Los oscuros
CRUCE DE VÍAS ·
Cuando el resto de los vecinos apagamos las luces y nos acostamos, ellos salen a la terrazaViven en el piso de al lado, pero no los conozco. Cuando salgo a la terraza y los sorprendo reunidos, inmediatamente se repliegan sin decir ... nada y se refugian en el interior de la vivienda. No sé nada de sus vidas. Ignoro si se trata de una familia, una comuna, unos okupas. Tampoco tengo idea de cuántos son. La ropa que hay en el tendedero plegable es la única pista que ayuda a resolver algunas incógnitas. Una tarde vi a una niña de alrededor de diez años. Yo estaba contemplando el horizonte y ella preguntó si me pasaba algo. Me dejó tan sorprendido que no supe qué contestarle. Si le pasa algo, repitió con tono preocupado. No, ¿por qué lo preguntas?, contesté. Noté en su cara una expresión de alivio. Porque lo he visto muy serio asomado a la ventana, respondió. Yo no estaba asomado a ninguna ventana, probablemente había vivido antes en una casa sin terraza y para ella todo lo que se abría al exterior tenía el nombre de ventana. Vale, pues voy a seguir limpiando los cristales, acabó diciendo. Este breve diálogo ha sido el único que he tenido con los vecinos. No he vuelto a ver a la niña desde entonces. Quizá la castigaron por hablar con un desconocido. No caí en preguntar su nombre, ni qué curso estudiaba, ni tampoco fui capaz de preguntar por qué al verme se escondían dentro de casa como los caracoles.
Desde que llegaron permanecen encerrados y sin dar señales de vida hasta bien entrada la noche. Cuando el resto de los vecinos apagamos las luces y nos acostamos, ellos salen a la terraza. Las terrazas de los áticos son más grandes que las propias viviendas y desde el primer día colocaron la mesa en el extremo más protegido de las miradas de los vecinos de al lado. Nunca encienden las luces de fuera y sólo distingo sombras. Alguna madrugada calurosa del pasado verano en la que no conseguía conciliar el sueño, salía a la terraza y descubría las sombras comiendo y bebiendo alrededor de la mesa. Al detectar mi presencia, enmudecían de inmediato, se levantaban en silencio y desaparecían.
Anteayer, un repartidor del supermercado que hay más cercano llamó a mi casa por equivocación. Antes de pulsar el timbre dejó un montón de bolsas con alimentos, productos de higiene y limpieza. Se fue sin esperar respuesta, como si ya supiera que nadie iba a responder. Me asomé a la terraza y lo vi alejarse en la furgoneta. Llevé las bolsas al otro extremo del rellano, toqué al timbre y no dieron señales de vida. A lo largo del día estuve espiando, a través de la mirilla, la puerta de enfrente sin que saliera a nadie recoger la compra. Ayer por la mañana temprano, nada más despertarme fui a ver el rellano vacío.
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