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El Málaga juega hoy una de las seis finales que le quedan para llegar al final de la temporada sin salir trasquilado, o sea, sin ... bajar a la tercera división del fútbol español. Hay cabreo entre los aficionados por la temporada tan mediocre que está llevando el equipo, al que por momentos da pena verlo porque hay jugadores que son incapaces de dar un pase bien a escasos dos metros del compañero, lo cual denota la calidad de alguno (bastantes) de los integrantes de la plantilla blanquiazul, que a final del ejercicio tendrá que hacer balance para limpiar el equipo de tuercebotas, así como de ajustar cuentas con los que han fichado y han dejado de fichar a otros jugadores que sin duda hubieran mejorado al club blanquiazul.
También habrá que analizar la labor del director general y del propio administrador judicial, que sin duda está jugando un papel más propio de presidente que el de mero administrador de las cuentas, labor que por cierto está realizando bien José María Muñoz. Pero eso no toca ahora. Ahora toca apoyar sin fisuras al equipo y a su entrenador, que por momentos también ha mostrado carencias, así como su contumacia a la hora de alinear a futbolistas que no están para jugar ni en la división en la que militaba el Málaga el año pasado. La Rosaleda tiene que ser un fortín, pues el equipo tiene la ventaja de jugar cuatro de los seis partidos que quedan en casa, donde la afición no le va a fallar, como lleva demostrando a lo largo de la temporada, pese a que ha tenido motivos más que suficientes para montar un pollo contra los dirigentes. El club sabe que se juega su futuro, pues no se puede permitir arrastrarse otro año más por la 1.ª RFEF.
La Rosaleda es clave también para el futuro del Málaga, no sólo a nivel deportivo, sino en lo concerniente a la propiedad. Es cierto que causa vértigo ver que la remodelación del estadio cuesta casi 300 millones de euros, una cifra sin duda elevada, sobre todo, si se tiene en cuenta que hay otros problemas que afectan a los ciudadanos como son los de movilidad (ahí está la carretera que mantiene aislada a Ronda) o de salud (el tercer hospital está a la espera de una importante inyección económica para acelerar su construcción). Pero hay que ser ambiciosos como corresponde a una provincia como Málaga, que aporta una ingente cantidad de dinero a las arcas estatales, regionales y municipales.
No se debe caer en el error de pensar que si se hace el estadio se van a tener que dejar de hacer otras cosas. Hay dinero suficiente para llevar a cabo inversiones, sobre todo, si se tiene en cuenta que la provincia lleva varios años sin ser beneficiada por los presupuestos de las administraciones. Málaga, sexta ciudad de España y en plena eclosión económica, merece albergar otra vez partidos de un Mundial. No se entendería que un acontecimiento de este tipo se celebrara en un municipio como Vigo y no en Málaga porque los políticos no hayan sido capaces de tener un estadio en condiciones. Pero más allá de eso, lo importante es el campo que se le queda a la ciudad, que además es propiedad del Ayuntamiento de Málaga, la Junta de Andalucía y la Diputación Provincial. Y también beneficia al club, porque lo hace bastante más atractivo a la hora de que haya inversores interesados en comprar el Málaga. Este detalle no es baladí. Cualquier grupo inversor verá con mejores ojos adquirir el Málaga con un estadio recién remodelado, con capacidad para 45.000 personas, que con el aforo actual, que apenas supera los 30.000 espectadores y que se ha demostrado que se ha quedado pequeño, pues prácticamente se llena cada partido pese a las penurias deportivas que ofrece el equipo. Que no le tiemblen las piernas a nadie, porque tener una mejor Rosaleda beneficia a todos. ¡Y a ganar hoy!
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