Sé perfectamente que me estoy metiendo en un charco y siempre es bueno evitarlo. Por lo menos me he pasado media vida aconsejando a otros ... que no lo hagan. Pero tengo que cumplir con mi compromiso y encarar el tema. Es que me enteré gracias a mi buen amigo José Antonio que me remitió los antecedentes. El Consejo General de la Abogacía Española me ha permitido conocer a mucha gente, Abogados mayormente y en toda España. Como del roce viene el cariño he logrado establecer relaciones de compañerismo y amistad con un buen montón. Y para ellos soy casi el responsable de lo que sucede en Marbella. Así me entero de tiroteos, detenciones, operaciones policiales, sentencias llamativas y cosas que pasan en la ciudad a la que tanto le debo. Así que no me libré del acontecimiento que he visto después aireado por la prensa. Los titulares eran de lo más llamativos: 'Grave sanción a un alumno por gritar Viva España', 'Alumno sancionado por gritar Viva España' y así. El incidente, como ya se ha dicho varias veces, se produce en el Instituto donde cursa estudios el sancionado durante un acto de homenaje a la Constitución. Como en otras oportunidades, se habían repartido entre varios la lectura de los artículos de la carta magna. El 14, preludio del hecho, reza así: «Los españoles son iguales ante la ley, sin que pueda prevalecer discriminación alguna por razón de nacimiento, raza, sexo, religión, opinión o cualquier otra condición o circunstancia personal o social». Cuando se lee, a lo mejor por primera vez, se ve uno, especialmente si se es persona de bien, embargado de un legítimo orgullo. La igualdad ante la ley, base y pilar fundamental de la justicia no nos ha caído del cielo. Han sido décadas de lucha y esfuerzos para poder escribir con acierto esas tres líneas. Y aún queda camino por recorrer porque no falta quien dice con sorna que sí, que somos iguales pero que hay algunos que son más iguales que otros.
Me imagino que después de ese encuentro con el precioso texto, el lector se sintió impulsado a manifestar vehementemente su exclamación para exaltar a nuestra patria. Después de dar los buenos días, muy cortésmente. Según entiendo, la norma que le había impuesto el docente era terminar de leer y permitir que otro condiscípulo leyese el artículo 15. Pero se salió del guión. Y aquello se estimó como una falta digna de sanción escrita. Leve, no grave, consistente en no poder disfrutar del recreo en un día determinado. Me pongo en el papel de la autoridad que se encontraba enfrentada a lo que vulgar y corrientemente se llama una papeleta. Podía haber hecho oídos sordos pero no sé si es ésa la solución. Porque cabe preguntarse qué habría pasado si la sucesión de compañeros hubiesen decidido seguir el ejemplo y proclamar 'Vivan los sindicatos de trabajadores y las asociaciones empresariales', después de leer el artículo 7, 'Vivan las Fuerzas Armadas, constituidas por el Ejército de Tierra, la Armada y el Ejército del Aire', después de leer el 8, 'Vivan los Juzgados y Tribunales', leído que fuese el 117. Y no digamos nada si a alguien se le ocurre gritar 'Viva el Rey' si le ha correspondido el artículo 56. Tampoco si se deja correr la imaginación y se dan vivas a Andalucía, a la ciudad natal, a la madre que lo trajo al mundo y a cualquier otra persona o institución que por supuesto merece toda nuestra consideración, respeto y deseo que se conserve muchos años. De allí lo del viva.
El sancionar es muy duro porque se trata de impartir justicia y ésta nunca es a gusto de todos. Pero escaquearse tampoco es el camino. La naturaleza de la falta consiste, repito, no en proclamar algo que está en nuestros corazones sino hacerlo en un momento cuando no estaba previsto, vulnerarando la norma impuesta por el centro educacional que debe enseñar, entre otras cosas, a respetarla. Se lo puso difícil al profesorado. Si hubiese vociferado un disparate no estaríamos considerando la iniquidad del castigo. A todos nos habría parecido muy correcto. Pero el contenido nos hace mirar con simpatía al pobre que se dejó llevar por su entusiasmo. Por eso, se puede graduar la sanción pero no cohonestar la infracción. Pensemos, salvando las enormes distancias en aquella señora que mató al asesino de su hija. Había que condenarla pero también entenderla.
En un colegio todo está prohibido menos lo que está expresamente permitido. Pero como ya egresé puedo gritar y lo hago: ¡Viva España!
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