La suerte
La suerte está echada. O, mejor dicho, se está echando en estos momentos en los colegios electorales. Mañana, los carteles colgados de las farolas serán ... el símbolo de un ahorcamiento para algunos y del ascenso a los cielos para otros. También, lo queramos o no, mañana será el inicio de una larguísima campaña electoral. Hasta la saciedad se ha repetido que las de hoy son un test fundamental para las generales de fin de año. Y a eso han jugado hasta la saciedad los partidos. Desertando en muchos casos de los problemas e intereses locales para hablar de política nacional.
EH Bildu ayudó a fortalecer esa idea. El kilometraje de Pedro Sánchez y de Núñez Feijóo acabó por dar apariencia a estas elecciones de una suerte de primarias camufladas. La actividad del gobierno, anunciando maná cada dos días y la desorientación geográfica del líder del PP han contribuido a chistes sobre tómbolas y brújulas dislocadas. Algo previsible hasta cierto punto. Anécdotas para los minutos desenfadados de los informativos. Sin embargo, más allá del amargo revival de ETA y su explotación por la derecha, lo que acabó de enturbiar la campaña fue la compra de votos. Algo que puede desencadenar graves peligros si el asunto no se zanja de inmediato. Sembrar la semilla de la sospecha sobre la limpieza del proceso electoral puede ser tan nocivo como el propio hecho de corromper las leyes de la democracia.
Y a esa venenosa siembra se han dedicado algunos. Han querido poner, como en los viejos tiempos se decía, el ventilador. Denunciar para crear confusión y que la basura salpique a todos. Un juego peligroso. Empezando por la cúpula del Estado, las instituciones de este país han perdido crédito. Sobre la clase política pesa la eterna losa de la corrupción. En las encuestas realizadas por este periódico a pie de calle durante la campaña electoral se ha reflejado -en un muestreo aleatorio pero no despreciable- el rechazo de algunos ciudadanos a ejercer el derecho a votar por considerar que «todos» son iguales. Iguales de corruptos. Si a ese baldón se le añade ahora la sospecha de que las elecciones son una engañifa se estará abonando la ya peligrosa enfermedad del populismo y el nocivo mantra que equipara a los políticos con miembros de una especie de organización mafiosa. Ante ellos: los salvadores. Los Trump, Bolsonaro, Berlusconi o Jesús Gil. Al margen de implicarse en la depuración de responsabilidades dentro de sus partidos, los líderes nacionales deberían entregarse a controlar las falsas acusaciones de fraude al adversario como modo de aliviar las propias. En caso contrario sí que estará echada la suerte. La mala.
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