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Aspecto de la Catedral durante la actuación de la Orquesta Filarmónica de Málaga . :: ÑITO SALAS

EL MISERERE

La Orquesta Filarmónica de Málaga interpretó esta obra del músico malagueño Eduardo Ocón y Rivas, el pasado sábado, esta vez en la Catedral, su espacio natural

ANTONIO GARRIDO

Jueves, 30 de marzo 2017, 00:58

No era fácil imaginar que en una familia muy humilde, como la del cerrajero Francisco Ocón López, nacería un notable pintor y un músico importante, Eduardo Ocón y Rivas (1833-1901), autor del Miserere que después de tantos años ha vuelto a interpretarse en la Catedral, su espacio natural, y que deseo se convierta en una costumbre de cada cuaresma, en uno de esos hábitos que dan carácter a una ciudad.

Esta recuperación es un acontecimiento cultural de primer orden y destaca en el conjunto de los acontecimientos cuaresmales, los supera en significación.

Estamos ante una obra de grandes calidades musicales. Por suerte, poseo la grabación de 1988 con un estudio excelente de mi admirado profesor Manuel del Campo, gran conocedor de Ocón.

Con motivo del 175.º aniversario de su nacimiento, la actual Orquesta Filarmónica de Málaga (OFM) volvió a interpretar la obra en el Teatro Cervantes y también poseo esa grabación.

Reconozco que tengo debilidad por el Miserere que, con los elementos operísticos de la época, mantiene un equilibrio entre el profundo dramatismo del texto y la escritura musical. No olvidemos la interpretación secular en gregoriano.

Es obligado agradecer a todos los que han hecho posible este acontecimiento, que no evento pese a que la palabra esté de moda, y entre ellos destaco a Mariano Vergara y al equipo de 'Esirtu', así como a Juan Carlos Ramírez, director-gerente de la OFM.

El salmo cincuenta es el texto del Miserere y su uso en las ceremonias litúrgicas se explica por el significado de profunda espiritualidad que se basa en la petición de misericordia a la bondad divina. En Semana Santa adquiría su máximo valor y se interpretaba en el Oficio de Tinieblas mientras se iban apagando las catorce velas del tenebrario, la vela quince, que representa a Jesús, se reservaba detrás del altar sin apagarla.

Ocón tuvo una vinculación especial con la Catedral de Málaga, en la que entró como seise y para la que compuso muchas obras de diferente tipo, de las que el Miserere es la cumbre.

No es el lugar de referirme a su magnífica preparación musical y al éxito que consiguió como compositor y como pedagogo. Fue el primer director del conservatorio. Tras tres años de estancia en París, introdujo en Málaga las más modernas técnicas en la enseñanza musical.

Murió de pulmonía en sus habitaciones de la torre de la Catedral de la que era alcaide y campanero mayor.

La obra se abre de manera solemne con una pieza a cargo de la orquesta. Después, cada versículo es una sección, interpretada por los integrantes de la formación: orquesta, coro y solistas.

Señala del Campo que es una partitura emotiva sin caer en lo fúnebre, con sincera espiritualidad que se abre con la petición de perdón por parte del coro que cierra el momento después de la intervención del tenor.

Las frases tienen una gran intensidad expresiva. El alma atormentada pide ser «lavado» de la culpa y asume que pecó «solo contra ti» y para ello se deja guiar con la esperanza de alcanzar la verdad que es el gozo y la alegría de un corazón puro.

Una de las razones por las que admiro la obra es la siguiente. La música religiosa de la época, por razones diversas, estuvo muy influida por la ópera y ese carácter profano llega a ser excesivo. Sin embargo, Ocón, ya lo señalé, consigue un equilibrio entre la sobriedad y el lirismo que expresa el sentimiento de culpa de manera humanísima y admirable.

Es en las naves catedralicias donde la partitura adquiere su más alta expresión y donde debe seguir interpretándose.

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