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Dos días antes del confinamiento y el primer estado de alarma, el AC Málaga Palacio recibió la noticia de que se cancelaba el Festival de Cine Español, el evento con el que arranca la primavera. «Fue un 'shock'», recuerda el director del AC Málaga Palacio, Jorge González. El primero de una aún interminable lista de sobresaltos que ha deparado este primer año de pandemia, el peor de la historia del turismo. El 14 de marzo el hotel tenía una buena ocupación. En línea con los récord de 2019. Los turistas disfrutaban de la ciudad y de las instalaciones cuando de un momento para otro cundió el desconcierto. Se decretó el estado de alarma y el confinamiento de la población. González, rememora que la primera recomendación que dieron a los clientes fue la de que volvieran a sus lugares de origen. Tarea que no fue fácil porque toda la ciudad y la Costa del Sol iniciaron a la vez la operación retorno obligado de los viajeros. «Había quien se lo tomó con calma y otros que lo vivieron con mucho nerviosismo», señala para recordar en la terraza del hotel, aún con contadas habitaciones ocupadas, aquellos días intensos de gestiones para facilitar billetes de avión y buscar salida a los clientes. «Algunos se resistían a irse, incluso optaron por quedarse en viviendas de alquiler. Los últimos turistas lo tuvieron complicado para regresar. Tenían nacionalidad de Libia y ya se extendían las restricciones en la movilidad. Luego llegó el primer cierre en 53 años de historia de este hotel», relata Jorge González.
En ese momento, en el silencio de este emblema del turismo de la ciudad, tuvo claro que él se quedaba en el hotel y allí se vivió solo hasta que el 1 de julio reabrió sus puertas. «No valoré la opción de echar la llave. No deja de ser mi casa», relata para rápidamente explicar que «es una experiencia que no quisiera volver a repetir». Describe aquellos días como jornadas en las que intentaba mantener una rutina. «Me vestía incluso como si el hotel estuviera lleno de clientes, se sucedían las reuniones virtuales que realizaba desde mi despacho, en el que se acumulaban gestiones con proveedores, cancelaciones de reservas y eventos que se posponían y que muchos de ellos finalmente se han suspendido. Intentaba estar el menor tiempo en la habitación. Pasaba muchas tardes en la terraza, desde la que contemplaba una Málaga muy atípica, sin gente, sin coches, sin vida», describe. Tras un breve silencio asegura que tiene grabada la imagen de una ciudad vacía, en la que pensaba que era el único habitante. «Había momentos en que me embargaba la tristeza. Hay quienes dicen que en este tiempo se han encontrado consigo mismo, pero yo no necesitaba encontrarme. Creo que este tipo de soledad y aislamiento, si no es elegido, es cruel», detalla. Enseguida se le ilumina la cara y quiere agradecer las visitas del comisario de la Policía Nacional o las de la Policía Local para ver si estaba todo en orden o necesitaba algo, así como las llamadas del alcalde, Francisco de la Torre, que dice se han mantenido para tomar el pulso a una crisis de la que afirma «ya ha llegado a un punto en que hemos dejado de cuantificar las pérdidas».
Al duro confinamiento en el hotel se sumó que fueron meses en los que sufrió pérdidas de amigos sin poder despedirse de ellos, alguno con una enfermedad ajena al Covid-19. De hecho González no duda en afirmar que el peor momento de este año de pandemia ha sido «la gente que se ha ido, que ha enfermado o que se ha muerto por causas ajenas a la pandemia y con la que no he podido estar en el final de su vida. A ellos no los voy a recuperar. Esto es lo más duro, porque ha sido un año en el que han quedado muchas cosas por hacer, pero lo que no se ha hecho ya se hará». Y eso que la crisis es profunda, con pérdidas del 80% de la facturación, con una reapertura en julio sin cubrir las expectativas y con un ejercicio en el que no ha habido Semana Santa, ni Feria, y con la Navidad más triste.
Asegura sentirse «cansado», hasta el punto de afirmar que esta sensación domina sobre la ilusión de que 2021 marque el inicio de la recuperación del turismo. Insiste en que tras reabrir y ser uno de los pocos que se mantiene activo, llegó un verano con un comportamiento alejado de lo previsto, al que han seguido meses de sobresaltos por las restricciones de la segunda y, ahora, de la tercera ola. Por eso recalca: «estoy cansado de esta situación. Cada día intentas arreglar una cosa y se rompe otra. Propones algo y se cancela. Quiero poder trabajar con un objetivo y es imposible definirlo. Todo cambia de un día para otro. Hemos revisado tres o cuatro veces los presupuestos. Cien empleados siguen en ERTE y la incertidumbre atenaza el verano. La vacuna es mi única esperanza».
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