Del terreno de Luis Martín Santos en el Rincón al invierno de Aldecoa en Torre del Mar
El Cantal o los Cantales forman un promontorio rocoso que se mete en el mar entre La Cala del Moral y Rincón de la Victoria. ... Hasta hace prácticamente sesenta años, la única construcción que existía en estos terrenos yermos era la torre almenara. El propietario de esta vasta propiedad se llamaba José Luis Gutiérrez Herráiz, quien la había heredado de su padre. Aquel me contó en una ocasión que la primera casa que se construyó en el Cantal fue la del alemán, justo en la esquina sureste del acantilado, allá por el año 1961. Por esas fechas, el escritor Luis Martín Santos –quien ha pasado a la posteridad por su novela 'Tiempo de Silencio'– se compró una parcela en el Cantal.
Luis Martín Santos había nacido en 1924 en Larache, pues su padre ejercía como médico militar en esta localidad del Protectorado. Estudió medicina y fue un reconocido psiquiatra que destacó por sus estudios sobre el alcoholismo y la esquizofrenia. En 1952 se casó en la madrileña iglesia de los Jerónimos. Su mujer se llamaba Rocío Laffon Bayo y era sobrina nieta de Carlota Alessandri, dueña de extensas propiedades en Torremolinos. El matrimonio tuvo tres hijos: Rocío, Luis y Juan Pablo. Martín Santos pasó algunos veranos en Málaga, donde vivía la familia materna de su mujer.
En 1957 ingresó en el Partido Socialista y llegó a ser encarcelado hasta en tres ocasiones. En marzo de 1962 publicó la obra que tanta fama le dio, 'Tiempo de Silencio'. Por aquellos días debió de comprar la parcela en Rincón de la Victoria. Es probable que le atrajera la costa occidental, entonces virgen, pues en los años sesenta Torremolinos mostraba ya las primeras señales de masificación. El terreno tenía 1.079 metros cuadrados y estaba al borde de la carretera Nacional 340 (hoy corresponde a la calle El Cantal, 18). Doy fe de que entonces desde allí se veía perfectamente el mar, porque aún no se había levantado la urbanización Balcón de Málaga.

El 3 de marzo de 1963, Rocío Laffon murió al perder el conocimiento por un escape de gas en la cocina de su casa. Al parecer, padecía anosmia y no olió nada. Tenía treinta y tres años. Al mes siguiente, quizá para intentar recuperarse, el escritor viajó a Almuñécar para ayudar en el rodaje de una película, 'El próximo otoño'. Desde el hotel Montemar de esta localidad granadina escribió:
«La Costa del Sol tiene sol (...). La condenada belleza del mundo es extraño que pregne hasta en un sujeto tan insensible a los paisajes como yo. Es que este paisaje mediterráneo es como el protopaisaje. Esta combinación de tierras, olivos separados, rocas, mar, tierra y mar, golfos, playas, calas, entradas del mar en la tierra, de la tierra en el mar, da la sensación de que ya la has vivido».
El 21 de enero de 1964 Luis Martín Santos murió como consecuencia de un accidente de tráfico, al chocar con un camión cerca de Vitoria, mientras regresaba a San Sebastián desde Madrid, donde había pasado el fin de semana. No había acabado de superar la muerte de su mujer. Los hijos (la mayor tenía solo ocho años) pasaron a ser tutelados por su abuelo y unos tíos. Nadie pareció acordarse más de este terreno de Rincón de la Victoria en el que Martín Santos tal vez proyectara construir la casa de sus sueños. Cuando yo le preguntaba a José Luis Gutiérrez a quién había vendido este terreno, siempre me contestaba que era de unos franceses que murieron en accidente de tráfico. En realidad, la francesa era ella, Rocío Laffon, su querida esposa.

Otro conocido escritor de la generación del 50 fue Ignacio Aldecoa. En 1954 quedó finalista del Premio Planeta y José Manuel Lara, viéndolo tan joven, decidió entregarle el dinero del premio repartido en doce mensualidades. Ignacio, con su mujer Josefina y su hija Susana, de apenas un año, decidieron tomar un avión, todo un lujo en aquella época, y venirse a Torre del Mar, localidad que les había recomendado su vecino Manuel Alcántara. Se alojaron en el único hotel del pueblo, la fonda España. No hubo otros huéspedes aquel invierno de 1954, en un Torre del Mar sin ningún turista.
Por la mañana iban a pasear por la playa con la niña y a mediodía entraban en la única taberna que había para tomar un vino andaluz con sus tapas, mientras escuchaban flamenco a un hombre que lo cantaba extraordinariamente. Por las noches, después de escribir, Ignacio Aldecoa pasaba un rato en el casino con los hombres del pueblo. Pronto se hizo popular allí. Josefina Aldecoa recordaba que la gente era cariñosa y hospitalaria y que no entendían qué hacían allí, pudiendo estar en una ciudad como Madrid.
Manuel Alcántara y los Aldecoa
Cuando, en 1952, Ignacio Aldecoa y Josefina Rodríguez se casaron (esta acabaría tomando el apellido de su esposo), se fueron a vivir a un piso a orillas del Manzanares, en el madrileño paseo de la Florida. En el mismo edificio, en el ático, vivía Manuel Alcántara con su mujer Paula. Como quiera que los dos se dedicaran al oficio de la pluma, pronto los matrimonios se hicieron muy amigos. Josefina y Paula paseaban juntas a sus hijas, Susana y Lola, que habían nacido con pocos meses de diferencia. Paula se ofrecía a quedarse con las niñas cuando los Aldecoa no estaban en casa. Cuando estos decidieron cambiar de casa, pasaron la noche de la mudanza en el ático de los Alcántara. Mientras las niñas dormían, hablaron de todo lo divino y lo humano, entre cigarrillos y cubalibres. El 15 de noviembre de 1969 Ignacio Aldecoa murió de un infarto, a los cuarenta y cuatro años. Esas navidades, Josefina Aldecoa dio la bienvenida al Año Nuevo en Málaga, buscando el afecto de los Alcántara, instalados ya en su nueva casa malagueña: «Sobre el Mediterráneo, la luz, el sol, todo fue un bálsamo en aquellas fechas tan especiales», escribió la viuda.
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