«Me tocaba mis partes íntimas: el culo, mis pechos...»
Ingresa en la prisión de Basauri un pederasta, que abusó de una niña desde los 8 a los 12 años, en Galdakao
Ainhoa de las Heras
Domingo, 2 de noviembre 2025, 08:58
«¿Tienes novio, cariño?». María preguntó con inocencia a su hija, que entonces tenía 12 años, si le gustaba algún chico de su edad. Acababa ... de encontrar en la mochila del cole de Amaia -nombre ficticio- unas cartas románticas. La respuesta de la menor abrió un abismo que años después aún no ha logrado cerrar. «No, mamá, es el primo quien me escribe esas cosas», le contestó la niña y se echó a llorar desconsolada «porque ya era consciente de que aquello no estaba bien». «Se desahogó». «Yo me volví loca, quería saber todo lo que le hacía, pero los psicólogos no me dejaban preguntarle porque a ella le dolía revivirlo». Entonces, lamentablemente, todo empezó a encajar.
Amaia llevaba años quejándose de dolor de tripa, no quería comer ni ir al colegio ni a extraescolares. Estaba triste sin motivo aparente. Cuando la llevaban al pediatra, éste lo atribuía al estrés por los estudios. Hasta le salieron calvas en la cabeza de la caída del cabello por la ansiedad. Ya sabían la razón de aquel malestar. La pequeña llevaba cuatro años, entre 2016 y julio de 2020, cuando se lo confesó a su madre, desde los ocho a los doce años, sufriendo en silencio abusos sexuales por parte de un familiar, su primo. El pederasta tenía 42 años cuando empezaron a 'jugar a ser mayores', como él lo llamaba.
G.Y.I., que hoy tiene ya 50 años, ingresó en la prisión de Basauri el pasado viernes, 17 de octubre, para cumplir la pena de seis años de cárcel por abuso sexual continuado con prevalimiento sobre menor de edad a la que fue condenado por la Audiencia vizcaína hace ya tres años, en 2022. El condenado ha ido recurriendo cada fallo hasta llegar a la última instancia, el Tribunal Supremo, que confirmó la pena el pasado julio. «Saber que está entre rejas ha sido un alivio». «Se lo merecía».
María admite que se ha sentido «culpable» y «mala madre» y que le ha responsabilizado también a su marido y padre por dejadez de los abusos a su hija, aunque ahora están «sanando juntos» con terapia. «No podía dormir pensando en todo lo que había podido vivir mi hija». Ambos trabajaban muchas horas, ella en la hostelería y él como autónomo. Contrataron a una cuidadora y a una profesora de refuerzo para la cría, pero también la dejaban al cuidado de una hermana del padre, madre del abusador, que vivían en el mismo portal, en Galdakao.
Él la iba a esperar al colegio, a la academia de inglés, le preparaba la merienda y le ayudaba con los deberes. Empezó a pasar con la niña mucho tiempo, que aprovechaba para someterla a sus deseos más bajos. «La decía que era su mujer, que se iban a casar y a tener hijos. ¡A una niña de ocho años!». «Le regalaba bebés muñecos y hacía como que eran sus hijos».
Vídeos porno
Según se relata en la primera sentencia, la «besaba habitualmente en la boca y la manoseaba el culo, diciendo frases como 'que ese culito no pase hambre'». Cuando se tumbaba en el sofá, «sentaba a la menor a horcajadas sobre sus genitales, llegando a tener una erección» y haciendo «frotamientos», escena que presenció una cuidadora, que se lo dijo a la madre. «Le pedía que le tocara el pene sobre la ropa». La niña dijo también que le enseñaba vídeos pornográficos, aunque no quedó probado el contenido de los mismos. En el móvil del pederasta se localizaron fotos de contenido sexual de niños. Tras la denuncia, el siguió acosándola por la calle. «Si no lo descubro, quién sabe qué habría pasado con mi hija».
Durante el juicio, él alegó que sus actuaciones carecían de «connotación sexual» y lo atribuyó a que había «confundido su rol de cuidador». Llegó a insinuar que a la menor le habían indicado lo que tenía que decir, aunque sin precisar con qué finalidad, ya que siempre tuvo con ella una buena relación.
Además de la declaración de la menor, una de las principales pruebas fue la grabación de un vídeo por parte de él de la menor corriendo desnuda en una cinta, en la que la cámara enfocaba a los genitales.
Según los jueces, «el acusado entabló con la menor una relación erotizada para hacer ver a la menor que existía entre ellos un vínculo especial, denotando una atracción física hacia ella que nada tiene que ver con el cariño, afecto o ternura que se siente hacia un miembro de la familia».
Relato «breve y sin detalles, mantenido en el tiempo»
Amaia escribió un diario en un block con forma de unicornio en el que relataba los abusos por parte de su primo. Además, los psicólogos le pidieron que contara por escrito las cosas que le hacía el agresor. «Me tocaba mis partes ímtimas, como el culo, mis pechos...», expresa la menor. «Me obligaba a mandarle fotos de mi cuerpo». Los jueces valoraron su relato, «breve y sin detalles», pero sin contradicciones y que se ha mantenido en el tiempo, para condenar al acusado. La víctima no quiso someterse a una exploración para descartar una agresión sexual. Según los forenses especializados en psiquiatría, la niña empleaba un «mecanismo defensivo básico de minimización y esfuerzo consciente de olvido».
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión