Los casos del atentado fallido al Santuario de la Victoria y la extorsión al mecenas del templo de la Trinidad
Salvador Valverde
Domingo, 1 de septiembre 2024
Extorsión al capellán del santuario de la Victoria
Las noticias de atentados causan gran conmoción en la sociedad. Desgraciadamente, Málaga no se ha librado de ellos a lo largo de la historia, mayormente ... de índole político, como el asesinato al concejal José María Martín Carpena cometido por la banda terrorista ETA en la noche del 15 de julio del año 2000. Se han perpetrado otros atentados que han caído en el olvido por el paso del tiempo o por la menor repercusión, y también los ha habido que acabaron únicamente en intento. Quizá por el conjunto de estas tres variables se desconoce el del templo de la Victoria.
Según lo publicado en el número del 5 de septiembre de 1873 del periódico El Avisador Malagueño, este caso empezó ocho días antes -no sabemos si desde la fecha de la publicación o desde el día anterior, cuando el rotativo tuvo constancia del suceso-. Entonces, tendríamos que remontarnos entre el 27 y el 28 de agosto de ese año cuando el capellán de la Victoria recibió una carta sin firmar. Esta amenazaba con su vida y con incendiar el santuario si no dejaba una cantidad de dinero en un lugar determinado -la noticia no lo especifica- «para que el que la había de percibir lo verificara desde luego». Sin amedrentarse, el religioso denunció el anónimo. Pero llegado el día, en el lugar señalado no hubo rastro de delincuentes, pues nadie apareció salvo los agentes que estaban esperando, suponemos que escondidos, para detenerlos. ¿Se habrían dado cuenta los amenazadores de la trampa preparada para capturarlos? «y la cosa quedó así por entonces».
A las dos de la madrugada del 3 al 4 de septiembre, el sereno del distrito de la Victoria se percató de que tres hombres con actitud sospechosa iban en dirección al templo, «llevando uno de ellos un bulto». Sin fiarse, el sereno siguió sigilosamente sus pasos que los llevaron justo delante del santuario. Dos de ellos se quedaron bajo el campanario mientras que el tercero se dirigió hacia la derecha para esconderse «entre los dompedros del postigo de la sacristía». El sereno, que se dirigió allí, se dio cuenta de las malas intenciones del trío cuando iluminó la escena con un farol. Inmediatamente empezó a sonar el silbato de auxilio para que acudieran dos voluntarios del retén de San Lázaro. Uno de los tres delincuentes sacó un revólver y disparó dando en el farol -no sabemos si, con gran puntería, esa era su intención- dejando a sus perseguidores a oscuras, que con fortuna se libraron de ser heridos porque la bala pasó entre ellos. En ese momento el sereno tropezó y cayó de espaldas, ocasión de confusión que aprovechó el pistolero para salir corriendo y librarse de ser detenido. La misma suerte tuvieron sus dos compinches que «se echaron por el paredón que cerca aquel llano y en el campo encontraron su salvación».
Todo hacía indicar que esos tres hombres eran los responsables de la carta que recibió el capellán, y más con las pruebas que se encontraron después del momento de tensión que se vivió ante la fachada de la iglesia de la Victoria: ganzúas, un tarro con petróleo, una regadera para probablemente rociar el líquido inflamable y estopas «para hacer más veloces los efectos del incendio».
Aunque el final de la crónica asegura que las autoridades no descansarían hasta «que caiga sobre sus autores todo el rigor de la Ley», no podemos asegurar que este caso no quedó impune porque no se han encontrado más noticias al respecto en los días posteriores.
Extorsión al sacerdote Rafael Rodríguez Prieto, mecenas del templo de la Trinidad
Si hay que agradecer a alguien la existencia del templo de la Santísima Trinidad y del convento de las Hermanas Clarisas, sin duda es al sacerdote Rafael Rodríguez Prieto, que costeó íntegramente las construcciones además de los terrenos. El Avisador Malagueño lo puso en valor en la gacetilla publicada el 29 de julio de 1858:
«En medio de tantas cosas como á cada momento distraen la atención del público nada tiene de extraño que esté pasando poco menos que desapercibido un hecho que en otro tiempo habría ocupado constantemente á todos. Nos referimos á la construcción de un nuevo templo que se está edificando, costeado por la piedad de don Rafael Rodríguez, en la Calzada de la Trinidad, y que está ciertamente bastante adelantado. Es de grandes proporciones, con tres naves, y todo indica que es una obra digna del objeto á que se la destina. Acaso el estar en aquel punto algo alejado impide que sean visitados continuamente los trabajos que se están haciendo. De cualquier modo debe hacerse mención de este hecho; que merece sin duda se tenga y aprecie en lo que vale».
Precisamente, pocos días después de la citada publicación, el sacerdote se llevó un gran disgusto. Tal como informó El Avisador Malagueño en su número del 10 de agosto de citado año, este recibió una carta anónima pidiendo cinco mil duros a cambio de su vida. El pago se haría el 8 de agosto a través de una mujer que llevaría el dinero en un cántaro cerrado «junto a una cantera más arriba de la hacienda de Ordóñez». Poco después de que la mujer en cuestión se sentara cuando llegó, aparecieron dos individuos, «uno con un retaco y el otro con una pistola». Después de unas preguntas, uno de los extorsionadores cogió el cántaro, lo abrió y vio el dinero. Antes de que empezaran a contar los billetes, aseguraron a la mujer «que la harían también feliz». En ese momento aparecieron «cuatro o cinco» agentes de la guardia rural que estaban escondidos a las órdenes del gobernador civil de la provincia. Parece ser que no hubo resistencia en la detención, pues se los llevaron incomunicados a prisión y puestos a disposición del Tribunal Militar.
Los guardias declararon que vieron pasar varias veces a poca distancia a los extorsionadores y pudieron escuchar de lo que hablaban antes de que se acercaran a la mujer. Confirmaron en esos momentos que eran los criminales, pero esperaron a que cogieran el cántaro para que no se les escapara ninguna prueba. La noticia acaba con el rumor de que los dos individuos eran desertores, «no sabemos qué cuerpo ó instituto militar», con el agravamiento correspondiente del delito. «y de cualquier modo es de esperar que los tribunales de justicia abran en este caso con una severidad y rapidez saludables, que imponga á tantos y tantos criminales como hoy desgraciadamente».
La nota curiosa y casual de este caso es la sorpresa de uno de los guardias cuando comprobó que uno de los delincuentes era su hermano, «y que fue tal el sentimiento de indignación que le causó que costó gran trabajo sosegarlo y retirarlo de aquel lugar donde una persona tan allegada echaba sobre su nombre tan fea mancha» (El Avisador Malagueño, 11/08/1858).
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