VENGANZA
Mi primo José María puede pensar si le lee el título un hispanohablante del otro lado del Atlántico que me voy a referir a la ... llamada de un ganso en celo. No. Es que me he quedado pensando y me he imaginado que me llama el emperador del Japón si hubiese leído mi artículo de la semana pasada. No pierdo las esperanzas ya que los leen en México que también está bastante lejos. Es que Marbella tiene mucho tirón y si aparece su nombre se incluye la noticia o la columna en la selección de prensa. No es mérito mío.
Hay que precisar porque en aquel país hay dos emperadores, uno jovencito y otro más bien desgastado. Hace décadas que no había tantos emperadores. Hace mucho tiempo que se combatió en Austerlitz y para remate hace un siglo se los llevaron a todos por delante. Pero el fenómeno de la dualidad local no es único, ni mucho menos: en Roma hay dos papas -por cierto, la película recién estrenada es muy recomendable-, en las cercanías de la Zarzuela, no sé precisar más hay dos reyes. No es la primera vez en España, desde la Beltraneja, pasando por Doña Juana, Don Carlos, Don Juan pero ésos eran otros lópeces y no lo digo por el nombre elegido para alistarse. Ahora, las razones son otras y no sé si vivimos demasiado o tenemos menos aguante. Antes, de esos cargos se salía con los pies por delante. En el Vaticano, por ejemplo, textual.
Su Majestad Imperial me diría, con la elegancia característica que emplean las casas reales para expresarse, que me he pasado y que el despropósito que tanto me duele quedó compensado -si es que los despropósitos se pueden compensar- con el que le infligieron los americanos a su país y a los pobrecitos que vivían en esas ciudades cuyos nombres quedaron para siempre marcados por la catástrofe y el infortunio. Aquello, a simple vista parece injustificable pero no es incomprensible.
Sin lugar a dudas agosto es el mes más desgraciado desde que se inventó el calendario
De historia sé lo justito pero esos acontecimientos me han interesado siempre de una manera especial y, para explicarme tengo que hacer una confesión. Ocurrieron, como es bien sabido, en agosto de 1945. Sin lugar a dudas es el mes más desgraciado desde que se inventó el calendario. Nunca había muerto tanta gente junta. Yo nací ese mismo mes así que concurrí aunque solo modestamente a engrosar la calificación que le prodigo al luctuoso mesesito.
Tengo pocas posibilidades de llegar a ser vicepresidente de los Estados Unidos, por suerte. Quienes han ocupado ese encumbrado puesto no han pasado de ser, tradicionalmente, algo más que unos conserjes dignificados y han mandado bien poco. Sólo llega su momento cuando el presidente decide abandonarnos. Esto le pasó al pobre don Harry que venía de un pueblo de Missouri que, con respeto, es como venir de Villaconejos. Su jefe, al que todos recordamos con su silla de ruedas y su elegante boquilla, copaba todo el panorama en los difíciles momentos que les tocó vivir pero no culminó su labor, pobre. Fumaba mucho. Nada más llegar al puesto máximo, se vio el hombre, el Vice, enfrentado a una horrible tesitura. La guerra no terminaba de acabar y había que invadir el Japón y luchar casa por casa -a lo mejor aun estaríamos en guerra porque hay muchas casas en ese país, construyen hasta de papel- u ordenar que se asesinase a una o dos poblaciones completas, hombres, mujeres y niños. Optó por lo segundo y por una razón que ha pasado desapercibida, al menos para mí. El camarada Stalin, liberado de sus compromisos de destruir y sojuzgar Alemania, pensó en sacar tajada del imperio en bragas e implantar allí un régimen comunista. Tuvo que contentarse con unas islas septentrionales medio deshabitadas pero constitutivas de un premio generoso para quien estuvo en guerra dos semanas. Botín más jugoso, imposible.
Las guerras, bien lo sabemos, son una atrocidad. Esperemos que enero del 20 no se parezca ni de lejos a enero del 36.
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