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La Ciencia sabe por qué necesitas un abrazo ¡ya!

La Ciencia sabe por qué necesitas un abrazo ¡ya!

La ausencia de contacto físico desata el 'hambre de piel', un episodio neurológico que responde a que la biología nos ha programado para tocarnos

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Martes, 26 de mayo 2020

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«No sabéis la suerte que tenéis los que vivís esta pesadilla acompañados, a pesar de los roces, que imagino que surgirán. Hoy abrazaría a cualquiera». Cuando escribió esto, la escritora Elsa Veiga llevaba casi 12 semanas de confinamiento en casa. Y sola. Ni siquiera una mascota le ha hecho compañía en la dura travesía de aislamiento impuesta por la pandemia de Covid-19. Como ella, miles de personas que no convivían con nadie cuando el estado de alarma estalló, –4,7 millones en España, según el INE– han experimentado con intensidad la urgencia de abrazar, de estrechar una mano, de acariciar, de tocar a alguien. ¿Le resulta algo banal? No lo es. La ausencia de tacto es un factor de estrés añadido a las personas aisladas en solitario con respecto al resto. Bautizado como 'hambre de piel', se trata de un episodio neurológico que revela por qué necesitamos el contacto y cómo su ausencia nos deteriora.

Los humanos están «programados por naturaleza» para tocar y ser tocados. La piel, de pies a cabeza, es el órgano encargado de recibir una gran cantidad de información valiosa para la vida. «A través del sistema somatosensorial, transmitimos al cerebro las diferentes cualidades de los contactos que se dan con el entorno. Desde la piel, la información camina a través de sistemas complejos que finalizan en la corteza cerebral y es nuestro cerebro el que procesa toda esa información», explica Pablo Eguía, Neurólogo y Vocal de la Sociedad Española de Neurología (SEN).

Esa información del entorno es muy variada: desde conocer la temperatura hasta la posición del cuerpo en el espacio. Pero también es el canal por el que interpretamos las muestras de afecto. «El cariño es otra necesidad del ser humano y el contacto físico es una de las principales formas de obtenerlo. Independientemente de cómo lo llamemos, es una necesidad que se ha estudiado ampliamente», apunta Eguía.

«Parece que también tiene un efecto analgésico; se han publicado varios estudios en este sentido y todo parece indicar que, si es empático, el contacto activaría mecanismos cerebrales que ayudarían a controlar y a soportar mejor el dolor»

Pablo eguía | vocal sociedad española de neurología

El término 'hambre de piel' es empleado por el Instituto de Investigación del Tacto de la Universidad de Miami en sus estudios. Tiffany Field, una de sus miembros, recuerda en un trabajo reciente que el diseño sensorial del ser humano a través de la piel está pensado «para aumentar nuestros sentimientos de bienestar en entornos sociales». Estar juntos, recuerda, optimiza las posibilidades de supervivencia. Así, la soledad también hace que percibamos la realidad como una amenaza. Por eso «cuando sufrimos ansiedad por alguna circunstancia una sola palmada en la espalda ayuda».

Hay dos etapas en la vida en las que «el contacto empático», como es denominado por la Neurología, es de vital importancia: cuando se es un bebé y en la senectud. De ahí el famoso 'piel con piel' que se practica en los hospitales con los recién nacidos. El sentirse abrigados en el pecho, recogiendo información a través de la piel cuando el resto de los sentidos están aún por desarrollar, ayuda al bienestar y al desarrollo cerebral del niño. «Hay estudios que sugieren que aquellos que han sido privados de ese contacto físico en los primeros meses de vida desarrollan más problemas psicológicos en la edad adulta», apunta Eguía.

En el otro extremo, «cuando pensamos en los adultos, la soledad ejerce un efecto muy negativo sobre las personas y es probable que en parte sea por la ausencia de contacto físico», añade el doctor. De hecho, uno de los consejos para tener un cerebro sano que suelen dan los especialistas es potenciar las relaciones afectivas y evitar el aislamiento social. Es más, tal es su importancia que sus beneficios parecen ir más allá. «Parece ejercer algún tipo de efecto analgésico. Se han publicado varios estudios en este sentido y todo parece indicar que, si es empático, el contacto activaría mecanismos cerebrales que ayudarían a controlar y a soportar mejor el dolor», afirma el vocal de la SEN.

«Al comienzo del encierro me mentalicé, no era esa la prioridad, pero después de tanto tiempo hay días que te despiertas con esas ganas de abrazar, algo tan sencillo que se ha convertido en un lujo y en una primera necesidad»

Elsa veiga | escritora

En el terreno emocional, el aislamiento físico es devastador. «No tocar a ningún ser vivo, que no te toquen, ha sido lo más duro de la cuarentena. Estoy acostumbrada al vivir sola, a que pasen los días sin que ocurra… pero dos meses largos es demasiado. Al comienzo del encierro me mentalicé, no era esa la prioridad, pero después de tanto tiempo hay días que te despiertas con esas ganas de abrazar, algo tan sencillo que se ha convertido en un lujo y una primera necesidad», reflexiona la escritora Elsa Veiga.

Lola Valenzuela, una profesional de la Comunicación, ha experimentado la misma fuerte necesidad. Su sorpresa llegó cuando se decidió a ir a la peluquería. «Pedí que me pusiera un tratamiento capilar porque del estrés se me está cayendo el pelo. Y me lo aplicaron con un masaje. Sentí unas extrañas ganas de llorar. Fue lo más parecido a un abrazo que había sentido en casi tres meses», cuenta. Ambas coinciden en que cree que «la tristeza y la ansiedad» provocadas por la pandemia «hubieran sido más llevaderas con otra persona o un animal doméstico al lado al que tocar y con quien estar».

Dice la escritora que «lo tremendo es que te acostumbras». Y le da pena pensar hasta cuándo será así en vista del distanciamiento social que se impone. Mientras tanto, quizá valga el consuelo de saber que nuestra naturaleza tiende a luchar para socializar a través del contacto para sobrevivir. Aunque ahora resulte paradójico.

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