Crítica del episodio 8 de 'La Casa del Dragón': Otro salto temporal

El hecho de que la serie tire de este recurso y en cada episodio pegue un acelerón nos priva de conocer mejor a algunos personajes y el desarrollo de varios acontecimientos. Por ejemplo, teniendo en cuenta la controversia que generaron los primeros escarceos entre Daemon y su sobrina hubiese estado bien comprobar cómo el rey y la reina se tomaron ese casamiento. Incluso haber asistido a las reacciones del resto de personajes (ser Criston Cole, Otto…) ante esta alianza, que volvía a alterar el tablero en el que negros y verdes viven a la espera de que el rey fallezca.

'La Casa del Dragón' tiene claro a dónde quiere llegar y lo que quiere contar -la batalla por la sucesión- y cualquier decisión narrativa que pueda entorpecer esto es desestimada. El episodio 8 nos va a conducir hasta el enfrentamiento definitivo entre bandos y nos va a recordar las múltiples rencillas que existen entre sus integrantes. El resto de sucesos debemos ir conociéndolos sobre la marcha y no darle demasiadas vueltas. Así por ejemplo hemos de asumir que la guerra en los Peldaños de Piedra se ha reactivado y ha puesto en jaque a los Velaryon. No entendemos muy bien por qué ahora no ha acudido Daemon a poner orden allí. Debemos entender que se ha dedicado a criar hijos, los dos que tiene con Rhaenyra (Aegon y Viserys) y la que viene de camino. Sabemos también que el hijo de Alicent se ha casado con su hermana y sigue tan necio y crápula (persiguiendo a las criadas) como siempre y que Aemond solo vive para prepararse para la gran guerra.

Antes de que esto ocurra hay que resolver el último conflicto, la herencia de Marea Alta. Ante la posibilidad de que Lord Corlys haya muerto su hermano, Vaemond, reclama convertirse en el señor, puesto que no está dispuesto que un bastardo ocupe el trono. Le secundan Alicent y Otto Hightower que, de ese modo, quieren erosionar a Rhaenyra, para que llegado el momento pierda apoyos para que pueda ser reina. La princesa no está dispuesta a que su hijo Lucerys sea apartado y acude a Desembarco del Rey (seis años hacía que no pisaba la Fortaleza Roja) para defenderlo. Una vez más -tal vez la última- saldrá en su ayuda su padre, un Viserys muy deteriorado que apenas puede moverse pero que hace el esfuerzo para que nadie se salte el protocolo establecido. Vaemond termina muerto (Daemon lo mata por insultar a su mujer y sus hijos) y las hijas de Laena y los de Rhaenyra, comprometidos, para salvaguardar la buena relación de las familias.

En la cena posterior el monarca Targaryen trata una vez más de calmar los ánimos, llamar a la concordia. Y Rhaenyra y Alicent escenifican cada una una secuencia halagando a la otra para contentar a su padre y marido. Pero el veneno entre los verdes y los negros ya está muy esparcido y es difícil que no corra. Tan pronto como el rey se va a sus aposentos las rivalidades entre los más jóvenes (Aemond, Lucerys, Jacaerys, Aegon) afloran. La princesa prefiere regresar a Rocadragón con su familia para evitar más enfrentamientos, algo que no se entiende demasiado bien teniendo en cuenta que a Viserys no le queda demasiado y ella debería estar preparando la sucesión.

Efectivamente esa noche la charla entre el rey y su esposa suena a despedida. Él le agradece lo que ha hecho por su matrimonio y le recuerda que tiene el deber de velar por lo mejor para el reino. Otra cosa es cómo interprete ella ese legado.

Por el camino del capítulo suceden otras tramas menos importantes pero que, seguramente, tendrán relevancia en un futuro próximo. Aparece brevemente Mysaria, a la que teníamos olvidada, y que no sabemos bien qué confabula. Tampoco nos importa mucho. Syrax, el dragón de Rhaenyra, hace una puesta de tres huevos y Daemon los guarda. Esto nos interesa más. ¿Qué pasa con ellos? No van a faltar teorías sobre ello.