar poder en Andalucía a medio plazo, pero la fallida candidata se ha empeñado en sostener su propio protagonismo. Los golpes de efecto que ha lanzado tras dejar la política autonómica ponen en duda la sinceridad de sus palabras cuando hablaba de su apuesta por Andalucía y blanquean las evidentes diferencias que mantiene con Santiago Abascal. Los electores de Vox que creyeron que su partido había hecho una apuesta decidida por entrar en el Gobierno andaluz tienen derecho a pensar que los dirigentes nacionales de su partido utilizaron las elecciones autonómicos como una mera excusa para quitarse de encima a un personaje con el que comenzaban a sentirse incómodos.

Tampoco los electores a la izquierda del PSOE encuentran en estos días motivos para sentirse satisfechos con quienes eligieron para representarlos. A los magros resultados que han reducido la suya a una presencia testimonial se suma en estos días un nuevo episodio de división que amenaza su supervivencia como opción política viable.

El panorama parece inmejorable para Juanma Moreno, cuyo proyecto de construir un proyecto que hegemonice desde la centralidad la política andaluza de los próximos años comienza a afianzarse con la inestimable ayuda de sus rivales. Por este camino puede acabar de cimentarse, más allá de los méritos propios, en la incomparecencia del contrario.