Yolanda Torquemada Díaz
Agosto fue un beso que nunca fue beso. Un gol en una final, un penalti errado y una medalla para un día. Luis haciendo de ... Rubiales en Australia. La celebración que cabe en una canción de Camela y una juerga en Ibiza. Un Mundial atrapado en la jaula de oro de la política por las urgencias de Yolanda Díaz.
Los comicios electorales de julio nos regalaron la España imposible de Pedro Sánchez con los secesionistas como últimos beneficiarios. La polarización como plato único. Una nueva oportunidad para la confrontación cainita. Lo peor de la política. Y es en este contexto donde se entiende que la líder rosa 'barbie' apueste por el negro de Torquemada. El auto de fe que proclamó sólo un día después de un triunfo deportivo histórico, desde la pureza de su feminismo woke, tenía la única intención de aprovechar el caso Rubiales para buscar su perfil propio. De esta manera podía seguir configurando la estructura de Sumar a su antojo, sin Monteros ni Echeniques de por medio, y encontrar el foco en el escenario de la negociación de la investidura que el PSOE le había retirado. Ella no tiene ningún interés en el fútbol femenino ni en sus legítimas demandas. Su único afán es el de ejercer el poder, y no le importa socavar el principio democrático de que ningún ciudadano pueda sufrir un juicio sumarísimo al margen de la ley, despreciando incluso sus derechos. Conoce perfectamente los mecanismos para que una sociedad adocenada como la nuestra le compre su discurso inquisitorial, la prensa reproduzca sus mensajes de forma obediente y la sociedad se convierta en una turba manejable. El TAD ha frenado la sed de justicia popular, alejando el tema de la política y reconduciéndolo al ámbito legal.
Yolanda Torquemada Díaz está haciendo buena la sentencia del gran Antonio Escohotado: «La verdad se defiende sola, la mentira necesita la ayuda del Gobierno».
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