Sánchez
Roberto López
Jueves, 27 de noviembre 2025, 01:00
Las estatuas griegas, cuando van de frontispicios, no suelen tener hecha la espalda. Los griegos que eran pitagóricos y tenían sentido común, que por eso ... eran griegos, no perdían el tiempo en algo que nadie iba a mirar. Pedro Sánchez, quizás por su belleza clásica, como de broncíneo Discóbolo, sale muy bien de frente porque por detrás ya no lo queda casi nada.
No sé si han sido estos días que he pasado en Londres, capital imperial, educada y parlamentaria, o tanto leer a Umbral y sus cosas, pero uno ya bosteza con este gobierno que no avanza y se debe una columna. Sánchez y su sanchismo, concepto que lo petó, se desangran como un pájaro herido. Supongo que, de aquellos Koldos, estos lodos.
El sanchismo se construyó sobre la épica de la resistencia, el Peugeot y unos cuantos sueños lúcidos en Ferraz. Nadie puede negar la astucia política de Sánchez y esa habilidad casi felina para mantenerse en pie cuando todo se desploma. Como un tentempié o un gato. Pero incluso los gatos tienen un límite de vidas. Y al actual presidente parece quedarle poco caldo en la reserva.
A Sánchez se le empieza a ver por delante y brilla. Pero, tras un rato, uno mira por detrás y se le nota el cartón, casi nada, ya digo. Agotados de escándalos judiciales, sin presupuestos y sin mayorías, sin leyes y sin esperanza, un pájaro que muere, entramos en el tiempo de la basura. El destino del gobierno, cuando no puede gobernar, es el desgaste o la propaganda o ambas cosas.
Sánchez ha cambiado el BOE, que era el sitio en el que escribían los políticos, por Tiktok y todo parece vacuo e inoportuno, un bostezo. La decadencia política nunca es un derrumbe repentino. Primero se disculpa, luego se relativiza, hasta que un día resulta intolerable. Y lo que parecía un liderazgo incombustible, marmóleo Sánchez, escultura clásica, se transforma en un cansancio colectivo y en un 'ya está bien' de las Españas.
El sanchismo no morirá de un golpe, sino por pura fatiga (o cuando digo Rufián, que es listo). Porque una democracia se alimenta de confianza y si ésta se erosiona, rara vez vuelve. Puede que lo próximo no sea la épica de la resistencia, sino el epílogo de la decadencia. Un final sin gloria, ni pedestal, y con la arrogante serenidad de un busto heleno, la cara broncínea de quien sabe que hasta los discursos más hábiles terminan por quedar huecos cuando no hay credibilidad, ni paciencia que los sostenga.
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