Pere Diezminutos Aragonés
El nacionalismo nace del aburrimiento. De las aguas estancadas de la monotonía provinciana en la hora del dominó. Una desmemoria que alimenta una gran mentira. ... El ayer disfrazado de futuro. La democracia deconstruida.
El pasado jueves Pere Aragonés vino a hablar de lo suyo a Madrid. Que si la amnistía, que si los pasos previos, que el futuro será independentista o no será, con su monserga conocida. Secesionismo de peana, cava sin código de barras y artrosis para bailar la sardana. Eso sí, con el toque fanático necesario para disimular su supremacismo de aldea que es tan entrañable como faltón. ¿A quién quiere engañar? La inmensa minoría de todo secesionismo no esconde otra cosa que su voluntad de poder. Mandar para después volver a mandar. La raza, la diferencia, lo que sea, es una factura que otro tiene que pagar.
El Senado español tiene demasiada historia para ir con urgencias. Es verdad que no puede entender el silencio atronador del PSOE que anda despistado en el puente aéreo del sanchismo. Pero lo que lo encendió fue la promesa de una injusticia. La amnistía es el nuevo desprecio de la política asimétrica que de forma obligada ha comprado el socialismo para seguir en la poltrona. Sánchez asume como propio el lema del Lute de «camina o revienta» como forma de hacer política.
España no quiere ser gobernada por un Pere Diezminutos Aragonés desde el salón del ángulo oscuro del Palacio de San Jorge, con un Puigdemont en el sótano de Waterloo y un Otegui ocupado destruyendo su historial delictivo. El presidente de la comunidad autónoma catalana vino a por lana y salió trasquilado. Encontró a catorce comunidades que no van a tolerar sus excesos y derrapes constitucionales por mucho que Conde Pumpido les haya prometido un zapato adecuado para seguir jugando a la Cenicienta golpista. Al final nos convencerán que la verdadera patria del delincuente es la amnistía.
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