Sacerdotes
Ayer domingo cumplimos 'mayoría de edad', dieciocho años, siete sacerdotes diocesanos malagueños. Antonio Jesús, párroco de Santo Domingo de Guzmán y rector de la basílica ... de la Esperanza en Málaga; José Antonio, párroco del Corpus Christi y de Nuestra Señora de Gracia en Málaga; Gerardo, párroco de Nuestra Señora de las Angustias en Málaga y delegado diocesano de pastoral vocacional; Andrés, párroco en San Ramón Nonato y capellán en el cementerio de Málaga, Damián, párroco en la Sagrada Familia de Málaga, y un servidor, párroco en Madre del Buen Consejo de Torremolinos, director del programa de Canal Sur Radio 'Palabras para la vida' y Delegado Diocesano de Medios de Comunicación. Todos somos sacerdotes en activo. Salvo el séptimo, José María, que espero goce de la dicha de Dios en el país de la vida, falleció hace unos años.
Todos estos curas hemos llegado a los dieciocho años de ejercicio en el ministerio sacerdotal. Y por lo que sabe o intuye quien firma este artículo están contentos de ser curas. Sí, satisfechos, agradecidos con la vida y con Dios. Como otros tantos, sin ir muy lejos los casi 300 curas de Málaga; gente buena, que guiados por la voluntad de Dios intentan hacer el bien, especialmente a los más pobres. Sí, el bien. No creo sinceramente que se aprovechen de su condición de cura para vivir 'como curas'. Quien conoce de cerca al sacerdote sabe de sus contradicciones y deseos, de sus lealtades y afectos, de sus sueños y ganas de transformación. Ser cura no es fácil, ¿quién tuvo la osadía de afirmar que la vida cristiana es camino de rosas? ¿Quién pensó que por una imposición de manos la gracia anula la naturaleza? Pero lo que sí es verdad es el bien que el sacerdote hace en nuestros barrios y ciudades; en los corazones de las gentes.
El sacerdocio es una de las vocaciones más bellas que puede abrazar el hombre; es una de las tareas más nobles a las que puede aspirar un joven; es una colaboración tan íntima y bella con el plan de Dios, que a pesar de las dificultades, es preciosa y alentadora. Sentir la miseria y la grandeza humana con el corazón, experimentar el deseo de trascendencia que late en millares de personas o ser vínculo de unidad y paz en una sociedad fragmentada y violenta como la nuestra, es un privilegio.
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