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Palacio de Trinidad Grund, donde se alojó el rey José. Asociación Histórico-Cultural Teodoro de Reding
A la sombra de la historia

El apoteósico recibimiento del rey José en Málaga

Viernes, 8 de agosto 2025, 00:22

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En alguna de nuestras entregas anteriores habíamos asegurado que ningún monarca español visitó Málaga desde Felipe IV (1624) hasta Isabel II (1862). Y no estábamos en lo cierto, pues José I, el hermano de Napoleón Bonaparte –conocido como el rey intruso–, estuvo en Málaga en 1810 nueve días, por lo que es el rey de España que más tiempo ha permanecido en nuestra ciudad. Gracias a los estudios de Francisco Luis Díaz Torrejón, quien publicó hace algunos años un estupendo libro sobre este viaje, conocemos curiosos detalles de esta visita.

Jose I Bonaparte entró en Málaga desde Teatinos, por el Camino de Antequera, el domingo 4 de marzo de 1810, acompañado de una importante escolta, pues temía una reacción airada de los malagueños. La razón estribaba en que, un mes antes, el IV Cuerpo Imperial, dirigido por Sebastiani de la Porta, había ocupado Málaga a sangre y fuego dejando a más de mil malagueños muertos en las calles.

Delante de la ermita de Zamarrilla se había levantado un arco triunfal en su honor. Allí le esperaban algunas autoridades representando al Ayuntamiento, nobleza, clero y comercio. El corregidor, Justo Martínez de Baños, entregó a José I las llaves de la ciudad y un canónigo leyó un discurso. A continuación, el rey siguió por la calle Mármoles escoltado por trescientos jinetes, entre el estruendo de algunas salvas de honor y el repique de las campanas de las iglesias, que tocaban algunos sacristanes «obedeciendo órdenes superiores», apunta incisivamente Díaz de Escovar. Eran las dos y media de la tarde.

Los balcones y las ventanas de las casas estaban adornados y una lluvia de flores alfombraba Puerta Nueva y calle Compañía. El rey no podía dar crédito a tal recibimiento. Llegó al Ayuntamiento donde la municipalidad le dio la bienvenida con los mayores honores. Se lanzaron ripiosos poemas ditirámbicos y se soltaron palomas. El monarca tuvo que asomarse al balcón en varias ocasiones para corresponder a los vítores y ovaciones.

El general Julian Bigarré escribió: «La entrada del rey José en Málaga fue la más brillante de todas las que hizo en las ciudades de Andalucía». Dada la sangrienta represión sufrida por el vecindario malagueño, nadie podía esperar un recibimiento semejante. Díaz Torrejón piensa que el cambio de actitud de los malagueños se pudo deber a la inconstancia de los pueblos. Quizá la burguesía y el pueblo manifestaran esta actitud por miedo a las represalias. Ya sabían los malagueños cómo se las gastaban los soldados de Napoleón. En cambio, Díaz de Escovar, quien escribía noventa años después de esta histórica visita, decía que «en las calles hubo muchos curiosos, pero no se oyó un viva espontáneo ni se notó más que una completa indiferencia».

Vista de la Alameda hacia 1800, por Isidoro Laurent. SUR

El rey abandonó el Ayuntamiento, bajó por la calle Nueva y pasó bajo otro arco de triunfo en Puerta del Mar. Cruzó la Alameda y se dirigió a la casa de los Maury, adinerados comerciantes franceses, que se corresponde, al parecer, con el actual palacio de Trinidad Grund. Allí le habían preparado hasta un salón con trono donde recibió vasallaje de algunos nobles malagueños: el marqués de Castejón y los condes de Quintería, Guadiana y Villalcázar. Tan sorprendido quedó el monarca de la calurosa acogida que esa misma noche asistió al teatro, abierto en el antiguo Hospital de San Juan de Dios, junto a la Catedral.

Al día siguiente, José I se dirigió andando a la Catedral. Allí parece que el Cabildo lo recibió fríamente (los soldados franceses habían robado parte de sus tesoros), aunque entró en el templo bajo palio, según mandaban las prescripciones del ceremonial romano. La noche del 6 de marzo fue invitado a un baile organizado por el Ayuntamiento, al que asistió lo más granado de la sociedad malagueña. Es fama que el rey no guardó las distancias y conversó con los asistentes con llana naturalidad. El 11 de marzo se celebró una corrida de toros, en la plaza de las cuatro calles, que el rey presenció desde el balcón del Ayuntamiento. Hubo un incidente, al desplomarse una grada, que provocó algunos heridos.

El rey se siente a gusto y cómodo en Málaga. Algunos dicen que le recuerda a Nápoles (donde había reinado durante dos años) por su bahía y su emplazamiento junto al Mediterráneo. De manera privada, sin apenas escolta, estuvo en Vélez y allí visitó una finca de caña de azúcar. También conoció la finca del Retiro. En casa de los Maury despachó con ministros y aprobó órdenes y decretos, como el de las obras de mejora del Puerto o el de la construcción de un faro para nuestra ciudad. André François Miot, amigo y confidente del hermano de Napoleón, afirmó que si algún día José I pudo creerse rey de España, fue en Málaga.

La sangrienta entrada de los franceses en Málaga

José Bonaparte como rey de España, por François Gerard. Wikipedia

«Los franceses entraron en las calles de Málaga, ebrios de ira, ciegos por el afán de venganza, y tomando horribles represalias de las muertes de los suyos; ni el anciano inerme, ni el niño indefenso, ni las tímidas mujeres hallaron gracia entre ellos. La soldadesca atropelló cuanto encontró al paso; vidas, caudales y honras fueron su presa en aquella espantosa noche del cinco de febrero». Así contaba, en 1874, Francisco Guillén Robles la entrada de los franceses en Málaga en 1810. La ciudad fue saqueada y robados los tesoros de la catedral y de los conventos. Los lanceros polacos penetraron en los barrios del Perchel y de la Trinidad y no repararon en niños, mujeres ni ancianos. Las mujeres, desde los balcones, arrojaban piedras y aceite hirviendo. Díaz de Escovar pudo todavía recoger los nombres de algunos héroes malagueños que murieron en aquella lucha, como Juan José del Castillo, abuelo de Cánovas del Castillo; Juan de Campos, natural de Almogía, de cuarenta años; Diego García, al que alancearon junto a la ermita de Zamarrilla o Miguel Hurtado, que fue muerto por una bala enemiga en el Perchel.

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