El singular caso de las curanderas chinas
Víctor Heredia
Miércoles, 30 de julio 2025, 00:03
Durante los últimos meses del año 1911 llegaban a España noticias confusas de los sucesos que estaban ocurriendo en la lejana China. Entonces, a pesar ... de los avances en los medios de transporte y de comunicación, seguía existiendo un enorme desconocimiento de lo que ocurría en el Lejano Oriente y lo que se sabía venía envuelto en un exotismo cargado de prejuicios y tópicos. En octubre de ese año había comenzado en la ciudad de Wuchang un movimiento revolucionario que fue seguido por alzamientos en el resto del país. Tras una breve guerra civil, el 12 de febrero de 1912 abdicó Puyi, el último emperador de la dinastía Qing, de apenas seis años, dando paso a un régimen republicano que ponía fin a siglos de gobiernos imperiales.
Mientras todos estos acontecimientos estaban cambiando la historia de China y del mundo, un pequeño grupo de personas de ese origen estaba siguiendo un tortuoso itinerario por España desarrollando una actividad que les otorgó una efímera y polémica fama: la curación de enfermedades oculares. Sigamos el recorrido de aquellos curanderos chinos.
En realidad eran dos curanderas, que en Portugal fueron conocidas como Ajus y Joé. Después de pasar por Sevilla y Huelva, se desplazaron a Lisboa, donde estaban en noviembre de 1911. Atendían a pacientes con enfermedades de los ojos. El tratamiento que aplicaban consistía en echar unas gotas, frotar los párpados y extraer a continuación con la ayuda de unos palillos unos gusanos que serían los causantes de las dolencias que sufrían los enfermos de la vista. Su fama se extendió rápidamente y comenzaron a ser conocidas como las «chinesas dos bichos».
Varias personas aseguraban haber recuperado la visión después de pasar por las manos milagrosas de las curanderas asiáticas, con lo que creció la afluencia de gente de condición humilde que acudía a ellas con la esperanza de encontrar cura para sus padecimientos. Entonces intervino el gobernador de Lisboa, médico de profesión, quien prohibió a las chinas que pasaran consulta alegando que ejercían la medicina ilegalmente. La prohibición generó un movimiento que reclamaba el derecho de las curanderas a practicar sus métodos presuntamente sanatorios. Ante el cariz que estaba tomando el descontento popular, el 25 de noviembre la policía portuguesa las sacó del hotel en el que se alojaban y las montó en un tren que se dirigía hacia la frontera con destino a Badajoz. Pero las protestas se intensificaron y al día siguiente una manifestación recorrió las principales avenidas de Lisboa. En la plaza del Rossio Antonio Machado Santos, héroe de la revolución que había proclamado la república en el país el año anterior, intentó sin éxito calmar a la multitud. Tuvo que ser rescatado por la policía y en el tiroteo hubo un muerto y 46 heridos. Los acontecimientos de Lisboa fueron noticia internacional y pusieron en peligro al joven régimen republicano portugués, en un caso de sorprendente histeria colectiva que fue novelado por Joaquim Fernandes en su libro «As curandeiraschinesas». Ajenas al motín que habían provocado, las curanderas llegaron a Badajoz e inmediatamente se dedicaron a lo suyo. Allí el gobernador las llamó a su despacho para advertirles de que no podían ejercer su actividad. Pero como seguían practicando operaciones con el método de los palillos, fueron enviadas a Madrid.
Un secreto descubierto
Un periódico madrileño escribió sobre las presuntas sanadoras: «Realidad o superchería, bien está llegar al convencimiento de que la farsa está bien dispuesta o de que hay en la farsa algo singular». Cuando las curanderas chinas llegaron a Brasil, en Río de Janeiro sus métodos fueron sometidos a un detenido estudio por parte de un equipo médico y así se pudo descubrir el secreto que aplicaban. Los gusanos que presuntamente extraían de los párpados de los pacientes eran larvas de mosca que ellas mismas depositaban en los ojos tras sacarlas de su boca en una rápida y hábil maniobra. Así conseguían simular la aparente sanación al quitar los bichos que escondían en sus propias bocas. Ese era el truco de aquellas embaucadoras profesionales que ganaron sus buenos cuartos mientras se desplazaron por España y Portugal durante seis meses aprovechándose de la gente humilde. Su presencia dio hasta para alguna letrilla de carnaval, como esta de Huelva: «Decía que sacaban bien/ De los ojos la enfermedad/ Y ella le daba por ojo/ A quien quisiera aceptar».
Desde la capital llegaron a Málaga el 1 de diciembre. En realidad se trataba de una familia formada por cuatro mujeres, cuatro hombres y tres niños. Se alojaron en una casa de huéspedes de la calle Pozos Dulces y por su indumentaria y su aspecto el grupo no pasaba desapercibido. Precisamente esa debía ser su mejor publicidad. En cuanto el gobernador tuvo noticia de su presencia, las mujeres fueron conducidas a la Aduana y se les comunicó que no podían atender a pacientes. El periodista del diario El Popular afirmaba: «A la curandería se dedican únicamente las mujeres, y en Málaga habían realizado ya algunas curas, que fueron muy celebradas por quienes las presenciaron». El día 3 tomaron un tren en dirección a Ronda.
En las semanas siguientes la prensa reflejó su paso por diferentes poblaciones españolas, como Algeciras, Cádiz, Santander y Córdoba. A mediados de enero de 1912 estaban en Madrid, donde en un tumulto que se formó cuando salieron a la calle fue herido de gravedad un niño. Se dedicaban a hacer las presuntas curaciones en los barrios humildes y, según apareció publicado, cobraban 20 pesetas por intervención. Uno de los enfermos de la vista que acudió a ellas, frustrado por el nulo resultado del tratamiento, las denunció y fueron detenidas y conducidas al juzgado. Todavía siguieron un tiempo moviéndose por España, existiendo referencias de su estancia en varias localidades de Galicia en la primavera siguiente. Finalmente se embarcaron hacia América.
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