Cada vez que nos lanzamos sobre una nueva ciudad, algo se cruza a nuestro paso que nos sabe cómo un 'déjavu'. El paisaje urbano es ... un entremezclado de calles y edificios salpicados por marquesinas y tiendas en franquicia, que se repiten aquí y 2.000 Km más allá. Las ciudades se parecen cada vez más, pierden señas de identidad, pero no nuestro interés, pues son tierra para la oportunidad. En Roma los esclavos, apresados en guerras, podían pagar su libertad tras años de trabajo. En el medievo, comerciantes y oficios fijaron determinados lugares para hacer trueque de trabajo por género y fundaron así los burgos. Ciudades que fueron surgiendo por Europa donde hombres sin tierra ni apellido sobrevivieron y pudieron progresar: los burgueses.
A nuestras ciudades del XX tuvo que emigrar mucha gente de donde el secano no daba para comer a más de dos. Muchos barrios empezaron en un desarraigo; pero también allí quedaron enterradas boinas y barratinas para bien de cabezas más amplias de miras, lugares para el encuentro a mano tendida, frágiles hoy ante el virus del contagio. La historia volcó gracias a París con su toma de la Bastilla y a Madrid con su pueblo descamisado alzado contra el ejército francés el 2 de Mayo. Cosas así solo pueden pasar en ciudades, en ellas no duran mucho las mentiras. Por eso las tienen miedo los tiranos.
Las ciudades que crecen atraen a las mentes más inquietas. Las universidades orbitan alrededor de las mejores ciudades. Contaminación e inseguridad son peajes que hay que pagar en los lugares donde es posible un gran hospital. En los 80, la transición política y el despertar de un Madrid más libre que nunca se fundieron en las letras de una música imaginativa y divertida. El lamento matutino 'Hoy, no me puedo levantar' del primer single de Mecano tenía como cara B un himno naif a las noches urbanas: «Quiero vivir en la ciudad».
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