Prueba y error, o no, con la ivermectina
EL FOCO ·
Aunque sigamos aturdidos por vaticinios por los mismos que fallaron hace un año, los profetas del apocalipsis anuncian males mayoresEsta es la historia de una esperanza, el relato de una lucha y el deseo de no estar creando falsas expectativas. Necesitamos luz al final ... de este túnel. Porque cuando nos prometen que el mundo volverá a ser normal después de la vacuna y ésta llega, resulta que el proceso es lento, no hay stock, los titulares se llenan de nuevas variantes y se acentúan los interrogantes que nos llevan de nuevo al lado oscuro: ¿Y si no sirven esos pinchazos con un virus mutado? Aunque sigamos aturdidos por vaticinios por los mismos que fallaron hace un año, los profetas del apocalipsis anuncian males mayores. Estamos agotados de escuchar a epidemiólogos como el nuevo asesor de Biden, Michael T. Osterholm, que nos dice que todavía no hemos visto nada comparado con el tsunami que viene.
Necesitamos algo a lo que agarrarnos. Dar ánimos a cada médico valiente que, viendo que seguimos sin tratamientos eficaces, decide estudiar, probar y difundir cualquier hallazgo que pueda evitar las miles de muertes en habitaciones aisladas de ancianos y no tanto que, como cualquiera, soñaban con una muerte dulce, lo más tarde posible. Durante un año, la investigación mundial se ha volcado, con un éxito en plazos sin precedentes, en las vacunas, pero apenas en los tratamientos. Casi nada en investigar medicamentos eficaces para otras enfermedades que podrían aumentar su espectro de uso. Existió el fiasco de la hidroxicloroquina en la primera ola, pero ¿desde cuándo la ciencia no es prueba y error? ¿Desde cuándo la ciencia es dogmática y desprecia ensayos pequeños y diseñados sin medios, aunque prometedores, para ir a otros más grandes?
La historia de la ivermectina ya, a día de hoy, es tan preciosa como para merecer una película de final muy feliz, con Premio Nobel y millones de personas curadas de enfermedades mortales y discapacitantes en los países más pobres. En el relato, hasta hay un laboratorio gigante bueno: Merck, que lleva años donando la medicina, una vez caducada la patente, a países africanos. Si se consiguiera hacer ensayos grandes y bien diseñados que confirmen la eficacia de la ivermectina para tratar la Covid-19, como dan a entender ciertos indicios por todo el mundo, la historia de este compuesto sería tan emocionante como cuando Fleming descubrió la penicilina.
Para muchos, los partidarios de este tratamiento son conspiranoicos y terraplanistas
Satoshi Omura es un científico japonés de 86 años, premio Nobel de Medicina en 2015. A finales de los 60 se convirtió en un cazador de muestras de suelos para encontrar compuestos nuevos para medicinas. Llevaba siempre una bolsita en el bolsillo y fue así como, jugando al golf, recogió la muestra de suelo de la que saldría primero la avermectina y, después, mejorada e investigada por Merck, la ivermectina. Antes había llegado a un acuerdo con un laboratorio de EE UU que investigaría a fondo sus muestras. Fue allí, con ratones, como el veterinario William Campbell empezó a comprobar los efectos contra muchos parásitos de la ivermectina. Se autorizó su uso veterinario en 1981 y, posteriormente, en humanos. Ha salvado cientos de miles de vidas.
Y, ahora, la controversia. La ivermectina ha caído en manos de gobiernos populistas de América Latina y, sólo por eso, muchos la desacreditan de entrada. En este mundo sin matices, para muchos, los partidarios de este tratamiento son magufos, conspiranoicos y terraplanistas. Médicos de residencias de EE UU que la usaban, como aquí, para brotes de sarna, empezaron a ver que los enfermos medicados con ella eran presa menos fácil para la Covid-19. El doctor Kory, con una trayectoria nada sospechosa de médico hippy alternativo, pedía en diciembre en el Senado, desesperado, autorizar el uso de la ivermectina para frenar las muertes por coronavirus. Consiguió, al menos, que el Instituto Nacional de Salud no prohibiera su uso para la Covid, como hasta entonces. YouTube bajó su vídeo y, hace unos días, el 'Wall Street Journal' se mostraba estupefacto por semejante ejercicio de censura. En Reino Unido, la doctora Tess Lawrie, una vida dedicada a la medicina basada en la evidencia, pedía por vídeo a Boris Johnson empezar a dar ivermectina. En el Parlamento británico, el diputado conservador más rebelde, David Davis, solicitaba directamente al primer ministro británico estudiar mejor este medicamento, además de la colchicina y del compuesto vitamínico que dan en Córdoba. Habló de Andalucía en los Comunes. Qué envidia de debates donde hay diputados que leen informes científicos.
Aquí, apenas ha tenido repercusión el estudio liderado por el médico venezolano Carlos Chaccour, con la Clínica Universitaria de Navarra, en el que en un ensayo muy pequeño había indicios para pedir uno más grande sobre la ivermectina. Como él mismo dijo, se necesitan ensayos para confirmar o negar que la ivermectina pueda servir para prevenir, tratamiento temprano que evite hospitalizaciones y evite contagios. Ahora mismo, hay uno más grande en marcha en España y Oxford ha anunciado el inicio de otro, en el seno de Principle, el ensayo gigantesco sobre posibles tratamientos, con web para reclutar voluntarios.
La conferencia que dio Campbell en Estocolmo al recoger el Nobel para la ivermectina se llamó 'Una reflexión sobre la simplicidad'. Ojalá se abra camino la simplicidad del juramento hipocrático de los médicos, como piden tantos alrededor del mundo: no hacer daño y curar. Que haya ensayos bien diseñados de la ivermectina. Puede que no funcione, claro. Pero necesitamos probarlo y desilusionarnos. No hay muchas alternativas mejores, por eso no se entiende la negativa de algunos doctores a su uso compasivo. Y, si funciona, que algún guionista de cine esté pensando ya en la escena inicial de una película: un japonés en un campo de golf agachado, escarbando en el suelo. Un nonagenario, Campbell, jugando al ping-pong, satisfecho con la última aplicación de la ivermectina.
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