Preguntas de selectividad
No existe una prueba que evalúe los conocimientos con el mismo rasero en todo el país, a pesar de que existe el distrito único universitario
Hay preguntas de Selectividad que nos llevan a preguntas sobre la Selectividad. Mientras las redes sociales se entretienen sobre los textos que se han puesto ... en distintas comunidades para comentar, que si cayetanos o si gestación subrogada, podríamos aprovechar para ir del síntoma a la enfermedad. No hay una sola selectividad en España. No existe una prueba que evalúe los conocimientos con el mismo rasero en todo el país, a pesar de que existe el distrito único universitario, o sea, que luego todos compitan por las mismas plazas en cualquier universidad. Instaurarla no es nada fascista, jacobino, centralizador, etc, simplemente es dar igualdad de oportunidades y equipararnos con países de nuestro entorno que usan estas pruebas para tomarle el pulso a su sistema educativo, sin que tenga que venir PISA. La propuesta de una prueba única se hizo en el Congreso de los Diputados en 2019 y fue rechazada, claro, por el gobierno socialista y sus aliados nacionalistas. De ganar las generales el PP -que apoyó aquella propuesta de la diputada de Ciudadanos Marta Martín-, qué hacer sería una prueba sobre si su ánimo reformista es una pose o fruto de una reflexión, con think tanks o sin ellos. Si se van a centrar sólo en lo que da votos o en lo que se necesita para mejorar el país. Que no es lo mismo.
Además de no existir esa prueba nacional, tampoco hay transparencia para que se conozcan los resultados por cada centro educativo. Apenas un puñado de marcianos creemos que eso provoca cierta injusticia social. Porque, aunque haya nervios estos días, pocas horas de sueño, trucos para memorizar, el caso es que los adolescentes españoles no se juegan todo a los días de los exámenes. Eso sí que ocurre con el Diploma Internacional o con los A Levels, las pruebas británicas. En España conviene recordar que el 60% de la nota final es la media de las calificaciones en Bachillerato. Y ahí puede ocurrir que haya centros que las inflen o que den más oportunidades a sus alumnos para subirlas. Si las calificaciones fueran transparentes, todos podríamos saber qué centros obtienen las mejores y si están acordes con lo que obtienen en el examen de Selectividad. Incluso podría intervenir la inspección educativa para investigar ciertas incoherencias.
Si las familias tuvieran acceso a esa información, podrían saber qué institutos públicos son los mejores para hijos de expectativas altas. Mientras, funciona es un sistema informal de datos que rula entre pandillas sobre el número de alumnos que tal o cuál centro ha conseguido meter en Medicina o en el doble grado de Matemáticas e Informática, con la nota de corte máxima. Información privilegiada para los que tienen muchos contactos o incluso amigos dentro de la Administración. El resto va a tientas.
Y, en realidad, no pasa nada, porque tampoco son muchos los que se juegan su carrera por unas décimas. La demografía es lo que tiene. Construimos campus a la vez que nacían menos niños hasta el punto de que vamos a acabar viendo una lucha encarnizada por universitarios, como empieza a ocurrir con los centros de infantil. Hay pocos grados con notas muy exigentes y el 95% aprobará la prueba de la semana que viene en Andalucía. Con esos aprobados, sin embargo, empezarán las dudas existenciales sobre qué estudiar, en qué trabajar. Es aquí cuando ocurren cosas de difícil explicación, como chavales que se matriculan en ingenierías donde ahora piden poca nota porque no les han admitido en otros grados. Alumnos sentados en Industriales con apenas un aprobado y de rebote. Claro, no llegan ni a Navidad. ¿Qué sentido tiene? ¿Cómo es posible que nadie en la Universidad de Málaga les explique que tienen allí un futuro corto y negro?
Segundo de Bachillerato en nuestra época era el COU y no nos percatábamos del significado de aquellas siglas: Curso de Orientación Universitaria. Tampoco entonces nos orientaban demasiado. Existe ahí un enorme margen de mejora y, de nuevo, para ser más justo socialmente. En una familia de clase media alta se acumula información sobre trabajos, salidas, condiciones laborales porque se tiene acceso a contactos. En otras, se ciñen a su círculo más cercano y sólo harán lo que hayan visto. Mientras, en los colegios privados, hay semanas en las que padres de distintas profesiones van a dar la visión de su trabajo. Ahí también se empieza a fraguar un ensanche de la desigualdad pero la culpa no es de los padres con más dinero, es de los que podrían orientar mejor.
Ahora mismo, nos podemos encontrar a universitarios que languidecen en grados que no les gustan y de escasas salidas -eso sí, cursados en edificios nuevos que obtienen premios de Arquitectura- y que podrían estar en un ciclo de Formación Profesional con mejores perspectivas y motivación. A la vez, puede darse el caso de que haya alumnos en FP que, debidamente orientados y motivados, pudieran estar en grados universitarios con los que alguna vez soñaron por vocación.
Hay otras posibilidades que las universidades no quieren explorar. Las públicas, porque las privadas sí: pruebas específicas de acceso. No es descabellado pensar que haya ciertas profesiones para las que convenga requerir algunas aptitudes previas. Como sigue ocurriendo, por ejemplo, para poder tener plaza en la Escuela de Artes de San Telmo, cada vez más demandada.
Luego está el caso del Centro de Formación Interdisciplinar de la Politécnica de Barcelona, con una prueba muy exigente, al margen de la Selectividad. Es casi un secreto a voces que van dejando caer en las olimpiadas de Matemáticas, de Física o de informática, donde mandan ojeadores. Se garantizan así que una élite escolar española -ahí no ponen remilgos- acabe en Barcelona. Hay preciosos y emocionantes discursos políticos sobre la excelencia educativa y las expectativas que se quedan en palabras vacías. Mientras, estos responsables universitarios catalanes, callados, logran fichar a lo mejor de la cantera.
El debate de la Selectividad no es sólo las preguntas que caen. Son las que nunca caen. Sobre las que no se quiere reflexionar.
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