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Termina esta tardía Semana Santa de 2025 con el agradable regusto de haber podido vivir unos intensos días de procesiones que, con la salvedad del Martes Santo, el tiempo ha respetado de forma mayoritaria, a diferencia del año pasado. Que la tradición cofrade de Málaga sigue instalada en un momento de claro esplendor es algo respecto a lo que caben pocas dudas. La excelencia de las hermandades en lo patrimonial, musical, espiritual, humano y estético da buena cuenta de que nos encontramos ante un periodo dorado de nuestra Semana Santa, que este año vivirá un capítulo histórico en pocas semanas, con la presencia en Roma de la Virgen de la Esperanza para protagonizar junto a El Cachorro de Sevilla la Gran Procesión del Jubileo de las Cofradías.
No obstante, hay que intentar huir de aquello de que los árboles no dejen ver el bosque. Esta magnífica Semana Santa de la que podemos disfrutar, herencia de anteriores generaciones de cofrades que dieron su vida por legar un futuro mejor a sus sucesores, sigue dejando un reguero de asignaturas pendientes para las que todavía no hay fórmula que logre desincrustarlas de la realidad que se ha vivido en estos días.
De entre todas ellas hay una que este año ha quedado especialmente en evidencia: las crecientes dificultades del público para moverse por un centro histórico que, a diferencia de otras capitales andaluzas, no abarca un ámbito geográfico especialmente extenso. En algunos momentos de este Lunes Santo resultó prácticamente imposible poder desplazarse con un mínimo de agilidad por algunos enclaves del corazón de la ciudad, excesivamente masificado de público.
El actor Antonio Banderas metía el dedo en la llaga este Jueves Santo cuando afirmaba que hacía falta tomar medidas para facilitar que la gente pueda ver las procesiones «a pie de calle». «La Semana Santa es pueblo», afirmó tajante. Banderas no ponía en duda las decisiones que se toman por parte de las autoridades para garantizar la seguridad en un evento que concentra decenas de miles de personas, pero sí hacía ver la necesidad de buscar un equilibrio entre esas medidas y el derecho de malagueños y visitantes a poder acercarse a las imágenes de su devoción y a los cortejos procesionales que causan cada vez más admiración.
Este año ha resultado llamativo el contraste de numerosas sillas vacías en el recorrido oficial, incluso cuando ya había transcurrido la primera cofradía de la tarde, como pasó el Miércoles Santo, con calles atestadas de público. La Agrupación ha puesto en marcha un sistema para controlar la entrada y salida de los abonados mediante la lectura de un código que va a permitir medir cuál ha sido la ocupación de las 24.000 localidades que se disponen en el itinerario común de las procesiones.
Aseguran desde San Julián que esto no persigue sancionar a quien no haga uso de las sillas que alquila, pero no deja de resultar contradictorio que se reserve vía pública para personas que no hacen un uso completo de ella, y que otras muchas se vean agolpadas para poder disfrutar de un fenómeno que pertenece a todos. No se trata de recortar sillas, pero posiblemente sí de optimizar su empleo, facilitando que puedan ser ocupadas por otras personas en momentos en los que no van a estar sus legítimos titulares.
Hay sistemas informáticos que ya permiten poder vender estas localidades por días e incluso por horas. Todo es cuestión de voluntad para hacer posible esa mejor distribución de un público cada vez más numeroso, ávido por presenciar unas procesiones incomparables y en claro auge. Se trata de acomodar intereses en beneficio de todos, como una forma de hacer más grande nuestra Semana Santa.
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