Veinte años después
La tecnología ha avanzado tanto en los últimos años que ya casi no nos acordamos de como eran nuestras vidas sin llevar en el bolsillo ... un aparatito que nos permite la inmediata comunicación, acceder a lo que ocurre en todo el mundo o realizar cualquier tipo de gestión sin necesidad de desplazarnos. Pero las cosas eran muy diferentes no hace tanto tiempo, de ahí que si estableciéramos una medida de tiempo tecnologico veinte años serían una eternidad.
Hace veinte años se produjo uno de esos sucesos que dejan marca indeleble por varios aspectos. Fue la muerte de la joven Rocío Wannikhof en la Cala de Mijas. Los hechos ocurridos fueron entonces seguidos a través de los medios de comunicación tradicionales, sobre todo de las cadenas de televisión, algunas de las cuales convirtieron este caso en todo un show que en no pocas ocasiones contribuyó más a la desinformación que a la aportación de datos con la mayor objetividad posible y sin entrar en sensacionalismos innecesarios. No aprendieron con lo sucedido con la muerte de las niñas de Alcácer en 1992. Y hay quien sigue en la misma línea.
Entonces, aunque haya quien no llegue a imaginarlo, las redes sociales solamente intentaban dar sus primeros pasos (Facebook se lanzó en 2004 y WhatsApp no llegaría hasta 2009) y los móviles apenas si servían para llamar por telefono. Claro que la ventaja de no disponer de tantas aplicaciones como ahora es que tampoco existía ese mundo paralelo que se regodea con la mentira y la noticia falsa. Las fake news pertenecen al mundo tecnológico, aunque el engaño haya existido siempre y haya empleado aquellos medios a su alcance en cada época.
La desaparición de Rocío y la confirmación de su muerte varias semanas después también produjo muchos rumores y elementos distorsionadores. Hoy en día, en caso de que los hechos pudieran trasladarse en el tiempo, se multiplicarían por un elevado número, dada la experiencia con otros casos que han sido menos mediáticos, o solo con echar un vistazo a lo que ocurre en las redes con cualquier nimiedad que no merece ni ser atendida y que origina largas y apasionadas polémicas.
Mirar con la perspectiva que dan dos décadas nos hacen tener más claro que fallaron muchas cosas. Es más que sabido lo que sucedió con Dolores Vázquez, una presunta culpable que pasó a ser una víctima de errores judiciales, declaraciones incongruentes, investigación fallida y criminalización mediática. Fue la peor parada, incluso ahora, después de tanto tiempo. Pero en el camino quedaron otras muchas cosas, entre ellas el fallo del jurado popular, cuya implantación volvió a ponerse en entredicho. También la vida entre los habitantes de La Cala de Mijas, sobre todo durante los veinticuatro días que trascurrieron desde la desaparición hasta el hallazgo del cadaver. Continuas miradas recelosas entre vecinos, incluyendo a los familiares de Rocío, y sospechas generalizadas intentando averiguar si había entre ellos un demonio disfrazado. Y el novio de la chica, que unía a su dolor la rabia de ser observado con malos sentimientos. Y un delincuente británico que nunca estuvo controlado
Y muchos rumores propagados de las formas más inverosímiles, con la intervención de videntes y extraños brujos que pensaban aprovechar la ocasión para sacar tajada. Hubo algunas manifestaciones poco oportunas en momentos inadecuados o señalamientos sibilinos que no tenían razón de ser. Y mucho desasosiego. Casos como este sacan lo mejor y lo peor de la condición humana, porque de todo hay en todas partes, desde gente solidaria y protectora de quien sufre hasta quien tiene siempre malas impresiones de todo lo que le rodea. Todos nos vimos implicados de una forma u otra en este caso y hasta tomábamos posiciones al analizar a las personas protagonistas. El asesino terminó cayendo pero, desgraciadamente, por otra muerte, la de Sonia Carabantes, que conectó ambos crímenes. Lo malo es que no quedó ahí todo y ya ni siquiera nos llega a extrañar que frecuentemente aparezcan nuevas rocios y sonias.
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión