El silencio de los inocentes
Perdieron su niñez antes de tiempo. Desde entonces, han intentado olvidar, aunque saben que para recuperar sus vidas deben afrontar lo que les ocurrió. Las víctimas de abusos sexuales en la infancia crean una asociación (ASI) para apoyar a quienes pasaron por lo mismo
AMANDA SALAZAR
Domingo, 14 de septiembre 2008, 04:45
La infancia de L. Paula apenas duró un suspiro. A los seis años, la convirtieron en adulta a la fuerza. Mientras sus amigas del colegio ... jugaban despreocupadas a las muñecas, ella tuvo que soportar en silencio durante más de cinco años abusos por parte de su primo mayor, a los que siguieron los de su propio padre cuando entró en la adolescencia. Como ella, muchas personas han sido víctimas de estas agresiones durante su niñez. Pero ese silencio está a punto de romperse.
Las víctimas de abusos sexuales en la infancia han decidido alzar la voz con una asociación en Málaga, bajo las siglas ASI, que intentará ayudar a quienes hayan pasado por la misma experiencia y prevenir los casos a través de talleres y charlas en asociaciones de padres y madres, escuelas e institutos.
«Romper el silencio es el primer paso para poder superar esta experiencia», explica L. Paula, que a sus 30 años todavía lucha para aceptar su pasado. «Una experiencia de este tipo te marca para toda la vida; te vuelves desconfiada, ya no puedes ser de otra manera. Terminas pensando que lo llevas escrito en la cara y que atraes a gente mala», afirma esta psicóloga, que cree que la mejor forma de superar una experiencia así son los grupos de autoayuda para recomponer el puzzle de sus vidas con personas que ya han pasado por lo mismo.
Recuerdos dormidos
Durante años, estas personas niegan lo que les ocurrió. Muchas de ellas consiguen esconder en su memoria la situación traumática, en parte porque las víctimas apenas tienen uso de razón cuando se cometen los abusos. Pero las imágenes vuelven recurrentemente, no consiguen relacionarse de forma normal con los otros niños y la conducta se vuelve introspectiva o violenta. «Yo no conseguí darme cuenta de que había sido víctima de abusos hasta que murió mi padre y fui mayor de edad. Antes no comprendes lo que te está pasando, pero luego empiezas a sospechar que los recuerdos que te quedan significan algo más y empiezas a encajar las piezas», explica L. Paula.
Lo mismo le ocurrió a Alberto, de 26 años, quien no fue consciente de que había sufrido agresiones continuadas por parte de su tío hasta que tuvo 20 años. «Siempre he tenido problemas para relacionarme de forma normal con la gente, y lo achacaba a mi timidez, pero empecé a recordar lo que ocurrió y vi que es una consecuencia más de lo que me pasó; no podía confiar en nadie, me había herido como niño y me marcó como hombre», explica este joven afincado en Málaga.
Son las víctimas. Ellas han tenido que cargar con la culpa y la sensación de vergüenza en secreto durante años mientras que sus verdugos, en la mayoría de las ocasiones personas cercanas a la familia, continuaban con sus vidas.
La familia en estos casos es muy importante. Son quienes pueden detectar cualquier anomalía en el comportamiento del niño. Aunque muchas veces no ven las señales o miran hacia otro lado. «Hoy por hoy creo que mi madre tenía que saberlo, tenía que escuchar cosas raras cuando se quedaba mi primo a dormir en mi cuarto o ver que mi comportamiento no era normal; cuando le decía que no quería que él viniese a casa me contestaba que era una egoísta y que, como era adoptada, lo que pretendía era apartarla de su familia», recuerda L. Paula. Ahora ha conseguido que la crea. Y que crea que su padre la tocaba. «Ella quería dar siempre la imagen de una familia perfecta, pero no lo éramos; ella misma soportó durante años el maltrato psicológico por parte de mi padre, aunque claro, en esos tiempos una buena esposa tenía que aguantar», dice.
Los padres de Alberto tampoco notaron nada raro. «Recuerdo que una vez le dije algo a mi tía, pero no me tomaron en serio; otra vez, mi madre tuvo que llevarme al médico por una pequeña hemorragia, pero nunca lo relacionaron con un abuso», dice.
Aunque no lo detecten a tiempo, el apoyo y comprensión de la familia es imprescindible para superarlo una vez que la víctima empieza a ser consciente de lo que le ha pasado. «Al principio me alejé, les culpé por no haberme salvado y me desvinculé de ellos porque la persona que abusó de mí seguía acudiendo a las reuniones familiares; pero un día decidí que no me iba a esconder más y que me había robado mi infancia, pero que no iba a quitarme a mi familia», recuerda L. Paula.
Sus seres queridos han sido su gran apoyo. «Mis padres se echan las manos a la cabeza; no comprenden cómo no lo vieron y pensaron de todo, hasta ir a por mi tío y darle una paliza; pero por ahora prefiero no enfrentarme a quien me ha causado tanto daño porque no sé cómo puedo llegar a reaccionar», afirma Alberto.
Apoyo mutuo
Para Alberto, también ha sido un apoyo poder hablar con gente que haya pasado por lo mismo. «Se lo cuentas a un amigo o a alguien de tu familia y por mucho que quieran ponerse en tu lugar no pueden comprender hasta qué punto te marca algo como esto, y es normal que no puedan imaginarlo, porque es algo horrible por lo que nadie debería pasar».
L. Paula asegura que sufrir abusos sexuales también marca tus relaciones posteriores. «Desconfías, pero es que la vida te enseña a desconfiar; he conocido a gente que, cuando sabe por lo que has pasado, se aprovechan y en lugar de ayudarte terminan intentando hacerte lo mismo. Muchos de nosotros hemos sido revictimizados porque hemos confiado en nuestras parejas o en nuestras familias. Crees que van a comprenderte y al final te hacen daño de nuevo», señala mientras explica que, ya de adulta, un ex novio la violó por despecho sabiendo todo su historial de agresiones para hacerle más daño.
Asegura que los psicólogos muchas veces no ayudan porque no existe preparación en abusos infantiles. «Un especialista llegó a decirme cuando le conté que mi primo me había vejado que eso eran cosas de críos», indica.
Como L. Paula y Alberto, muchas otras personas se han puesto en contacto con asociaciones y foros en toda España para contar sus experiencias. Es el caso de Carlos, de 43 años y que vive en Salamanca, quien sufrió abusos de su hermano mayor, al que vio durante años como un héroe. «Es muy doloroso comprobar que lo peor de tu personalidad no proviene de tu naturaleza, sino de las experiencias que te han obligado a vivir», señala.
Lo que queda claro es que los abusos no entienden de género. Según los datos, una de cada cuatro mujeres y uno de cada cinco hombres han sufrido abusos sexuales en la infancia. Y los casos no sólo afectan a familias desestructuradas o a abusadores extraños. Según las estadísticas, en el 65-75% de los casos, los abusadores son familiares de las víctimas, el 29-32% por conocidos y sólo el 5% son abusados por desconocidos. Dentro del ámbito familiar, el 22% de las agresiones las cometen personas allegadas a la familia, el 14% se trata del padre, un tío (13%), el padrastro o pareja de la madre (11%), el abuelo (8%), un amigo (8%), el primo (6%), un profesor o monitor (6%), el hermano (5%) o la madre (1%). Ahora, son las víctimas las que toman la iniciativa para intentar recuperar un pedazo de sus vidas.
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