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Daniel Innerarity, que la próxima semana saca a la venta su ensayo ‘Política para perplejos’, ayer en el Hotel Don Curro. Migue Fernández
Daniel Innerarity: «Vivimos en una sociedad desorientada»

Daniel Innerarity: «Vivimos en una sociedad desorientada»

Daniel Innerarity Filósofo. El filósofo vasco advierte en su nuevo ensayo del peligro de simplificar la interpretación de los fenómenos sociales

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Viernes, 16 de febrero 2018, 00:11

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Confiesa ser «optimista por incertidumbre». Daniel Innerarity disecciona la realidad para espantar las sombras que la sobrevuelan. El filósofo y ensayista bilbaíno, protagonista ayer de un debate sobre ciencias de la naturaleza y filosofía política organizado por la Universidad de Málaga con motivo de sus II Encuentros sobre Transversalidad del Conocimiento, advierte de los peligros de simplificar la interpretación de los fenómenos sociales. En su nuevo libro, ‘Política para perplejos’ (Galaxia Gutenberg), que sale a la venta la próxima semana, analiza «el malestar difuso» que ha dado paso a la perplejidad tras el tiempo de indignación que abordó en su anterior ensayo.

¿Cuál es el tránsito de la indignación a la perplejidad?

–Cuando estábamos en plena fase de indignación los culpables estaban muy claros y parecía evidente qué hacer, pero hemos descubierto que la política es más complicada de lo que creíamos. El tiempo de la indignación era un tiempo de grandes simplificaciones, pero eso ha girado hacia una situación de perplejidad.

El reverso de los eslóganes...

–Exactamente. A veces un eslogan ahorra un buen diagnóstico de la realidad. No digo que haya que presentar un pliego de condiciones económicas para manifestarse en contra de algo, pero hay que pasar a una siguiente fase de mayor concreción.

¿Es ahí donde debería entrar en juego la «ilustración política» de la que habla en su libro?

–La política no puede transformarse sin una ciudadanía que entienda la realidad y sea capaz de interpretarla y juzgarla, tanto cuando va bien como cuando va mal. Si queremos que se produzcan cambios reales en la sociedad necesitamos una ciudadanía activa. Esto no puede hacerse sin la gente, aunque tampoco puede hacerse pensando que la gente se organiza de forma espontánea, sin política.

También comenta que muchos de los procesos democráticos recientes, desde Trump hasta el Brexit, habrían dado un resultado diferente si se hubiera conocido el resultado con anterioridad. ¿Hemos perdido la capacidad de anticiparnos?

–Estamos en constelaciones políticas muy difíciles de entender. Las cosas pasan a tal velocidad que las referencias clásicas, las viejas referencias que nos orientaban, nos sirven de muy poco. Cuando la velocidad de los cambios es tan vertiginosa como en el momento actual resulta difícil ejercer esa anticipación. La paradoja es que nunca como ahora había sido tan necesario adelantarse a los cambios y prever el futuro posible y alternativo y, sin embargo, nunca había sido eso tan difícil.

¿Es posible saber en quién confiar en tiempos de incertidumbre?

–Es el gran interrogante, el desafío que tenemos como ciudadanos. Estamos obligados a confiar porque vivimos en mundo complejo; casi todo lo que sabemos lo sabemos de segunda mano, a través de otros, ya sean medios de comunicación, redes sociales o expertos. Debemos manejar bien esa delegación de confianza.

Pero no aborda la incertidumbre como algo totalmente perjudicial.

–Tiene un efecto democratizador. La perplejidad también afecta a los expertos, que han cometido errores lacerantes. Por ejemplo, todas las previsiones realizadas por los expertos económicos antes de la crisis han fallado. Eso anula o suaviza la relación vertical, jerárquica, que había entre los expertos y la ciudadanía. La incertidumbre nos iguala.

Habla de la importancia de aprender qué hacer con lo que no sabemos. ¿Cómo podemos gestionar nuestra propia ignorancia?

–Hay un principio que ha funcionado relativamente bien hasta hace no mucho: conforme iba avanzando el conocimiento disminuía el número de cosas que desconocíamos. Esto ya no es así. Ahora cuando el conocimiento crece también aumentan las zonas de sombra, aquellas cosas que desconocemos. Las tecnologías que utilizamos, por ejemplo, tienen consecuencias que ignoramos. No podemos funcionar con la ingenuidad de que vamos a librar una batalla simple contra el desconocimiento, sino que debemos contar de antemano con esa ignorancia.

¿Pasan las democracias por un momento de fragilidad?

–Estamos en un mundo de especial volatilidad. Todas las grandes mediciones que servían para orientarnos, como los partidos, los sindicatos, las iglesias, los profesores o los médicos, están sometidas a una gran sacudida porque las nuevas tecnologías nos han seducido con la idea de que todo está a nuestra inmediata disposición. Muchos ciudadanos piensan: ¿Qué sentido tiene un profesor cuando existe Google?, ¿para qué necesito un periódico si tengo redes sociales? Todas esas mediciones necesitan reinventarse, mostrar un valor añadido. En estos momentos lo más valioso no es la información, sino el sentido de la orientación. Vivimos en una sociedad desorientada, perpleja. Nunca había sido tan necesario como ahora buen periodismo, buenos profesores y buenos políticos. Podemos dejarnos seducir por la ilusión de que basta con que haya datos, información y opiniones libres para pensar que ni el periodismo ni la política son necesarias.

Teorías conspirativas

–Estamos rodeados de teorías conspirativas. Usted dice que cuando los hechos son débiles, la fabulación entra en juego.

–Todas las teorías de la conspiración explican fenómenos complejos recurriendo a un culpable omnipotente y omnisciente que realmente no existe. La sociedad se ha convertido en algo mucho más complejo como para que nuestra explicación y gestión de los fenómenos sociales pueda realizarse, por ejemplo, desde un liderazgo personal. Cuando se echan de menos liderazgos de otras épocas se olvida que esas épocas eran más simples, sociedades más homogéneas sin entornos tecnológicos complejos.

El riesgo, entonces, es la atracción de lo simple. ¿Hemos caído en la trampa de los conceptos? Creo que usted lo llama «términos huecos».

–Mejorar la democracia requiere hacerla más compleja, ofrecer diagnósticos más sofisticados. No podemos manejar los mismos conceptos que hace tres siglos, pero nunca habían resultado tan seductoras las explicaciones simples. La gente compra con facilidad distinciones nítidas como «ellos y nosotros», precisamente en un mundo donde hay grandes interdependencias. La distinción entre la élite y el pueblo es más sutil de lo que nos intentan vender. Cuanto más rotundas son esas distinciones, menos explican las cosas, aunque evidentemente va a seguir habiendo diferencias entre la izquierda y la derecha o las élites y la gente, pero creo que eso debe dar lugar a identificaciones más diversas.

«Las cosas pasan a tal velocidad que las viejas referencias que nos orientaban sirven de poco»

Cambios sociales

«En este momento lo más valioso no es la información, sino el sentido de la orientación»

Nuevas tecnologías

«No terminamos de tomarnos en serio el pluralismo, que implica siempre la aceptación de algo que nos es extraño»

Diversidad política y social

¿Es la feminización la gran cuenta pendiente de la política?

–Vivía en Francia cuando se produjo el debate entre Sarkozy y Royal, un hombre y una mujer compitiendo por la presidencia. Me pareció que cierta reivindicación de lo femenino como algo diferente y complementario de lo masculino tiende a estabilizar una distinción discriminatoria para las mujeres. Son la mitad de la población y eso debe estar reflejado.

¿No debería su exclusión justificar la discriminación positiva?

–Por supuesto. Soy un defensor de la paridad y de la igualdad de representación, pero hay un argumento que esgrime que las mujeres representan ciertos valores mejor que los hombres. Eso las relega a un plano complementario, no igualitario.

¿Está el periodismo en crisis o solo lo está su modelo de negocio?

–Lo que está en crisis es la idea de que sea necesaria una medición, un filtro, para conocer el mundo. Las redes sociales han producido una horizontalización, de modo que la vieja jerarquía que el periodismo ejercía, por ejemplo en términos de declarar qué merece ser noticia o no, ha quedado parcialmente anulada. Pero una gran cantidad de datos e información no sirve para nada si no somos capaces de organizarlos, y ahí es donde el periodismo siempre tendrá un lugar.

¿Cómo valora el naufragio de la filosofía en los planes de estudio?

–No tengo un afán gremialista de defender la filosofía, pero creo que lo pagaremos caro, con un crecimiento de nuestra desorientación personal y social. En el mundo confuso y abigarrado que estamos construyendo, la tarea de explicar las cosas, de hacer comprensible lo real, nunca había tenido una demanda tan alta.

¿Asume España su pluralismo?

–Creo que no terminamos de tomarnos en serio el pluralismo, que implica siempre la aceptación de algo que nos es extraño, desconocido. También ocurre en lo referente a hombres y mujeres, la diversidad sexual o la inmigración. Si me pregunta en clave política, creo que hay una ola de recentralización y simplificación, como si España no fuera un país profundamente diverso como es.

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