Sin pasarse de la raya
PEDRO GARCÍA pggarcia@diariosur.es
Domingo, 24 de abril 2011, 03:45
Allá por donde quiera que vaya, me persiguen esas líneas blancas recién pintadas de olor penetrante, que dibujan con nocturnidad y alevosía unos espectros ... resplandecientes y anónimos bajo sus mascarillas. Justo ahora que a la fuerza me había hecho diestro en el arte de adivinar el trazado de curvas y cambios de rasante, y hasta me empezaba a divertir girar el volante sobre las marcas imaginarias que desdibujó el paso del tiempo, vienen esos aguafiestas a chafarme el juego. En el fondo no les guardo rencor, consciente de que no son más que unos mandados, como lo somos casi todos. De un modo simbólico perfilan una línea de salida. He aquí uno de los guiños descaradamente subliminales que indican el comienzo del tiempo de descuento para el 22-M. Todo un mes y la decisiva última quincena de sutiles puestas a punto del equipamiento urbano, ruidosos y eufóricos mítines en los barrios, paseíllos por los mercados con perenne sonrisa y generosa entrega de pins, bolis y llaveritos con anagramas que no acaban de convencer ni a los niños. También de lanzamiento de mensajes de una altura que ni por asomo se suele ceñir a la parca realidad municipal -de las aceras, los jardines y los semáforos- que nos envuelve.
Todo un mes por delante también para intensificar el bombardeo con los trapos sucios que jalonan esta eterna precampaña, y apenas unos minutos para poder ejercer el derecho al voto, ese sublime instante en que la soberanía popular parece servir para algo. Ese momento determinante en que tenemos que decantarnos por unas siglas y por un/a representante que posiblemente ni comulgue con nuestros gustos ni haga bandera de nuestras verdaderas inquietudes. Son las 'perversiones' y limitaciones de nuestro modelo de democracia, para lo bueno y lo malo. Si el universo local se asemejara remotamente al que recreó el maestro José Luis Cuerda en 'Amanece que no es poco', y todo cargo en la vida pública (sin exceptuar ningún estamento, incluidos líderes religiosos y profesionales del sexo) fuera objeto de votación, la realidad sería más fiel a esos preceptos constitucionales alusivos a la igualdad, los derechos y las oportunidades de todos los ciudadanos. Ya que la vida real suele ser menos excéntrica y coherente que en el cine, una vez hayamos vuelto a la condición de pobres mandados, exijamos al menos a nuestros mandatarios que no se pasen más de la raya. Lo quieran o no, en cuatro años volveremos a pintar algo.
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