Tierra virgen
CRUCE DE VÍAS ·
Últimamente eso estoy haciendo, de alguna manera avanzo en la oscuridad. Me entierro para proteger la vidaLlevo algo más de un mes limpiando el barro que dejó la Calima. La tierra no ofrece respuestas a mis preguntas. No cuenta lo que ... encierra bajo la superficie. No hay naves ni submarinos que naveguen por el interior del planeta salvo en los libros de ciencia ficción. Levanto una piedra y salen multitud de bichos despavoridos, pero debajo de estos bichos hay otros y otros. Y si continuara escarbando me encontraría con restos de civilizaciones que desaparecieron de la faz de la Tierra y permanecen ocultas. Nos olvidamos de los muertos hasta que limpiamos el barro. Durante un tiempo me dediqué a comprar árboles y plantarlos por las lindes de la carretera que conducía hasta mi casa. Era la manera de darle vida y sentido a la tierra baldía. Todo aquello que ignoramos acaba muriendo o deja de existir. Digo tierra baldía y recuerdo los versos de Elliot como si él paseara conmigo y dijera: «Abril es el mes más cruel, hace brotar lilas en tierra muerta, mezcla memoria y deseo, remueve lentas raíces con lluvia primaveral».
Me sumerjo en la tierra como una lombriz. No veo el cielo, no me da el aire, no me acaricia la brisa; pero sobrevivo reptando por las galerías subterráneas de la imaginación. Igual que si me tapara los ojos y dejara llevar por el instinto. Últimamente eso estoy haciendo, de alguna manera avanzo en la oscuridad. Me entierro para proteger la vida. No me gusta lo que hay fuera. Ando buscando la tierra virgen, la naturaleza inmensa y solitaria. El eterno vagabundear que llevo dentro me tienta, dice: «Vete lejos, sal de aquí, busca otro lugar y empieza de nuevo». Un cuervo grande y negro dibuja círculos en el cielo, no me pierde vista, como si yo fuera una lombriz de tierra.
Limpio el suelo de barro, pero en vez de tirar el agua sucia por el desagüe la echo al cubo y después la vierto de nuevo sobre la superficie de la tierra. La tierra sabia vuelve a la vida y hace crecer las plantas con nuevo ímpetu. El barro les insufla fuerza. Así llevo desde hace algo más de un mes. Me siento 'El dios de las pequeñas cosas'. Ahora que menciono la novela de Arundhati Roy, ojeo las primeras líneas y compruebo que empieza casualmente así: «Mayo, en Ayemenem, es un mes caluroso y de ansiosa espera. Los días son largos y húmedos. El río mengua y negros cuervos se dan atracones de lustrosos mangos sobre árboles inmóviles, de un verde polvoriento. Las bananas rojas maduran. Los frutos de las nanjeas estallan. Los despistados moscones zumban sin rumbo fijo en el aire afrutado y acaban estrellándose contra los cristales para morir, gordos y desconcertados, al sol.
Las noches son claras, aunque cargadas de apatía y de indolente expectación».
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